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El calentamiento de los océanos ya afecta la vida de muchos latinoamericanos

Coautores Jeremy Pittman, Omar Defeo, Ignacio Gianelli

“Cuando cerraron la pesquería me quise morir porque eso es lo que sabía hacer. Sabía cómo trabajar las almejas. Lo sabía todo”, recuerda Arturo Agüero, un pescador de La Coronilla, un pequeño pueblo pesquero de Uruguay. Era 1994 y, ante las mortandades masivas que diezmaron a las poblaciones de la almeja amarilla (Mesodesma mactroides), las autoridades uruguayas optaron por el cierre total de esta pesquería del departamento de Rocha para evitar su extinción local. Esta disminución no era otra cosa sino una consecuencia directa del aumento sistemático de la temperatura superficial del mar que se venía registrando desde hacía varios años, particularmente después de pasar de un período frío a uno cálido durante la década de 1990.

El calentamiento de los océanos resulta, en parte, del aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero, en especial dióxido de carbono, que retiene energía solar dentro de la atmósfera, lo que genera una expansión tropical que es impulsada por gradientes de temperatura que avanzan hacia los polos en latitudes medias. Este aumento de temperatura altera la intensidad y dirección de los vientos, lo cual repercute en la circulación y corrientes de agua. Estos cambios a largo plazo han reducido las capas de hielo polar, han alterado los regímenes de precipitación y han implicado un incremento en el nivel del mar.

El calentamiento de los océanos muestra una señal clara en el océano Atlántico Sudoccidental, particularmente sobre la plataforma continental del sur de Brasil, Uruguay, y del norte de Argentina, una de las zonas calientes marinas más grandes del mundo. La cuenca adyacente del Río de la Plata también está sujeta a un intenso calentamiento. La corriente de Brasil evidencia un desplazamiento consistente hacia el polo, y la advección de aguas cálidas hacia la vertiente nororiental uruguaya se ha visto reforzada por el aumento de la velocidad y la frecuencia de los vientos hacia la costa.

Las pesquerías artesanales en países en desarrollo son particularmente vulnerables a los efectos del cambio climático. El calentamiento de los océanos ha sido responsable de la mortandad masiva en especies con afinidad por agua fría, la creciente ocurrencia de mareas rojas (floraciones algales nocivas) y un cambio de especies de aguas frías a especies de aguas cálidas. Así, las comunidades pesqueras que dependen de los recursos marinos se ven cada vez más amenazadas por el incremento de la temperatura del océano.

En el caso de la almeja amarilla de La Coronilla, las mortandades masivas ocasionaron la clausura pesquera, por lo cual los pescadores se vieron forzados a diversificar sus medios de vida en los sectores locales de la economía, como la construcción, la agricultura y la tala, o se vieron obligados a migrar. Esto demuestra que el sistema socioecológico de la zona en su conjunto, incluida la gobernanza, la sociedad y la economía, no estaba preparado para hacer frente a este tipo de cambios drásticos.

En verano de 2009, luego de 14 años de clausura pesquera, las familias de pescadores volvieron a extraer almejas en la playa La Coronilla, una tradición transmitida por generaciones. Pero ante el pequeño volumen de almejas, la pesquería fue reabierta con una captura de apenas tres toneladas. Se priorizó entonces la calidad del producto sobre la cantidad y se implementó un régimen de comanejo mediante el cual los pescadores formaron parte de la discusión de las medidas de manejo pesquero.

Esta vez, en un esfuerzo conjunto de los pescadores, el Gobierno y la Academia, la familia Rocha, de amplia tradición pesquera por varias generaciones, se embarcó en comercializar la almeja con base en productos de mayor valor agregado. Fue así que, gracias al empuje de esta familia y al apoyo gubernamental, surgió la primera planta de procesamiento y depuración del producto, para cumplir con los estándares para consumo humano.

Este hito permitió que el producto comenzara a venderse a un mayor precio en restaurantes de balnearios turísticos de la costa uruguaya, lo que lo ubicó como un producto gourmet. Sin embargo, pese al esfuerzo de los pescadores, y debido a las condiciones climáticas cambiantes, el suministro aún no puede ser asegurado. La oferta no solo se ve afectada por la escasez del recurso, sino que esta también se encuentra menguada por los constantes embates de mareas rojas, cuyo origen se debe, en gran parte, al calentamiento del agua, y que obligan a cerrar la pesquería por riesgo a dar pie a intoxicaciones.

El número de días de prohibición de la recolección de mariscos por mareas rojas en la costa oceánica uruguaya ha ido aumentando, particularmente desde comienzos de la década del 2000. Esto ha afectado a las pesquerías costeras y ha limitado seriamente la pesca de la almeja amarilla en La Coronilla. “Cuando ocurre una marea roja tenemos que dejar de pescar y solicitar una extensión de la temporada de pesca. Esta es una solución parcial, porque a veces terminamos trabajando en invierno, cuando solo se pueden vender 20 kilogramos de almejas. Eso no vale la pena”, afirma uno de los pescadores.

Este problema, sin embargo, no se limita a Uruguay. Pesquerías similares han sido perjudicadas en América Latina, incluyendo la almeja Mesodesma donacium en costas del Pacífico peruano y chileno. Los efectos de la variabilidad climática generada por los eventos de El Niño diezmaron a la almeja peruana, cuya pesquería ha permanecido cerrada desde 1999 y ha conllevado un colapso socioecológico. En el caso de la almeja explotada en Chile, El Niño de 2015-2016 diezmó a las poblaciones y también llevó al cierre pesquero por varios años.

Si bien el análisis de los efectos del calentamiento desigual de los océanos ha ganado atención en los últimos diez años, la falta de datos en los países en desarrollo no permite a menudo dimensionar los daños adecuadamente. No obstante, es evidente cómo el incremento del nivel del mar y de los vientos hacia la costa causa la erosión, el retroceso de playas y la pérdida de dunas. Para 2100, hasta el 70% de las playas en el sur de California se erosionarán y los eventos de El Niño ya han erosionado zonas de la costa del Pacífico y del Atlántico.

La intensificación de los cambios en el clima, actuando en concierto con otros impactos antropogénicos, incrementarán la vulnerabilidad de los sistemas costeros, por lo que reducirán su capacidad de brindar servicios y beneficios relacionados no solo con la pesca, sino también con la recreación, el turismo, el hábitat que alberga una rica biodiversidad y la protección costera ante tormentas. Esto ha tenido y tendrá consecuencias socioeconómicas cada vez más profundas en las comunidades que habitan las costas latinoamericanas.

Jeremy Pittman es profesora asociado y doctor en Sostenibilidad Social y Ecológica de la Universidad de Waterloo, Canadá.

Ignacio Gianelli es Investigador colaborador y estudiante de doctorado en Universidade de Santiago de Compostela

Omar Defeo es Profesor e investigador en el Laboratorio de Ciencias Marinas de la Facultad de Ciencias, Universidad de la República (Uruguay). Doctor en Ciencias Marinas por el Centro de Investigación y Estudios Avanzados (Mérida, México).

Autor

Bióloga marina. Profesora e investigadora en el Laboratorio de Ciencias del Mar de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República (Uruguay). Máster en Ecología por la misma universidad.

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