Los países de la región se caracterizan por ser economías pequeñas y abiertas, lo que hace que su crecimiento esté fuertemente condicionado por el nivel de actividad económica global, en particular por Estados Unidos, China y la Unión Europea, que concentran cerca del 70% del comercio total de la región. Algunos estudios demuestran que, si el mundo crece 1%, la región lo hace de forma proporcional. Esta particularidad plantea múltiples desafíos para gestionar los acontecimientos externos, al tiempo que evidencia la necesidad de fortalecer la capacidad institucional y productiva de la región.
La respuesta de los países de América Latina a los cambios en el entorno internacional tiende a ser desigual o asimétrica. Cuando factores externos impulsan el crecimiento regional —como el aumento en los precios de los commodities— se observan mejoras en las condiciones económicas de la población. Sin embargo, cuando estos factores externos inducen una recesión, sus efectos suelen ser más profundos y prolongados que los de los períodos de bonanza, lo que refleja una mayor vulnerabilidad.

Esta asimetría puede explicarse por: estructuras productivas poco diversificadas y, en algunos casos, dependientes de los commodities y de la volatilidad de sus precios; concentración comercial en pocos socios; debilidad institucional; bajo encadenamiento productivo y rezagos en infraestructura y tecnología; y un alto grado de informalidad laboral.
Entre la formalidad y la sobrevivencia laboral
El mercado laboral en la región se caracteriza por una marcada dualidad en la estructura del empleo que se refleja en la coexistencia de dos perfiles opuestos. Por un lado, el empleo formal, que concentra en promedio al 48,7% de los trabajadores y se asocia con mejores condiciones laborales y salariales, así como con mayores niveles de productividad. Y, por otro lado, el empleo informal representa en promedio el 51,3% del total y, en contraste, ofrece condiciones precarias, con ingresos y beneficios laborales inferiores a los del sector formal.
En épocas de expansión, el empleo formal crece mientras disminuye el informal. Por el contrario, en períodos de desaceleración económica ocurre lo contrario: el empleo formal se contrae, aumenta la informalidad y el desempleo. Es decir, el empleo informal opera tanto como un sector de supervivencia —al ofrecer una alternativa inmediata de ingresos ante la pérdida del empleo formal en contextos donde los seguros de desempleo son poco eficaces— como una puerta de acceso al mercado laboral, dado que exige menores requisitos de productividad para quienes inician su vida laboral.
En el caso del desempleo, suele mantenerse prácticamente inalterado independientemente de la fase del ciclo económico, ya que la mayor parte del ajuste se concentra en la dualidad del empleo. Por ejemplo, durante el principal periodo de auge económico de América Latina y el Caribe en lo que va del siglo (2004–2006), con un crecimiento promedio anual del 4,7%, la tasa de desempleo fue del 7,6%. En contraste, en el periodo de menor expansión —sin considerar la pandemia de Covid-19— entre 2014 y 2016, con un crecimiento promedio de apenas 0,46% anual, el desempleo registró una tasa similar (7,7%).
Por ello, no resulta sorprendente que varios países latinoamericanos presenten tasas de desempleo relativamente bajas, incluso inferiores a las de algunas economías desarrolladas. En promedio, entre 2000 y 2024, la tasa de desempleo en América Latina fue del 7,7%, mientras que en la Unión Europea alcanzó el 8,7%. Esta aparente estabilidad no refleja una situación de pleno empleo, sino más bien un escenario de dualidad laboral que requiere un análisis bajo una óptica distinta.
Un estudio realizado por la Universidad de las Américas (UDLA) para 16 países de América Latina encontró que el empleo asalariado —en su mayoría formal— no reaccióna ante los aumentos de la demanda externa. Una posible explicación es la combinación de altas regulaciones y baja eficiencia del mercado laboral: los procesos de contratación son lentos y costosos, lo que lleva a las empresas a evitar incorporar personal en épocas de bonanza y optar, en cambio, por aumentar las horas de trabajo.
Por el contrario, cuando la demanda externa se reduce, sí se observa una caída del empleo asalariado. Esto confirma que los periodos de crisis afectan con mayor fuerza, generando despidos en empleos de calidad y profundizando la precariedad del mercado laboral en la región. Además, el estudio identificó que el empleo por cuenta propia —en su mayoría informal— responde de forma desigual a los ciclos externos: aumenta con mayor fuerza y persistencia durante las crisis que lo que se reduce en los períodos de bonanza.
Una dinámica similar se observa en el desempleo, aunque con menor intensidad y una respuesta más tardía. Esto evidencia que las recesiones externas deterioran las condiciones del mercado laboral en la región con mayor profundidad y duración que los períodos de expansión logran mejorarlas.
Por lo tanto, las buenas condiciones económicas no logran traducirse en mejoras sostenidas del empleo. El trabajo asalariado no aumenta debido a diversos factores estructurales de la región, como la estructura productiva, la normativa laboral, la baja acumulación de capital humano y las estrategias empresariales de contratación, entre otros. Sin embargo, cuando las condiciones empeoran, se produce una marcada precarización laboral, reflejada en la reducción del empleo asalariado y el aumento del trabajo por cuenta propia. Además, esta precarización no solo afecta la calidad del empleo, sino también su cantidad. Con el tiempo, incluso el trabajo por cuenta propia resulta insuficiente para sostener económicamente a los hogares, lo que lleva a que muchos trabajadores terminen atrapados en el desempleo.
Diversificación y formalización: pilares para un futuro mejor
Estos hallazgos evidencian que América Latina necesita con urgencia repensar su forma de enfrentar los ciclos económicos globales. En el plano de las políticas públicas, resulta esencial avanzar hacia reformas estructurales que acompañen la trayectoria laboral de las personas con educación, estabilidad y protección efectiva. Esto implica fortalecer los sistemas educativos como principal herramienta para mejorar la empleabilidad y las oportunidades a lo largo de la vida laboral; simplificar trámites y modernizar los mecanismos públicos que faciliten la creación de empresas y la contratación; revisar la carga y complejidad tributaria que limita la formalización; y consolidar mecanismos de protección social —como seguros de desempleo más eficientes— que permitan a los trabajadores enfrentar los periodos de crisis sin verse obligados a recurrir a la informalidad.
Además, es indispensable fomentar un entorno de inversión competitivo y potenciar las industrias más productivas, aquellas capaces de diversificar la estructura económica y reducir la dependencia de unos pocos sectores o mercados externos. Sin una institucionalidad más sólida y una estrategia de desarrollo clara y de largo plazo, la región continuará atrapada en esta dinámica de crecimiento efímero y retrocesos profundos.
En este marco, el sector privado debe asumir un rol más activo en la transformación del mercado laboral. Es fundamental que las empresas apuesten por la formalización, no solo como una obligación legal, sino como una inversión estratégica en productividad, estabilidad y bienestar para sus trabajadores. En contextos de crecimiento, resulta igualmente importante que las compañías puedan responder con mayor agilidad al aumento de la demanda, evitando estructuras rígidas que limiten la contratación y la expansión sin descuidar las garantías del trabajador.Impulsar la capacitación laboral, la digitalización y la innovación empresarial es clave para facilitar esta transición hacia un entorno más competitivo y sostenible. En síntesis, la región debe romper con la inercia de reaccionar tarde y con costos sociales elevados ante las crisis externas. Solo así será posible construir un mercado laboral más resiliente, productivo y capaz de transformar los períodos de bonanza en crecimiento sostenido que mejoren la calidad de vida de la población.












