A fines de la década de los ochenta, el sociólogo brasileño Sergio Abranches definió el sistema político de Brasil como “presidencialismo de coalición”, sintetizando una de sus características principales y que lo hacía sui géneris en relación con la mayoría de los regímenes presidencialistas, y con predominancia de Gobiernos de un solo partido. Esa peculiaridad del presidencialismo brasileño, Gobiernos integrados por más de un partido, respondía a la gran fragmentación del sistema político del país. Esta fragmentación se agudizó desde entonces y Brasil ha pasado de 18 partidos con al menos un diputado en 1998 a nada menos que 30 partidos en esas condiciones en la elección de 2018. Con esto también aumentó el número de partidos relevantes o efectivos. Pero ese aumento de la fragmentación política no es exclusivo de Brasil. Desde la última década del siglo pasado, en gran parte de las democracias de América Latina se registra un incremento de la fragmentación de sus sistemas políticos, aunque de menor magnitud que la observada en Brasil.
Argentina, Chile, Colombia, Perú, México y la tradicionalmente bipartidista Costa Rica han visto acrecentarse en las últimas décadas el número de partidos representados en el Legislativo, así como el número de partidos relevantes. Excepciones destacadas a ese proceso son Bolivia y Ecuador, cuyos sistemas políticos han caminado en los últimos años en sentido opuesto: hacia una menor fragmentación. Uruguay, uno de los países con un sistema político más estable de la región, y tres partidos notorios desde la redemocratización, probablemente incremente ese número en la elección de octubre de este año, y es un hecho que el próximo presidente no contará con mayoría absoluta en el Parlamento, como fue el caso de los últimos tres gobiernos del Frente Amplio.
Ese es precisamente uno de los principales efectos del aumento de la fragmentación política en regímenes presidencialistas con representación proporcional: una menor representación del partido del presidente en el Congreso, y con ello se incrementa, obviamente, la dificultad de la gestión de gobierno.
En Brasil, en 1998 el partido del presidente Henrique Cardoso, el PSDB, tenía el 19% de los diputados. Hoy, el PSL de Jair Bolsonaro tiene el 10% y es uno de los dos partidos con más representantes en la Cámara Baja. En Argentina, en la elección de 1995, el Partido Justicialista (Peronista) del presidente Carlos Menem tenía el 51% de los diputados. Veinte años después, en 2015, el partido del electo presidente Mauricio Macri, el PRO, abarcaba aproximadamente el 16% de la Cámara y su coalición electoral, Cambiemos, el 33%. El Partido Justicialista (aglutinado en el Frente para la Victoria), que continuaba siendo el principal partido político del país, veía reducir su representación a aproximadamente el 37% de las bancas. En Chile, la coalición vencedora en 1993, Concertación para la Democracia, conseguía aquel año el 58% de los diputados, y el partido del presidente Eduardo Frei, la Democracia Cristiana, el 30%. Veinticinco años después, la coalición de gobierno presidida por Sebastián Piñera, el Chile Vamos, cuenta con el 46% de los diputados y, el partido del presidente, Renovación Nacional, el 23%. En Colombia, con una histórica tradición bipartidista entre liberales y conservadores hasta comienzos de este siglo, el partido del presidente electo en 1994, el Partido Liberal, obtuvo el 54% de los diputados. En la actual legislatura, electa en 2018, el partido del presidente Iván Duque, el Centro Democrático y el segundo con mayor representación en la Cámara, cuenta con poco más del 18% de los diputados.
La tendencia predominante de las últimas décadas en gran parte de las democracias de América Latina»
Mayor fragmentación política y partidos del presidente con menos representación. Esa es la tendencia predominante de las últimas décadas en gran parte de las democracias de América Latina. No obstante, exceptuando Chile, con un sistema bien establecido de dos grandes coaliciones electorales y de gobierno (y, en cierta medida, la experiencia de la coalición Cambiemos en Argentina, pero minoritaria en el Parlamento), los gobernantes latinoamericanos se muestran poco dispuestos a formar coaliciones de gobierno o ampliar sus coaliciones electorales, o poco hábiles para gestionarlas eficazmente. En Brasil, la mala gestión de Dilma Rousseff de su amplia coalición de gobierno, o la negativa del actual presidente Bolsonaro a buscar una coalición con otros partidos, son dos ejemplos de ambas dificultades. La opción del expresidente peruano Pedro Pablo Kuczinsky, o del actual presidente colombiano Duque, por gabinetes ministeriales minoritarios, conformados básicamente por miembros del partido de gobierno y ministros de perfil técnico no partidario, son otros dos ejemplos.
En sistemas presidencialistas, los gobernantes tienen mandato fijo y no precisan mayoría legislativa para mantenerse en el cargo durante todo el mandato, excepto cuando enfrentan procesos de impeachment. No obstante, la dificultad de aprobar las políticas de gobierno, especialmente las que implican reformas significativas, son mayores en situaciones de fuerte fragmentación política. En un reciente evento en la ciudad de San Pablo, el politólogo argentino Daniel Zovatto recordó que la mayoría de los presidentes latinoamericanos electos recientemente enfrentaron un rápido desgaste de su capital político por no contar con mayoría en el Parlamento y tuvieron consecuentes dificultades en la aprobación de reformas y la gobernabilidad.
La tendencia a una creciente fragmentación política —todo indica que continuará— requiere una gran capacidad de negociación por parte de los presidentes latinoamericanos con diferentes fuerzas políticas, incluyendo la capacidad de formar coaliciones de gobierno y una gestión eficaz de estas. Desafío complejo, pero cada vez más necesario, en el presidencialismo crecientemente multipartidario de las democracias latinoamericanas.
Foto de chavezcandanga en Foter.com / CC BY-NC-SA
Autor
Cientista político. Profesor de la Universidad Estatal del Norte Fluminense - UENF (Brasil). Doctor en Ciencia Política por el Inst. Univ. de Investigaciones de Rio de Janeiro - IUPERJ (actual IESP / UERJ). Postdoctorado en el Instituto de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca.