El discurso de Javier Milei ante empresarios y gobernantes en el Foro Económico Mundial de Davos del 2024 parecía una síntesis, un tanto caricaturesca, de la pobreza intelectual del libertarismo contemporáneo. De no ser por los peligros que encierra dicha ideología para el orden democrático moderno, no valdría las líneas de este comentario. La argumentación de la ideología libertaria se podría resumir en una línea: “La causa del bienestar de las naciones es la sagrada propiedad privada sobre todos los recursos y su peor enemigo es el Estado”. En vista de que el libertarismo está ganando cada vez más fuerza en el continente, permítasenos contrastar dicha ideología con algunos de los avances más recientes de la teoría económica, poniendo el énfasis en las contribuciones de la economista italo-norteamericana Mariana Mazzucato, quien, dicho sea de paso, estaba entre los principales invitados del mencionado Foro de Davos de este año.
El libertarismo y su noción de Estado
Para iniciar, vamos a tomar dos conceptos relevantes de la economía política, Estado y Mercado, que parecen estar en el centro del paradigma libertario. Hablando en términos económicos, el Mercado como concepto o noción parece estar en continuo movimiento, no solamente lineal, sino incluso pendular. Para usos prácticos, vamos a tomar la definición de Gregory Mankiw, autor del libro de texto Principios de economía: “Un mercado es un grupo de compradores y vendedores de un determinado bien o servicio. Los compradores determinan conjuntamente la demanda del producto, y los vendedores, la oferta”. Las demás definiciones de este concepto serían algunas variaciones específicas según el área de acción del sujeto que la representa: mercadólogo, especulador de bitcoins, corredor de propiedades o académico.
Por otro lado, la definición de Estado parece haber tenido muchas más controversias en la historia de la humanidad. La mayoría de ellas se han referido a la relación del Estado con el poder o con la violencia, sea esta legítima o legal. Históricamente la noción con la que nuestra “certeza sensorial” percibe el Estado depende ciertamente de su contexto histórico concreto. No tienen la misma percepción de Estado los habitantes de un régimen despótico como Corea del Norte que los ciudadanos de un Estado democrático como el alemán o el francés. El llamado Estado de Derecho, cuya definición aprendemos ya en la escuela secundaria, está dividido en tres poderes independientes entre sí: el ejecutivo, el legislativo y el judicial. Si bien la percepción y la consecuente definición del Estado como concepto es un proceso de constante cambio en el devenir histórico, su relación con otros aspectos de la vida humana como la economía parece adquirir mayor relevancia según las coyunturas y el contexto.
La interpretación libertaria de la economía parece haber descubierto que la relación Estado-Mercado es como la relación entre el agua y el fuego: antagónica, el uno supone la destrucción del otro. Desde que Adam Smith formuló su famosa metáfora, surgió una suerte de malinterpretación que adjudicaba al filósofo escocés la intención, de por si inexistente, de que la riqueza de las naciones surgió como resultado de un mercado “conducido por una mano invisible” y no por el Estado. Y aunque en innumerables investigaciones se ha llegado a demostrar que dicha metáfora se refiere más al sistema moral, político y económico republicano opuesto al Ancien Régime, parece que ya no es posible expulsarla del léxico económico. La usan los marxistas ortodoxos para vilipendiar al pobre Adam Smith y la usan también neoliberales y libertarios recalcitrantes para tratar de bendecir sus esotéricas visiones sobre una pretendida “naturaleza humana” en la cual no existe ni lo colectivo, ni la sociedad, sino solamente individuos, y en la que el valor de las cosas no es el resultado del trabajo sino del intercambio entre propietarios capitalistas. Esto para expresarlo en un lenguaje cáustico tan propio de los libertarios recalcitrantes.
En nuestra opinión, ver la relación entre Estado y Mercado como una contradicción antagónica es, de hecho, una distorsión de la realidad, que corresponde a un enfoque positivista de las ciencias económicas. La relación entre el Estado y el Mercado surge de hecho en la misma cuna de ambos conceptos. Para que tengan lugar los intercambios entre los agentes del mercado, tienen que existir normas que permitan que dichas relaciones culminen en resultados. Es decir, el surgimiento de las normas (Estado) es, en cierta medida, el resultado de la necesidad del intercambio (Mercado). La necesidad del intercambio, por su parte, depende de la índole de los bienes que no siempre están distribuidos conforme a una determinada voluntad, sea esta individual o colectiva. Existen bienes escasos y existen también bienes abundantes, para mencionar solo dos de las muchas índoles.
Es precisamente dicha lógica la que nos permite incluso definir el concepto de Libertad (en mayúsculas) como “la verdad de la necesidad” y no como algo abstracto entendido, según los libertarios, como “la ausencia de coerción”, sin conexión con su realización concreta. Parafraseando a Hannah Arendt, la violencia como forma de coerción no es más que una expresión de la falta de poder y no lo contrario. Es por ello que la más profunda contradicción de la ideología libertaria es el llamado a reprimir toda acción orientada a exigir el derecho de propiedad sobre el trabajo como creador de valor. La relación Estado–Mercado, en tanto que una relación de negación continua, no antagónica, es una relación dialéctica.
En este sentido, analizarla desde una perspectiva puramente positivista (o lo uno, o lo otro), nos lleva a aspirar extremos inalcanzables en la práctica. Resulta un tanto paradójico que tanto Marx como Von Mises aspiren a la eliminación del Estado. Fue el error de Marx al darle la vuelta a Hegel en su interpretación del Estado y es el error de Menger y Von Mises al darle la vuelta a la teoría del valor-trabajo definida por Smith y Ricardo. Es aquí donde los libertarios caen en una trampa conceptual que los lleva a un callejón sin salida. Por ello terminan rechazando no solo a Platón y a Hegel sino también a Adam Smith, a David Ricardo e incluso a Robert Solow.
La misión de Mariana Mazzucato y el Estado emprendedor
Mariana Mazzucato es, desde hace algunos años, una de las representantes más destacadas de la teoría económica moderna. Su producción académica la convierte, de por sí, junto a Thomas Piketty y Dani Rodrick, entre muchos otros, en uno de los pilares intelectuales más serios de la economía política de la transformación. Dentro de su vasta producción intelectual destacan, para mi gusto, dos obras controversiales: El Estado Emprendedor y El valor de las cosas. “Mucho ojo con Mazzucato, la economista más temible del mundo”, titulaba Helen Rumbelow una reseña de esta brillante profesora en Economía de Innovación y Valor Público y directora del Instituto para Innovación y Propósito Público en el University College London (UCL). “La agitadora de la Economía”, la llamaba Bob Simison, en una semblanza publicada en la revista Finanzas y Desarrollo del Fondo Monetario Internacional. Ya con estas credenciales, no son de extrañar los furibundos ataques de economistas libertarios y neoliberales contra sus propuestas de transformación.
Dado lo limitado del espacio, queremos referirnos, en esta ocasión, someramente a dos de sus obras: El Estado emprendedor y Cambio transformacional en América Latina y el Caribe. Bajo el lema de “volver a pensar en grande”, Mazzucato levanta el guante que han tirado tanto los economistas libertarios como los neoclásicos para entrar de lleno en la batalla del discurso en torno al papel del sector público en el desarrollo económico, sin caer en las tentaciones intervencionistas del marxismo ortodoxo. No se trata de reducir al Estado al mínimo, convirtiéndolo en un simple ente regulador de las distorsiones del mercado. Pensar en grande significa para Mazzucato “empoderar a los gobiernos para concebir una dirección en el cambio tecnológico e invertir en esta dirección, crear mercados en lugar simplemente de arreglarlos”.
Pensar en grande tiene que ver, en segundo lugar, con la política fiscal. Se trata de liberar al gasto público de las presiones del corto plazo para impulsar inversiones de largo plazo, que permitan la creación de nuevos mercados en lugar de adaptarse a los ya existentes. Nadie está aquí limitando la “acción humana” del sector privado. Todo lo contrario, se trata de estimular la libertad de los actores que quieren desarrollar sus nuevas ideas en territorios desconocidos hasta ahora. En su libro la autora demuestra con informaciones convincentes que el éxito de empresas como Apple y Google o incluso el descubrimiento del internet y la llegada a la Luna no hubiesen sido posibles sin las enormes sumas movilizadas por el Estado emprendedor norteamericano a través del gasto público.
En tercer lugar, hace hincapié en el hecho de que si bien es cierto que las empresas exitosas se beneficiaron en su momento de las inversiones estatales, estas se han resistido siempre a retribuir dichos beneficios en forma de impuestos para promover una distribución más equitativa de las ganancias. Se ha acentuado, con el devenir del desarrollo capitalista moderno, la socialización del riesgo, mientras que se han privatizado cada vez más los beneficios. Por eso Mazzucato propone sustituir la relación parasitaria de la empresa frente al Estado en las asociaciones público-privadas por una innovación público-privada simbiótica de beneficio mutuo. Esto implica inevitablemente impedir que empresas como Apple sigan declarando sus impuestos en paraísos fiscales como Islas Vírgenes o Luxemburgo y no lo hagan en el estado de California, donde fueron creadas con recursos estatales.
Misión y transición energética
Parafraseando a Polanyi en su legendario libro La gran transformación: crítica del liberalismo económico (1944), Mazzucato afirma que el Estado fue el creador del mercado más “capitalista” de todos, el “mercado nacional”. De hecho, esta es la esencia de una de las categorías básicas del enfoque de Mazzucato: «las Misiones». Estas representan objetivos bien definidos, que se centran en resolver importantes desafíos económicos, sociales y medioambientales, que solo pueden ser asumidos como parte de una estrategia de orden nacional o regional. Con ayuda de las Misiones, los responsables de las políticas del Estado tienen la oportunidad de determinar la dirección del crecimiento realizando inversiones estratégicas en diferentes sectores y fomentando nuevos entornos industriales que el sector privado pueda desarrollar aún más. Un entorno y no un sector determinado es el objetivo estratégico de una Misión.
Quizás manteniendo esta línea de “pensar en grande”, Mazzucato propone, en el Informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), retomar la olvidada agenda de la industrialización ya bajo una nueva perspectiva. Ni la vieja historia de la “industrialización vía sustitución de importaciones”, promovida en los años 60 del siglo pasado, ni la de la liberalización promovida por el Consenso de Washington en la llamada “década perdida” de los años 90 pueden ser un camino viable para América Latina. En lugar de sectores, por ejemplo la explotación de determinados recursos minerales, como el litio, o agrarios, como la soja, se propone la inversión pública en entornos. Uno de estos podría ser el cambio climático.
Asumiendo la lucha contra el cambio climático como una “misión”, se podría desarrollar una estrategia que permita “invertir e innovar en las esferas de los nuevos materiales, los nuevos servicios digitales, las nuevas formas de movilidad y la nueva función de los recursos naturales”. Otros posibles entornos son las brechas digitales o los retos sanitarios. Nos vamos a detener un poco en los retos del cambio climático, especialmente si tomamos en cuenta que Mazzucato ya había desarrollado el tema en los capítulos 7 y 8 de su El Estado emprendedor.
Lo positivo de este informe radica en que se intenta formular esta innovadora estrategia de las Misiones para una región, América Latina y el Caribe, víctima de una serie de retos estructurales, entre los cuales los más sobresalientes son la baja productividad, la débil institucionalidad y la enorme desigualdad. El hecho de reformular el papel del Estado, después de haber experimentado el fracaso del modelo neoliberal y del modelo extractivista, representa, de por sí, un avance a ser tomado en cuenta.
El estudio parece estancarse, sin embargo, en un nivel sumamente general, aun si tomamos en cuenta las iniciativas o “casos” descritas en el capítulo IV. En el caso de Centroamérica se toma como ejemplo la Estrategia Energética Sustentable 2030, una estrategia elaborada por la CEPAL en colaboración con la Secretaría de Integración Centroamericana (SICA). Uno de los tres objetivos de dicha estrategia es aumentar el uso de energías renovables, cuyo enorme potencial en la región es de sobra conocido. A pesar de que se menciona el hecho de que aún no se han alcanzado los objetivos previstos, este apartado nos da escasas pistas en torno a los potenciales y las debilidades de dicha estrategia que justifiquen un enfoque basado en Misiones.
Por otro lado, surge, entre otras, la pregunta de la pertinencia. Para el caso de la región centroamericana sería interesante, por ejemplo, conocer la relevancia estratégica de las posibles Misiones a ser tomadas en cuenta. No se puede negar que el acceso a la energía y su eficiencia son de vital importancia. Sin embargo, en vista de la crónica escasez de capital y del reducido espacio fiscal de países tan pobres como los centroamericanos, hubiese sido importante conocer, por lo menos en la introducción, los retos vinculados a la mitigación (“corredor seco”) o a la adaptación (“tormentas tropicales”) que podrían afectar de una u otra forma a los otros aspectos del cambio climático. Hubiese sido interesante, de igual manera, saber de qué forma las estructuras burocráticas sobrecargadas y la falta de personal calificado, mencionadas en el Capítulo V, han tenido un impacto negativo en el entorno de lucha contra el cambio climático en Centroamérica. Para evitar caer en los ya conocidos lugares comunes de lo general, esta estrategia deberá superar el discurso normativo referente a “lo que se debería hacer”, típico de los discursos institucionales, aterrizando en la fase de implementaciones concretas. Recién a través de la experiencia se podrá comprobar cuán robusta es la teoría, que a primera vista resulta muy prometedora.
Autor
Doctor en Economía e investigador del Instituto SUEDWIND (Alemania). Fue investigador jefe del Depto. de Políticas de Desarrollo de dicho instituto y representante de Alemania ante la red europea no estatal para el desarrollo CONCORD.