Vivimos en un mundo cada vez más desigual. Un mundo cada vez más dominado por grandes multinacionales que generan beneficios desorbitados mientras pagan salarios cada vez más precarios. En el 2023, Saudi Aramco, la gran petrolera saudí, reportó unos beneficios de más de 247 billones de dólares. Apple y Microsoft reportaron, respectivamente, 114 y 95 billones. Mientras tanto, los ingresos reales de muchos trabajadores de estas y otras empresas se mantienen congelados desde hace años. Este gran poder empresarial está profundizando las desigualdades. Pero no solo ello, lo hace a la vez que causa una constante degradación de nuestro planeta, con unas emisiones de gases de efecto invernadero que no paran de aumentar, llevando a las temperaturas globales promedios a un incremento de casi ya 2º centígrados (respecto a los niveles preindustriales).
La codicia y las desigualdades
La codicia del capital aumenta la pobreza y la desigualdad; los beneficios son la prioridad, por encima de todo. Jan Eeckhout, de la Universidad Pompeu Fabra, explica en su último libro, The Profit Paradox, cómo el éxito creciente de las grandes empresas ha incrementado las desigualdades salariales. Y es que más allá del poder empresarial, las grandes empresas han obtenido la mayoría de los réditos derivados de los avances tecnológicos. Así, la desigualdad ha aumentado dada la conjunción entre poder de mercado y un progreso tecnológico que favorece la productividad de unos a expensas del resto.
Por un lado, trabajadores que ven sus puestos de trabajo cada vez peor remunerados, maquinizados o desplazados a localizaciones de salarios más bajos. Y por el otro, consumidores que pagan precios innecesariamente altos. En palabras de Eeckhout, “en lugar de hacer llegar las ventajas que ofrecen las mejores tecnologías a los consumidores, estas empresas ‘superestrellas’ aprovechan las nuevas tecnologías para ganar márgenes aún más altos”.
El resultado es un mundo cada vez más desigual. Una desigualdad que se refleja cada vez más ya no tanto entre países sino dentro de ellos, y en particular dentro de las ciudades. Las ciudades más grandes del planeta, tanto en países ricos como pobres, concentran hoy por hoy tanto a los más ricos como a los más pobres. En ciudades como Londres, París, Shanghái, Lagos, Ciudad de México o Río de Janeiro conviven aquellos que amasan grandes fortunas al lado de miles que pasan hambre cada día. Se trata de dinámicas que generan importantes fracturas urbanas que actualmente socavan la cohesión social y que están detrás del auge del populismo reciente.
Como resalta el último informe sobre la desigualdad de Oxfam International, Desigualdad S.A., nunca en la historia de la humanidad había existido una desigualdad de ingresos y riqueza tan alta. Mientras la riqueza de los cinco hombres más ricos del mundo se ha duplicado desde el año 2020, la riqueza de los 5.000 millones más pobres se ha reducido. Este informe también pone el foco en el gran poder empresarial de unas multinacionales con creciente poder de mercado, que minimizan costos laborales a la vez que evaden el pago de impuestos.
La codicia empresarial no solo aumenta las desigualdades; también intensifica la gran crisis ecológica que vivimos. Y es que las grandes multinacionales son unas de las grandes responsables de nuestras emisiones de gases de efecto invernadero y la destrucción de ecosistemas. Las multinacionales son las grandes beneficiarias del deterioro de nuestro planeta y del sufrimiento de los más pobres.
Cambio climático y desigualdad
Pero más allá de la desigualdad en emisiones, el cambio climático que estas generan se ha convertido ya en otro factor de creciente importancia detrás de los aumentos recientes en la desigualdad. Con el aumento de temperaturas, las sequías, inundaciones y demás desórdenes climáticos se vuelven más frecuentes e intensos. Y todo ello, desafortunadamente, afecta de forma desproporcionada a los más pobres.
Lo anterior no es solo anecdótico; el análisis detallado de los datos muestra cómo en las últimas décadas los incrementos de las temperaturas ayudan a explicar la creciente desigualdad. En aquellas regiones donde más han aumentado las temperaturas también ha aumentado más la concentración del ingreso y la riqueza (ver “The far-reaching distributional effects of global warming”). Y es que los pobres son los más afectados por las sequías y desastres climáticos. Al depender en muchos casos de recursos naturales y agricultura, son los más vulnerables por su alta exposición y baja capacidad de adaptación.
Además, los pobres suelen vivir en zonas con mayor estrés climático y propensas a desastres como inundaciones, deslizamientos de tierra o incendios. Peor aún, el cambio climático está asociado a mayor incidencia e intensidad de conflictos por recursos menguantes, como el agua. También a menor productividad agrícola en las zonas tropicales (donde viven la mayoría de los pobres globales), mayor desnutrición y mortalidad infantil. Y a su vez, a mayor incidencia de enfermedades como la malaria y la tuberculosis. Todo esto no solo incrementa las desigualdades económicas, sino que también aumenta las diferencias en esperanza de vida en regiones donde es aún baja.
Un ejemplo de todo lo anterior es la realidad de muchas regiones del África Subsahariana donde las precipitaciones han casi desaparecido en las últimas décadas. La falta de lluvia ha destrozado allí los medios de vida de millones de personas, sumiéndolas en la pobreza y el conflicto y convirtiendo a varios países de la región, como Sudán, Sudán del Sur, Somalia y Eritrea, en verdaderos estados fallidos.
Colapso ecológico y social
Según el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), es ya casi inevitable que las temperaturas globales superen el umbral de los 2º de incremento, pudiendo llegar a los 4º de no reducirse drásticamente nuestras emisiones de gases de efecto invernadero. Estos incrementos están ya desencadenando catástrofes ecológicas de gran alcance. Los ecologistas estiman una tasa de extinción de especies actual al menos 1.000 veces superior a la normal, con hasta 150 especies desaparecidas cada año. Un colapso ecológico sin precedentes.
Y el ser humano no está al margen. El cambio climático y la degradación de ecosistemas alrededor del mundo van camino de convertirse en el principal motor detrás de las desigualdades globales crecientes, en la barrera más grande en la lucha contra la pobreza, y probablemente es la principal razón de conflictos alrededor del mundo.
¿Cómo evitar lo casi inevitable?
El creciente poder empresarial, las desigualdades en aumento y el cambio climático son problemáticas bastante conectadas y características de un sistema económico global que solo funciona bien para unos pocos a costa del sufrimiento de muchos otros y de un planeta en preocupante deterioro. Para evitar el colapso ecológico y social al que nos enfrentamos, hacen falta reformas profundas de ese sistema económico global, empezando por una descarbonización de nuestra sociedad. Y para ello hace falta voluntad y valentía política, así como renuncias a unos niveles de consumo del todo insostenibles. O actuamos ya o el colapso es inevitable.
Autor
Profesor de la Univ. Autónoma de Barcelona. Doctor en Economía por la Univ. de Barcelona. Master en Desarrollo del Centro de Asuntos Internacionales de Barcelona (CIDOB). Especializado en econ. internacional y econ. urbana.