A principios del siglo XX, el psicólogo estadounidense Abraham Maslow desarrolló su teoría acerca de las necesidades que guían a los seres humanos. Las clasificó entre necesidades más básicas o fisiológicas para la subsistencia, como la comida, el techo y el descanso, y necesidades de orden mayor o más sofisticadas, entre las que se encontraban la autoestima y autorrealización. Maslow suponía que una vez satisfechas las necesidades más elementales los individuos comenzarían a preocuparse por las necesidades de naturaleza más compleja.
Las ideas de Maslow inspiraron al politólogo Ronald Inglehart para teorizar acerca de lo que llamó valores materialistas y posmaterialistas, ejes que permitirían entender las elecciones y acciones de los ciudadanos en diferentes sociedades. Según sus estudios, los individuos con valores materialistas se caracterizaban por tener menores niveles socioeconómicos y se centraban en demandar hacia el sistema político cuestiones como salarios dignos, jornadas de trabajo justas, etcétera. Mientras que, por otro lado, los posmaterialistas, que tenían cubiertas las necesidades más básicas para la subsistencia, se centraban en demandar hacia el poder público soluciones para otras preocupaciones tales como el cuidado del medio ambiente, la libertad de expresión o algunos derechos que nuestros padres o abuelos no se hubiesen imaginado, como el matrimonio entre personas del mismo sexo, la despenalización del aborto y los derechos de los animales, por mencionar algunos.
El planteo de Inglehart suponía una progresión de la humanidad en valores que repercutirían en formas específicas de organizar políticamente cada sociedad. Así, el predominio de individuos con valores posmaterialistas pavimentaría el camino para el surgimiento de regímenes democráticos pluralistas y respetuosos de las libertades civiles y derechos políticos, mientras que sociedades donde rigen principalmente valores materialistas se preocuparían menos por la tolerancia social y prioridades éticas o ambientales y colocarían su énfasis en favor del orden, la seguridad material y la subsistencia financiera inmediata. En consecuencia, donde predominen valores materialistas las democracias vigorosas tienen menos chance que los desvíos autoritarios, incluyendo los experimentos populistas, capaces justamente de seducir a las grandes mayorías por su promesa de bienestar material y disciplina social por encima de otras prioridades.
¿Es el surgimiento de los liderazgos populistas el resultado de sociedades concentradas en valores materialistas?
Los discursos anclados en la antipolítica, la entronización de la fuerza y la represión en favor del orden y contra las sutilezas del equilibrio de poderes o los procedimientos institucionales respetuosos de libertades y derechos, y el compromiso retórico con políticas que solventen las necesidades más básicas de la población como su alimentación, hacen especial eco entre los más necesitados, aquellos que fueron más duramente impactados por la desigualdad social y la brecha económica resultante de la globalización.
Para esos sectores vulnerables y sensibles a un discurso que los pone como prioridad oficial, el surgimiento de los liderazgos populistas no solo los representa al nivel de sus necesidades y valores sino que también pueden interpretar su apoyo a esas propuestas autoritarias y demagógicas como una apuesta por una respuesta democratizadora. ¿De qué manera? En general en el mundo y en América Latina hemos observado en los últimos años cómo el sentimiento de insatisfacción con la democracia ha venido en aumento, mientras que es cada vez más común que en los diferentes barómetros de opinión la ciudadanía apoye la opción por un gobierno no democráticos como preferible, bajo la condición o promesa de que sean capaces de solucionar problemas relacionados con la economía y las necesidades básicas para la subsistencia.
El aumento en la preferencia de los ciudadanos de diversos países por líderes populistas (como Brasil, Argentina, México o incluso democracias como la estadounidense) puede ser preocupante, pero es plausible pensar que sea una respuesta coherente con las creencias elementales de dichas sociedades, afectadas por un proceso de creciente desigualdad económica, exclusión social y precarización de sus estilos de vida. En otras palabras, esos liderazgos no surgen por generación espontánea, sino que en muchos casos son justamente el reclamo ante una forma de gobierno (democracia) que ha dejado de responder a necesidades que se esperaba que solventará.
El caso mexicano
Casos como el mexicano ilustran lo anteriormente dicho. En 2018 llegó a la presidencia de la república un líder populista, Andrés Manuel López Obrador, quien ganó la presidencia de la república con un partido político de reciente creación, además de la mayoría en el Congreso y de las gobernaturas en disputa. Para las posteriores elecciones intermedias de 2021 este partido siguió creciendo, de tal manera que el sistema de partidos que se había mantenido estable desde la llamada transición mexicana a la democracia ubicada en el año 2000 colapsó, dejando al PRD y al PRI al borde de la extinción.
Aquí entran en juego algunos elementos discursivos en la campaña de AMLO, pero también algunas acciones durante su mandato como presidente, para entender su éxito. Los eslóganes más importantes de AMLO en dos de sus tres postulaciones a la presidencia de la república han estado basados justamente en la respuesta ante demandas materialistas. Por ejemplo, en 2006 el eslogan de campaña de este actor fue “Por el bien de todos, primero los pobres”; para 2012, lo acompañó la leyenda “El cambio verdadero está en tus manos”, y, finalmente, en 2018 la frase rectora de su campaña fue “Por el bien de México, primero los pobres”. La campaña de 2018 de AMLO se centró en temas como la corrupción y la economía, conectados a la idea de generar orden, seguridad y bienestar material para los necesitados.
El gobierno de López Obrador se ha centrado en cuestiones económicas como pensión a adultos mayores o becas a estudiantes de diferentes niveles, entre otros apoyos orientados a cubrir necesidades básicas para la subsistencia, y ello contribuye a explicar sus niveles de popularidad social. Valores posmaterialistas vinculados con la ética, el medioambiente, los derechos civiles y la pulcritud institucional y respeto de las normas democráticas brillan por su ausencia, ya que no resuenan en las cabezas y corazones de las mayorías materialistas. Bajo esa lógica, la defensa de la institucionalidad republicana se presenta como un olvido a los más necesitados y sus prioridades: asegurar su subsistencia. El populismo emerge, así, como una respuesta que busca representar el balance de valores vigentes en la sociedad.
Texto presentado en el marco del acuerdo entre WAPOR Latinoamérica y la Revista Mexicana de Opinión Pública.
Autor
Cientista político y profesor de la Universidad de Guanajuato. Maestrante en Análisis Político por la Universidad de Guanajuato (UG) y licenciado en Ciencia Política por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).