«Lo de pedir perdón a México a estas alturas no lo entiendo», Luis Mateo Díez (Premio Cervantes).
En los últimos tiempos hemos asistido a la exigencia de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), primero, y de Claudia Sheinbaum, después, al Estado español para que pida perdón por las “atrocidades” cometidas durante la conquista y la colonización. Mientras, algunas mentes agudas se preguntan cuándo pedirán perdón estos gobernantes a los familiares de los 130.000 homicidios dolosos y las más de 50.000 desapariciones forzadas durante los últimos siete años de gobierno obradorista.
Se responderá ipso facto que no es lo mismo: lo que ocurrió hace más de quinientos años fue producto de una colonización violenta, y ese perdón es necesario para dignificar una relación de “claroscuros” históricos —como dijo recientemente el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, en una entrevista—. Pero ¿acaso no sería necesario que también se pidiera perdón por haber permitido, y seguir tolerando, esta colonización interna de las organizaciones criminales de regiones prácticamente sin Estado?

Cierto: Cristóbal Colón, enviado por los Reyes Católicos, llegó a la isla Guanahani, del archipiélago de las Bahamas, el 12 de octubre de 1492 pensando que llegaba a la India. Más tarde, el 21 de abril de 1519, Hernán Cortés hizo lo propio: desembarcó en San Juan de Ulúa, se internó en el territorio y, en el camino a la Gran Tenochtitlan, estableció alianzas estratégicas para acabar violentamente con el Imperio Mexica.
Algo no tan distinto es lo que han hecho los barones del crimen organizado, que han pasado de ser súbditos del poder político a ser sus protagonistas, con todas las prerrogativas que eso significa en materia de control del territorio, de instituciones y los presupuestos federales, estatales y municipales.
Este perdón nunca ha llegado, y quizás nunca llegará, porque, en algún sentido, vendría de quienes practican la narcopolítica y, ojo, algunos de ellos hasta exigen el perdón al Estado español.
Entonces, ¿qué sentido tiene la solicitud de ese perdón? La narrativa populista siempre necesita tener un enemigo, ya sea para refrendar su nacionalismo ante un mundo globalizado o para encontrar culpables de sus propias incapacidades a la hora de generar bienestar a sus pueblos. Sea este el Estado español o los expresidentes Ernesto Zedillo o Felipe Calderón, en su calidad de exponentes unos del neoliberalismo y el otro responsable de la llamada “guerra contra el narco”.
Han transcurrido seis años desde cuando AMLO envió una carta al Papa Francisco y otra al rey español, Felipe VI, demandándoles el perdón por las atrocidades cometidas contra los pueblos originarios. El Papa Francisco no tuvo ningún reparo en pedir protocolariamente ese perdón, mientras que la Corona española lo consideró un exceso y ha guardado un silencio prudente todos estos años.
Y de repente ha resurgido ese interés de lograr el perdón del Estado español, y los diplomáticos de dos gobiernos afines están trabajando para que en ese marco de discreción se logre su objetivo y buscar la foto triunfante entre el rey Felipe VI y la presidenta Claudia Sheinbaum.
Hay que reconocer que esta petición, más que para resarcir “atrocidades” históricas, tiene detrás un interés político y económico, como se ha podido leer entre líneas del discurso del ministro español José Manuel Albares Bueno.
Interés político porque, como afirmamos, hay una afinidad entre los inquilinos de la Moncloa y de Palacio Nacional, es decir, entre el PSOE y Morena. Pero, sobre todo, interés económico porque México está pasando por una falta de crecimiento económico que tiende a agravarse según los pronósticos para 2026 del Banco de México, mientras que España tiene una de las economías más estables de la Unión Europea, lo que resulta atractivo para estabilizar las relaciones diplomáticas entre las dos naciones aun cuando el Estado de Derecho para muchos inversionistas está en entredicho desde la elección popular de jueces, magistrados y ministros. Y que ya veremos será la piedra de toque en las negociaciones tripartitas en la revisión del T-MEC cuando vendría a agravar la situación de un gobierno que gasta más de lo que le ingresa, lo que, en lógica pura, debería ser a la inversa y que se ha resuelto vía contratación de deuda
Entonces, debe imponerse la discreción diplomática para privilegiar el interés económico, y, para ello, son importantes los mensajes y guiños de los líderes políticos, que deben evitar cualquier gesto fuera de lugar.
Pongo dos ejemplos de contraste. El primero es una portada del diario El País en la que se ve al embajador mexicano en España, Quirino Ordaz Coppel, y al ministro de Asuntos Exteriores español, José Manuel Albares Bueno, saludándose afectuosamente como antesala de la inauguración de la exposición La mitad del mundo: La mujer en el México indígena, donde se exhiben 435 piezas arqueológicas en cuatro sedes de la capital española. En su discurso, el ministro reconoció que la conquista y colonización incluyeron “momentos de dolor e injusticia hacia los pueblos originarios”.
El segundo es la respuesta con desdén de la presidenta Sheinbaum cuando se le preguntó, en una de sus conferencias mañaneras, sobre la intención de la reina Leticia de visitar México: “¡Ya veremos!”
Habrá quien diga que fue un lapsus irrelevante. Sin embargo, habrá quien crea que ese estilo tan singular de la diplomacia obradorista, que va del perdón al tropezón verbal, es lo que complica el trabajo de los tejedores finos en las relaciones bilaterales México-España.
Además, todo esto coincide lamentablemente con la ruptura de relaciones con Perú. El Congreso del país sudamericano declara a Sheinbaum persona non grata por, entre otras cosas, intervenir en los asuntos peruanos mientras desde la alta tribuna parlamentaria le reclaman que es presa del crimen organizado.
En definitiva, las relaciones de México con el mundo y, en particular, con algunos países latinoamericanos pasa por un mal momento cuando los líderes políticos cuestionan la connivencia de la política con el crimen organizado. Ahí es donde se hace necesario el perdón a las familias de los asesinados y desaparecidos para cumplir aquella máxima de AMLO de que “la mejor política exterior es la política interior”.











