Ya lo sabíamos: Evo Morales quiere seguir siendo presidente. Muchos bolivianos quieren que siga siéndolo, cierto. Pero no la mayoría nítida (51%) de los que participaron en 2016 en el referéndum convocado por el oficialismo para decidir sobre su reelección sin límites, como los del artículo 168 de la Constitución.
Un referéndum, supongamos que sin conceder, porque es debatible, suficientemente legítimo y además legal, pero contra texto constitucional respetable y, finalmente, más prodemocrático. Evo desobedece el resultado (también suficientemente legítimo y legal) y la Constitución para buscar satisfacer sus deseos presidenciales. El Tribunal Constitucional y el Tribunal Supremo Electoral le han obsequiado la posibilidad jurídica de satisfacción. Lo ha hecho el Constitucional con argumentos bastante cortos y acaso personalizados, aunque terminen por autorizar la reelección extendida de asambleístas, concejales y otros cargos: usando la idea del derecho de todo individuo de votar y de ser votado, que está plasmada en la Convención Americana sobre Derechos Humanos, los magistrados privilegiaron una idea sobre los derechos políticos de individuos ya poderosos, para, en los hechos, “garantizar” el “derecho” del Ejecutivo encarnado en Evo a ser votado en cualquier cantidad de elecciones, aunque pasando por encima de necesidades institucionales y culturales del futuro democrático boliviano. ¿Sabrán el daño que hacen a la democracia y al nombre de Evo Morales?
La reelección presidencial no es inherentemente antidemocrática y viceversa, pero sí es democráticamente conveniente limitarla, sobre todo en contextos históricos como el de Latinoamérica. Tiene sentido limitar el ejercicio presidencial a pocos periodos, consecutivos y no consecutivos; todo, bajo sistemas electorales que protejan la competitividad e institucionalicen la incertidumbre, como dijera el politólogo Adam Przeworski (certeza institucional sobre el proceso democrático de competencia, sin que, en general, sepamos de antemano el resultado por no haber ganadores prefijados por “el sistema”). No significa lo mismo la posibilidad de reelección ilimitada de miembros de poderes legislativos que la de titulares de poderes Ejecutivos unipersonales. Mucho más que limitar la reelección legislativa, limitar la reelección presidencial consecutiva en una democracia es a favor de la democracia. Incluso en casos de presidentes que puedan gustarnos, sean de izquierda o de derecha, como el caso de uno que a mí me gusta por su progresismo: Franklin Delano Roosevelt (hoy, y cuando menos desde 2008, FDR sería capitalista pero antineoliberal, o antineoliberal pero capitalista). La experiencia de Estados Unidos con Roosevelt y tras él es digna de consideración.
Nota anti- “antimperialistas”: no creo que Estados Unidos sea el modelo infalible por imitar ni nada parecido. ¡Y menos ahora con el desquiciado Trump! Es solo que en el detalle institucional de la reelección en la Presidencia tiene un buen equilibrio que es importable o adaptable: periodo de cuatro años y posibilidad de reelegirse por una sola ocasión. Es la Enmienda 22: “Ninguna persona será electa para el cargo de Presidente más de dos veces”. Es decir, dos periodos completos de Gobierno como máximo y una sola posibilidad de reelección. La otra parte de la cláusula dice que “una persona que haya tenido el cargo de Presidente, o actuado como Presidente, por más de dos años de un periodo para el cual otra persona fue electa Presidente, no será electa para el cargo de Presidente más de una vez“. El origen de esta enmienda constitucional tiene que ver con la presidencia rooseveltiana.
¿Qué pasa cuando no hay ni circunstancias extraordinarias ni personajes de la talla y calidad de Franklin Roosevelt?
Antes de Roosevelt, la Constitución permitía al presidente reelegirse indefinidamente. Con total exactitud: el texto constitucional no prohibía al titular de la Presidencia buscar y competir por ser reelecto para cualquier cantidad de periodos, fueran sucesivos o no. Ulysses Grant quiso reelegirse por tercera vez en 1880, pero no obtuvo la candidatura de su partido. Teddy Roosevelt buscó sin éxito ser presidente por tercera vez en 1912; lo hizo después de que en 1908 decidiera no buscar la reelección para un tercer periodo consecutivo. El único que deseó, intentó y logró ser presidente tres veces, y tres seguidas, fue nuestro Roosevelt, quien rompió, así, la esencia de la regla no escrita que quisieron pero no pudieron romper Grant y el otro Roosevelt: no quedarse en la Presidencia por más de dos periodos en atención al ejemplo de George Washington, quien solo tuvo una reelección. Y FDR no solo fue reelecto por una inédita segunda vez y para un inédito tercer periodo en 1940: fue reelecto por tercera vez para un cuarto periodo en 1944. De no haber muerto antes, habría sido presidente de Estados Unidos de 1932 a 1948, durante 16 años, casi 4 menos de los que Evo Morales acumularía, de ganar su tercera reelección y cuarto periodo presidenciales.
Sin duda, me parece mejor que Roosevelt haya ocupado la Presidencia no solo después de la crisis financiera de 1929, sino durante la Segunda Guerra Mundial, pero no pueden obviarse dos grandes hechos: por un lado, las circunstancias implicadas fueron extraordinarias en todos los sentidos; por el otro, fue mejor para la democracia estadounidense que la Enmienda 22 fuera aprobada por el Congreso federal en 1947 y ratificada por una mayoría de estados en 1951. ¿Qué pasa cuando no hay ni circunstancias extraordinarias ni personajes de la talla y calidad de Franklin Roosevelt?
La configuración de cuatrienio presidencial y posibilidad de reelección para un periodo más es una muy buena solución democrática. Cuando existe sexenio, como en México, puede ser mejor prohibir toda reelección presidencial. Si en México se quisiera tener, lo mejor sería entonces disminuir el periodo de 6 a 4 años y solo permitir la reelección inmediata por una sola vez. Son mejores esquemas por ser menos problemáticos y menos desestabilizadores, con mejores mensajes contextuales para la cultura política. Los modelos evistas de fondo (antes, quinquenio con dos reelecciones continuas y, ahora, quinquenio con tres reelecciones o reelección ilimitada) no son mejores. Para nada. No lo son si se piensa en la dimensión estabilidad, pero tampoco si se piensa realistamente en la dimensión democratización real en un sistema presidencial latinoamericano. Sexenio o quinquenio y una sola reelección inmediata podría ser todavía aceptable genéricamente, pero quinquenio y dos o más reelecciones no es aceptable ni genéricamente ni específicamente. ¡No más, Evo!
Así como Evo Morales debe pensar en “su gente”, también debería pensar en la democracia más allá de él. Debería pensar también en su nombre. Que eso no sería egoísmo. Para mí, sin ser acrítico, su legado hasta el momento es mejor que el de Correa, mucho mejor que el de Chávez e infinitamente superior al de Ortega y Maduro. No hay que tirarlo reeleccionistamente por la borda.
Autor
Cientista político, editor y consultor. Ha trabajado en el Centro de Investigación y Docencia Económicas - CIDE (Ciudad de México) y en la Universidad Autónoma de Puebla.