Coautor Ezequiel Raimondo
Nunca se sabrá si la fallida elección de Luiz Inácio Lula da Silva en primera vuelta frustró más a sus correligionarios del Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil o a sus admiradores dentro de las filas del kirchnerismo en Argentina. La imagen del gobernador Axel Kiciloff haciendo campaña pro-Lula con una foto en tamaño real del brasileño va más allá de la apuesta táctica a ampliar la red de contención de los Gobiernos autotitulados de izquierda en la región.
Esta transmite la creencia del kirchnerismo de que las gestiones de Lula y de Cristina Fernández de Kirchner fueron gemelas, caracterizando un modelo de gobernanza y una propuesta de orden político idéntico, en oposición a —por ejemplo— el bolsonarismo y similares movimientos a uno y otro lado de la frontera. ¿Pero son realmente tan parecidos el kirchnerismo y el petismo como son diferentes el kirchnerismo y el bolsonarismo?
Contra lo que les gustaría aparentar, los actuales oficialismos en Argentina y Brasil se asemejan mucho más de lo que admitirían. Al menos, en lo que respecta a cómo piensan acerca del funcionamiento y el papel de la sociedad, así como su composición y sobre cuál es el papel de las instituciones independientes del Estado.
El bolsonarismo y el kirchnerismo coinciden en su visión instrumental de las entidades autónomas estatales, concebidas como poleas de transmisión de órdenes del Ejecutivo para lo cual deben ser colonizadas. Mientras tanto, la sociedad es entendida como compuesta exclusivamente por dos elementos: una pluralidad de grupos de intereses organizados, apropiadores de los recursos monetarios, comunicacionales y de liderazgo, a quienes se somete, coopta o excluye, y una masa fragmentada relativamente indiferenciada, a la que se empuja al clientelismo y subordina con favores y dádivas, activándola o desmovilizándola, según sus necesidades. Y si resiste, o no se alinea, se le hace merecedora del sometimiento con regulaciones ad hoc, controles caprichosos y autoritarios o acción disciplinaria punitiva.
Bolsonaro y los Fernández —con discursos diferentes— se han esmerado en la aplicación de la misma receta: la dependización de la sociedad y el utilitarismo de los mecanismos estatales de gobernanza pública. En Brasil, la militarización de ministerios, secretarías, empresas públicas o de capital mixto donde el Estado brasileño es accionista mayoritario es un ejemplo. De los poco más de dos mil militares en cargos públicos que hubo durante la administración Temer, se pasó en pocos años a más de 6.500 y hoy superarían los 8.000.
Ese corporativismo emula la colonización del Estado por militantes y simpatizantes kichneristas y adeptos de los movimientos sociales a los que se les formaliza autoridad ejecutiva en las varias instancias de gobernanza de la estructura estatal. Según datos del Ministerio de Trabajo de Argentina, solo en los dos primeros años de gestión de los Fernández se sumaron 134.300 personas al plantel del empleo público en todos los niveles, un aumento del 4,2%, mientras el PBI se mantuvo estancado, y el empleo privado, en retroceso durante ese período. A pesar del agrandamiento de la máquina estatal durante los años de Lula, nunca los Gobiernos del PT permitieron semejante proceso de colonización militante o corporativista en escala similar.
Esa instrumentalización se extiende a los cuestionamientos e intentonas de limitación o subordinación de autarquías o poderes autónomos. En plena pandemia, Jair Bolsonaro buscó la sumisión del Sistema Único de Salud (SUS) a sus recetas sin prueba científica, al mismo tiempo que pretendió la obediencia de la autoridad sanitaria Anvisa, transformando, así, sus visiones en las prioridades del país en términos de política de inmunidad y vigilancia endémica.
Además, ni bien asumió el poder, el presidente brasileño amenazó y buscó redefinir el equilibrio de poder dentro de las instituciones judiciales controladoras, ya sea de las elecciones (como el Tribunal Electoral) o del monitoreo de actividades financieras ilegales, pero siempre poniendo los intereses personales antes que los de la sociedad y la nación.
Una de las consecuencias fue la desactivación de la operación Lava Jato, instituida en tiempos de la presidencia de Lula, y que simbolizó el cénit de la autonomía de la fiscalía pública y la policía federal para realizar sus investigaciones, incluso la que culminó con el propio Lula siendo encarcelado de modo cuestionable.
El paralelismo con las intervenciones o atropellos del kirchnerismo a entidades independientes del Estado y con capacidad de regular o moldar las facultades gerenciales del Gobierno es muy notoria. En Argentina, el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) fue obligado a maquillar las mediciones de inflación, crecimiento y desempleo. Y el poder judicial vive jaqueado por decenas de iniciativas impulsadas en el Congreso para “democratizar” la Justicia, es decir, para domesticarla. Los Gobiernos del PT nunca se atrevieron a tanto.
Por último, la dependización de la sociedad como masa clientelizable y la entronización de grupos de intereses como interlocutores privilegiados y monopolizadores de la representación de la sociedad es otra característica que une al bolsonarismo y al kirchnerismo, y aleja a este último de la manera con que el lulismo condujo sus gobiernos. En Brasil, frente al desafío electoral de conseguir su reelección, Bolsonaro modificó el asistencialismo social construido por las gestiones de Fernando Cardoso y de Lula mediante el aumento del valor de la ayuda, más allá de los recursos genuinamente existentes y renunciando a exigirles a sus beneficiarios las contrapartidas con vocación cívica de tamaña asistencia, tales como el envío de hijos a la escuela o su vacunación.
En Argentina, tras la crisis social de 2001 en la que existía un único plan social (Jefes y Jefas de Familia), hoy cuenta con 143 tipos de asistencia distinta y 22 millones de beneficiarios, casi el 45% de la población que es la proporción de pobres. La ayuda llega sin condicionamientos cívicos.
Es probable que Kiciloff con su foto tamaño real de Lula sueñe en una autoimagen más respetable del kirchnerismo como la construida por los Gobiernos del PT. Pero es casi seguro que se sienta más cómodo y cercano a las prácticas de los bolsonaristas en lo referido a la disciplina social y al orden político implementado.
Episodio relacionado de nuestro podcast:
Ezequiel Raimondo es politólogo y asesor principal en la Cámara de Senadores de Argentina. Es coautor del libro “Desencanto político, transición y democracia” (CEAL, 1985).
Autor
Fabián Echegaray es director de Market Analysis, consultora de opinión pública con sede en Brasil, y actual presidente de WAPOR Latinoamérica, capítulo regional de la asociación mundial de estudios de opinión pública: www.waporlatinoamerica.org.