La mejor manera de construir el equilibrio en las relaciones internacionales es evitar interferir en los problemas internos, porque la posibilidad de fracaso es enorme y ninguna acción intervencionista es válida, venga de donde venga.
Ni Cuba ni Venezuela eran paraísos morales antes de sus respectivas disrupciones sociopolíticas, ni tampoco eran el infierno. Eran sociedades con sus momentos virtuosos y sus momentos oscuros.
Resulta torpe y nociva la idea de que, cuanto más suave sea el trato con el régimen, más posibilidades hay de una transición democrática, así como su extremo opuesto.
La mermada clase media, que todavía representa el corazón de la débil protesta contra el robo electoral, tiene que volver a sus labores para sobrevivir.
El nuevo episodio de la crisis política que atraviesa la República Bolivariana de Venezuela amenaza con provocar una nueva ola de desplazamiento forzado en el hemisferio.