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Junio de 2013: la gran revuelta plebeya en Brasil

Las gigantescas manifestaciones de junio de 2013 en Brasil cumplen 10 años y a muchos les cuesta entenderlas. Algunos, por interés propio y ceguera política, persisten en tesis absurdas sobre su apertura al fascismo y a supuestas guerras híbridas. Otros pretenden definir las bases de estas manifestaciones a partir de las clases sociales, en nuestro marxismo cotidiano, propugnado incluso por un buen número de analistas liberales. Otros señalan correctamente la pluralidad de puntos de vista y de reivindicaciones que estaban presentes en las redes sociales y en las calles. Por último, las movilizaciones populares antes y después de ese mes amplían el foco de análisis. Junio de 2013 fue, en efecto, muchas cosas. Lo que suele faltar es una interpretación política del fenómeno, uno de esos raros momentos de la historia en que las masas se ponen en movimiento de forma autónoma.

La democracia liberal es intrínsecamente un régimen mixto. Es democrática, pero también oligárquica. Algunos, en sus albores, quisieron concebirla como dirigida por una «aristocracia de espíritu» electiva. Otros subrayaron cómo una capa superior de políticos tendría la tarea de domar el carácter democrático del sistema. Inicialmente reacio a la democracia, el liberalismo se fue democratizando a lo largo del siglo XX. Paradójicamente, ello se produjo en gran medida a través de grandes organizaciones, partidos de masas, sindicatos y asociaciones, controlados por oligarquías internas, que sin embargo canalizaron el deseo popular de participación, apoyándose en el voto, pero más allá de él. Fuerzas sociales centrípetas, basadas en identidades tradicionales o en hechos materiales, ya sea la religión o la pertenencia a una clase obrera numerosa y concentrada, facilitaron la construcción de este tipo de organización.

Brasil participó en este proceso, en el que la democracia se democratizó sin perder sus elementos oligárquicos fundamentales. En el régimen post-militar, la democracia se profundizó, tardíamente en relación a otros países, evidenciando, por otro lado, un carácter mucho más oligárquico del sistema.

A partir de los años 70, se observa un fuerte retroceso del elemento democrático de la democracia, con la estatización de los partidos y un progresivo cierre del sistema político. También se fueron disolviendo las fuerzas centrípetas, con cambios en el mundo laboral que lo hicieron más fluido y la pluralización de las identidades sociales, religiosas, de género, etc. Las fuerzas centrífugas han pasado a predominar. Se perdió la conexión paradójica y virtuosa entre las grandes organizaciones y la participación popular. Los partidos y los políticos prestaron cada vez menos atención a la población, que se siente cada vez más excluida y ve cada vez más a los políticos como agentes interesados. Brasil siguió en la misma dirección, agravada por los problemas anteriores.

La de 2013 fue la gran revuelta plebeya de la historia brasileña. También fue simultánea a otras que estallaron en todo el mundo, poniendo al sistema político radicalmente en jaque. Este sistema fue luego consumido por luchas intestinas y tuvo que enfrentar el embate del poder judicial. Pero poco a poco se recuperó y creó mecanismos para bloquear cualquier amenaza a su reproducción. Se ha vuelto aún más oligárquico, como demuestra la apoteosis del «Centrão» fisiológico.

A pesar de sus características oligárquicas duras y excluyentes, en las que la parte dominante de la izquierda está profundamente imbricada desde hace mucho tiempo, aunque sea como el ala más débil, el sistema político brasileño es liberal democrático, con espacio para la participación y la influencia popular. El bolsonarismo, siguiendo el ejemplo de la dictadura militar, quiso mantener su núcleo oligárquico y combinarlo con la dictadura de un solo actor, apoyado por las Fuerzas Armadas. Fracasó, pero la amenaza de la desdemocratización pende sobre nosotros.

Corresponde a las fuerzas democráticas tomar conciencia de que sólo más democracia puede neutralizar las tendencias regresivas y la cizaña de la oligarquización. Por eso es tan importante mirar el legado de 2013 desde una perspectiva positiva. Para la oligarquía política ocurre, por supuesto, lo contrario. Sin embargo, sólo en su propio detrimento puede la izquierda rechazar la plebeyización de la política e ignorar la necesidad de reinventar las fuerzas de participación y su propia organización para abrir una vía más al proceso de democratización de la modernidad política. Tarea difícil, pero imprescindible.

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Doctor en Sociología por London School of Economics and Political Science. Co-coordinador del Núcleo de Estudios en Teoría Social y A. Latina. Miembro del Observatorio Interdisciplinar de Cambio Climático de la Univ. Estatal de Río de Janeiro/UERJ.

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