Usando la perspectiva del ciclo de la vida se puede ver con claridad qué inequidades, y cómo, afectan la salud de las personas en América Latina y el Caribe (ALC). Desde que estamos por ser concebidos, dónde y en qué condiciones lo seamos definen nuestro desarrollo en el vientre materno, nuestro nacimiento, nuestros primeros 1.000 días en el planeta y, sin exagerar, mucho de nuestro bienestar y nuestras dolencias en el futuro. Para empezar, dependemos de la salud de nuestras madres. La educación sexual y el acceso a contraceptivos son limitados en la región, mientras que la violencia de género está muy extendida (los matrimonios y uniones infantiles, tempranos y forzados afectan a 1 de cada 5 niñas). Como consecuencia, tenemos la segunda tasa más alta de embarazo adolescente en el mundo. El 19% de todos los nacimientos corresponde a mujeres menores de 20 años de edad, con los problemas de salud que implica un embarazo precoz para la madre (depresión, anemia y complicaciones obstétricas) y el bebé (bajo peso al nacer y otras condiciones neonatales).
Los cuidados prenatales, que concentran una porción importante de la inversión pública, no llegan a todas las madres y sus hijos por igual en nuestra región. Las mujeres embarazadas con mayor nivel de educación acudirán más a estos controles que las mujeres con los niveles más bajos de educación (ninguna o solo la primaria). La cobertura más baja de controles prenatales se encuentra en los países de más bajos ingresos como Guatemala (alrededor de 60%). En ese mismo país, la razón de mortalidad materna es de 96 por 100.000 nacidos vivos cuando la meta de los Objetivos de Desarrollo Sostenible es de 70 por 100.000. El riesgo de muerte materna es tres veces más alto en las adolescentes menores de 15 años que en las mujeres de más de 20 años en ALC. Al menos el 10% de todas las muertes maternas en la región se deben a abortos inseguros. Esto se debe a que el aborto es ilegal con escasas excepciones (violación, anormalidad fetal grave) en algunos países. Aun así, más de la tercera parte de embarazos (solo en adolescentes de 15 a 19 años se estima que suman 670.000) terminan en aborto inducido anualmente.
La mortalidad infantil es otro claro indicador de las inequidades en salud en ALC. A partir de nuestro nacimiento, nuestra sobreviviencia estará definida por nuestras condiciones de vida. Si gateamos en pisos de tierra estaremos en contacto directo con parásitos -que provocan enfermeades diarreicas conducentes a la desnutrición crónica e incluso la muerte (0.51% del total de muertes en la región). Si crecemos cercade una mina ilegal, estaremos expuestos a metales pesados como el plomo -que conduce a anemia. Es así que los menores de cinco años sufren tasas de desnutrición persistenmente altas en países como Guatemala (43.5% en promedio) y Ecuador (27,4% en la Sierra Rural, donde hay una alto porcentaje de población indígena), así como tasas de anemia altas (36,9% en Bolivia y 38,2% en Ecuador, donde prolifera la minería ilegal. En consonancia, la tasa promedio de mortalidad infantil de 25 por 1.000 en la región es cinco veces la tasa del promedio de la OCDE. La diferencia en mortalidad infantil entre los hogares más ricos y más pobres en países como Paraguay es igual de alarmante: es 20 veces más alta en el primer y segundo quintil de la población que en el quintil más rico, donde es cercano a cero.
Una vez superadas las pruebas impuestas en las primeras etapas de nuestra vida, llegaremos a la adolescencia, donde el ciclo inicial se repetirá más rápidamente en los sectores más desfavorecidos. Al inicio de la edad adulta, los habitantes de ALC se verán enfrentados activamente a una alimentación deficiente y sus impactos. La inseguridad alimentaria es más frecuente en la región (14,2%) que en el mundo (11,7%). Esto implicó que 56,5 millones de personas padecieran de hambre en 2021. Concomitantemente, el 22.5% de la población no puede acceder a una dieta saludable, lo cual está influenciado por el nivel de ingresos del país, la incidencia de la pobreza y el nivel de desigualdad. En el Caribe, la proporción llega a 52%, en Mesoamérica, a 27,8% y en América del Sur, a 18,4%. La calidad de la dieta está vinculada con el sobrepeso y la obesidad, que a su vez están relacionados con el riesgo de padecer enfermedades no transmisibles (ENT). En la región, la obesidad afecta a 24,2% de adultos, muy por encima del promedio mundial estimado de 13,1%. En Bahamas, excede el 30% mientras que en Argentina, Chile, Costa Rica, Dominica, México, República Dominicana, Surinam y Uruguay afecta a una de cada cuatro personas.
Los entornos en los que se conciben y crían los niños son los mismos de los adultos, y en las zonas y hogares con menos recursos, estarán, por ejemplo, expuestos a mayor contaminación. En la región, la contaminación del aire en interiores de los hogares provoca la muerte de 15 personas por cada 100.000 anualmente. En países como Haití, Guatemala, Honduras, Paraguay, Nicaragua y Bolivia, las tasas de mortalidad por esta causa son de dos a cuatro veces más altas que el promedio debido a que todavía se usan estufas tradicionales y combustibles sólidos. Las poblaciones más vulnerables, como las mujeres, los indígenas y los más pobres, sufren la mayoría de impactos en la salud.
Hacia el final de la jornada, nuestra esperanza de vida dependerá igualmente de nuestras condiciones socioambientales. El nivel de educación, acceso a agua segura y saneamiento y el hacinamiento marcan una diferencia importante en las ciudades. En Panamá, Chile y Costa Rica se encuentran las ciudades con la mayor esperanza de vida (81-82 años en mujeres y 75-77 años en hombres). Mientras que México, Brasil y Perú tienen las ciudades con la menor esperanza de vida en mujeres (77-78 años en promedio). Junto con El Salvador, México y Brasil también tienen la menor esperanza de vida en hombres (71 años en promedio).
En resumen, las inequidades en salud en América Latina y el Caribe se evidencian desde la concepción, con factores como el acceso limitado a recursos de salud, que afecta desproporcionadamente a los países de menores ingresos que el promedio y a las poblaciones vulnerables. El limitado gasto público en salud (3% del PIB en promedio) exige a la población un alto gasto de bolsillo –el doble del público– para tener un mínimo acceso a los servicios. Los impactos se extienden a lo largo del ciclo de la vida. A medida que las personas crecen, y hacia sus últimos años de vida, se enfrentan a los límites de las condiciones económicas nacionales, los controles ambientales y su propio ingreso económico pero sobre todo a las inequidades extremas en cada país.
Autor
Asesora de ciencia y políticas en el IAI (Instituto Interamericano para la Investigación del Cambio Global) y miembro del Consejo Internacional de la Sociedad Global de Migración, Etnicidad, Raza y Salud.