A quien disfruta del fútbol, seguramente le resultará familiar esta situación: su equipo favorito está jugando de manera sobresaliente, domina el partido, pero cerca del final, el equipo contrario anota un gol y se lleva la victoria. Es muy irritante, ya que durante la mayor parte del encuentro sólo hacía falta anotar un gol para ganar. Y es que en algún momento hace muchos años se establecieron las reglas del fútbol, acordando que el equipo que anotara más goles sería el ganador, no necesariamente el que hiciera menos faltas, jugara mejor o tuviera más pases acertados. Para ganar, hay que hacer más goles que el equipo rival.
Del mismo modo, en la democracia representativa las reglas para elegir a nuestros gobernantes son claras: cada persona tiene un voto que cuenta de manera igualitaria. El candidato que obtenga la mayor cantidad de votos gana, independientemente de la edad, educación o ingresos de los votantes. Sabemos que este sistema no es perfecto, pero como señaló Churchill, «la democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás que se han inventado».
Esta realidad lleva a muchos candidatos a puestos de elección a recurrir a estrategias populistas para ganar simpatizantes y votos. Frecuentemente, emplean mensajes que van desde lo cómico hasta lo inquietante, criticando a sus oponentes sin proporcionar una diferencia clara en propuestas concretas. Esta falta de claridad dificulta que la sociedad evalúe adecuadamente a los candidatos.
Como los jóvenes son usuarios activos de las nuevas redes socio digitales como TikTok, los políticos moldean sus mensajes para comunicarlos de una manera más informal a través de estas plataformas: hacen bromas, cantan, bailan y en general buscan captar la atención de este segmento y darse a conocer utilizando un tono entretenido. Sin embargo, es importante que tras la primera impresión, los jóvenes formen sus propias opiniones respecto a las propuestas de los candidatos y busquen fuentes de información confiables.
Diferentes fuentes de información, sean formales y sistemáticas como encuestas o informales y circunstanciales como comentarios en redes sociales o el boca-a-boca en círculos restrictos apuntan un problema de desaliento político-electoral entre los jóvenes. De hecho, son los jóvenes más privilegiados, en términos de educación, quienes más exhiben preocupación con la disminución de la participación ciudadana de su generación en la esfera política, más específicamente, en las elecciones. Persiste la sensación de que su voz no es escuchada en la política mexicana y consideran que faltan candidatos que los representen realmente. Y no es que no haya candidatos o políticos jóvenes, sino que no se identifican con ellos.
Las estadísticas revelan que, en las próximas elecciones de México de este año, los electores menores a 30 años representarán un considerable 27% del electorado. El interés de estos en la política es bajo y les resulta difícil encontrar mecanismos efectivos para ser escuchados. A estos jóvenes les preocupa que la realidad no cambie y los altos niveles de corrupción a pesar de los movimientos de poder partidistas. Algunos, desmotivados, consideran cancelar su voto, mientras que otros planean no participar en absoluto.
En todas las sociedades, los jóvenes son el motor del cambio social y la catapulta de nuevas ideas, así como el factótum de insatisfacción que lleva –por ejemplo- a exigir que se cumplan las expectativas depositadas en los gobernantes y a liderar la demanda de soluciones a sus problemas. Sin embargo, los estudios de opinión convalidan una percepción generalizada de que la política se ha vuelto un «gran negocio» lo cual alimenta la desconfianza y el alejamiento apático.
De hecho, uno de los temas preocupantes es la difundida creencia entre los jóvenes mexicanos que su voto no impactará significativamente en los resultados y en el futuro político nacional. Una de las interpretaciones para explicar dicho fenómeno es que las encuestas de preferencia electoral ayudarían a generar una percepción de triunfo distinta a sus preferencias, lo que les desanimaría a salir a votar.
La teoría de la «espiral del silencio» puede explicar este fenómeno: si percibimos que nuestra opinión no es compartida por la mayoría se puede dar una autocensura que incentiva a evitar la expresión de opiniones divergentes por miedo al aislamiento social. Y esta es una problemática al que se enfrentan las encuestas de opinión pública, en especial las de preferencias electorales. Ello produce una distorsión de la opinión que se mide, especie de profecía autocumplida ya que se fabrican opiniones en la dirección mayoritaria, aumentando la sensación de alienación y desaliento.
Esa paradoja es especialmente aguda entre los jóvenes universitarios. Son ellos quienes asumirán la responsabilidad social y el liderazgo cultural, político y empresarial al finalizar sus estudios, al mismo tiempo son los más propensos a expresar su desmotivación y preocupación con ello sin capacidad de reacción en la práctica. Parece difícil sensibilizar a los jóvenes de que participar activamente con el voto más allá del triunfo o no genera señales hacia el poder. Algo parecido ocurre con el desafío diario de ejercer el diálogo entre segmentos sociales, motor propulsor del interés en la política, superando la instancia eventual de la convocatoria a las urnas.
Como en la analogía del fútbol, los jóvenes quieren salir campeones del partido salteándose el esfuerzo y sacrificio que exigen los goles. Asimilar y aprender en la práctica las reglas de juego es un buen comienzo.
Autor
Doctor en Comunicación y Mercadotecnia Estratégica por la Universidad Anáhuac México. Tiene MBA por la Universidad de Texas en Austin y se desempeña como Director Ejecutivo de De las Heras Demotecnia, una consultora de investigación de opinión pública. Actualmente es el representante nacional de México en la Asociación Mundial de Investigación de Opinión Pública (WAPOR).