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México: sistema de partidos al borde del precipicio

El sistema de partidos en México está en riesgo de colapso. Los signos son claros: alianzas oportunistas entre partidos de diferente signo, polarización social en torno a una figura caudillista, un oficialismo que no termina de institucionalizarse, crisis de representación entre partidos y ciudadanía, aparición de partidos negocio, dinero negro en las campañas, etc. Si el sistema llega a colapsar, el país entrará en terra incognita puesto que en México los partidos han sido históricamente fuertes. Ironías de la vida: bajo el autoritarismo del siglo veinte los partidos vivían mejor que en la democracia de nuestros días.

La degradación del sistema de partidos lleva ya tiempo observándose pero se aceleró en las elecciones de 2018 con la irrupción de MORENA, el partido del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) fundado en 2014. En las elecciones de ese año, MORENA se alzó con el cincuenta y tres por ciento de los votos, reduciendo a los partidos tradicionales a una mínima expresión. Ello ha dado pie a dos fenómenos que ponen en jaque la viabilidad de cualquier sistema de partidos. Primeramente, tenues alianzas opositoras entre partidos de signo opuesto, todos juntos y revueltos contra el oficialismo. En segundo lugar, y relacionado con lo anterior, la polarización social en torno a la figura de AMLO.

En efecto, y esta es la prueba más patente de la degradación del sistema de partidos, es que el debate político en el país de cara a las presidenciales de 2024 se ha reducido a la persona del presidente. Por un lado está MORENA y sus aliados, cuyo único activo real es la aprobación de AMLO en las encuestas que, si bien ha bajado diez puntos desde el inicio de su administración, se ha estabilizado en torno al sesenta por ciento. Por el lado de la oposición, su única apuesta es movilizar el voto anti-AMLO que, como se vio en las elecciones intermedias de 2021, tiene músculo en la Ciudad de México.

En cualquier caso, lo cierto es que a día de hoy las divisiones sociales y el posicionamiento de los partidos son en torno a un individuo que está impedido de buscar la reelección. Tenemos pues un sistema donde los partidos carecen de figuras, perfil propio, temas de agenda pública, y no están articulando las divisiones sociales y regionales del país.

Y aquí mucho ojo: cada día que pasa MORENA se aleja de la posibilidad de convertirse en un gran partido nacional en donde una diversidad de expresiones políticas pudiera encontrar acomodo. El partido del presidente no termina de institucionalizarse y, por el contrario, son notables sus fracturas internas. Ello no es casualidad: AMLO no le presta atención y le ha dejado en manos de subalternos, cuya única misión es solventar los pleitos internos por las candidaturas. Su desapego se debe a la sencilla razón de que en México no se permite la reelección. Hoy queda claro que MORENA fue simplemente el vehículo de AMLO para llegar a la presidencia, y nunca un proyecto político a largo plazo para nuevas generaciones. 

La degradación del sistema de partidos mexicano es sorprendente, habida cuenta de que los partidos en México han sido históricamente fuertes y jugado un papel fundamental en la vida pública del país desde hace casi un siglo. Ni qué decir del Partido Revolucionario Institucional (PRI) fundado en 1929, el cual dominó todos los ámbitos del país durante el siglo pasado. Fundado originalmente como una coalición de caudillos revolucionarios, en los años treintas el PRI cambió su perfil para convertirse en un partido de masas obreras y campesinas. Para entonces ya se había establecido como un partido hegemónico, es decir, uno que no permite a los otros partidos competir en igualdad de condiciones. Mucho se ha escrito del enorme poder que gozaron los presidentes mexicanos emanados del PRI. Lo que hay que saber es que ese enorme poder no era sino reflejo de la centralidad del partido en la vida política, cultural, económica, y social del país.

Respecto a los partidos de oposición, ciertamente no tenían la posibilidad de competir en el sistema hegemónico del PRI. Pero ello no fue obstáculo para que también desarrollaran fuerte raigambre entre sus miembros y una rica vida institucional. En 1939 se fundó el Partido Acción Nacional (PAN), convirtiéndose en una verdadera escuela de ciudadanía para generaciones de mexicanos que anhelaban vivir en democracia. Nombres como Manuel Gómez Morín, Luis H. Álvarez, y Carlos Castillo Peraza son gigantes que dieron alma a un partido de clases medias urbanas. Por el lado de la izquierda, el Partido Popular Socialista (PPS) fundado en 1948 por el sindicalista y filósofo Vicente Lombardo Toledano atrajo en su momento a personalidades del mundo cultural de orientación marxista.

Estos tres actores: PRI, PAN, y las subsecuentes encarnaciones de la izquierda partidista llevaron a cabo la transición democrática mexicana (1977-1996). No es casualidad que la transición haya iniciado en 1977 con la aprobación de la Ley de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales. Esta ley elevó a rango constitucional el reconocimiento de los partidos políticos como “entidades de interés público”, y les garantizó acceso a medios de comunicación y recursos hacendarios. Sin temor a exagerar, los partidos mexicanos estuvieron al centro mismo de la transición democrática del país.

Para el año 1996 en que la transición terminó, el sistema de partidos inauguró una época de estabilidad en que las tres fuerzas citadas se equilibraron en un ordenado sistema tripartito: el PAN a la derecha, el PRI en el centro, y el Partido de la Revolución Democrática (PRD, heredero del PPS) a la izquierda. Este sistema articuló exitosamente las divisiones sociales y regionales del país por más de veinticinco años. Todo ello mientras en el resto de Latinoamérica los sistemas de partidos se venían abajo como castillos de naipes.

Aquí la paradoja es que pareciera que los partidos mexicanos gozaban de mejor salud bajo el autoritarismo. El PRI sin lugar a dudas como partido hegemónico, pero también las oposiciones de derecha e izquierda que, si bien eran expresiones políticas limitadas, se organizaron como instituciones de un claro perfil ideológico.

Puede haber partidos sin que haya democracia. Lo vimos en México en el siglo veinte. Pero lo que no puede haber es democracia sin partidos. Todo parece indicar que la demolición de las instituciones públicas que hemos visto en estos años en México también afectará al sistema partidista. Mal vamos.


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Cientista político y economista. Doctor por la Universidad de Toronto. Editor Senior en Global Brief Magazine. Especialista en Diseño de Investigación Social en RIWI Corp. (Real-Time Interactive World-Wide Intelligence).

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