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Milei: crónica de una derrota autoinfligida

La derrota de Milei en Buenos Aires revela no solo el costo social de su ajuste económico, sino también las debilidades estructurales de un liderazgo incapaz de articular consensos políticos duraderos.

Este 2025 se celebran en Argentina elecciones intermedias. Se renuevan en las provincias, y el 26 de octubre a nivel nacional, parte de las cámaras de diputados y senadores. En estas elecciones, algunos gobernadores no oficialistas trataron de desdoblar su elección local para despegarla de la nacional. Las elecciones provinciales la monitorean ellos directamente: la elección nacional la controla el gobierno. Muchos gobernadores no quisieron plegarse a la elección nacional del 26 de octubre por temor a que el consenso hacia el gobierno de Milei interfiriera en sus territorios.

Uno de los gobernadores que logró desdoblar su elección fue el de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, político impulsado en su momento por Cristina de Kirchner pero que hace tiempo trata de generar poder propio pensando en la elección presidencial de 2027, por un lado, y en ser candidato del disperso peronismo, por el otro, ahora que el aura de Cristina, más su situación judicial, se diluyó y, con ella, la del otrora hegemónico kirchnerismo. Cabe acotar que el padrón electoral de la provincia de Buenos Aires cubre casi el 40% del padrón nacional, lo que hace de su resultado un predictor de una elección nacional consecutiva.

Dos meses atrás, en pleno romance político con gran parte de la sociedad, el gobierno de Milei estaba confiado en una victoria, en este primer test electoral, holgada. Dos semanas antes de la cita comenzó a hablar de un empate técnico. Y finalmente el domingo la fuerza política del gobernador de Buenos Aires obtuvo el 47,33% de los votos provinciales, mientras que el partido del gobierno obtuvo un 33,45% de los votos. De acuerdo con el comentario general y al análisis de los medios, fue una derrota aplastante.

Los análisis políticos de la hora y los medios no dudan en señalar las principales variables que explican la derrota: control de la inflación a costa de un ajuste brutal que empezó a empobrecer a los sectores medios (los sectores socioeconómicamente bajos, es decir, la pobreza orilla en el 35% de la población), el abandono de la obra pública y el lento pero progresivo deterioro de la infraestructura física, la ofensiva contra las jubilaciones, la salud pública y el sistema universitario nacional, el cierre de pequeñas empresas y comercios, el aumento del desempleo y la precariedad laboral.

Pero se puede considerar otro factor al que se ha prestado una atención difusa y desenfocada: el carácter de outsider de Milei y, por ende, el funcionamiento político de su gobierno.

La literatura política y comunicacional de los últimos años se ha dedicado a comentar y analizar la emergencia de líderes políticos que ganan elecciones y que no provienen de los partidos tradicionales ni del mismo sistema político. Como señalaba Max Weber cuando caracterizó la dominación carismática, estos políticos surgen en sociedades y momentos históricos enmarcados en fuertes crisis. El mundo contemporáneo observa crisis de variada índole en muchos países, y, consecuentemente, el arribo al poder de líderes extraños a la política tradicional: los outsiders.

La cuestión es que la literatura se enfocó hasta ahora en describir el origen de esos liderazgos en los distintos países, las personalidades, los entornos, las medidas que toman, pero no, al menos como variable principal, la perfomance política de los outsiders. Es decir, la relación que hay entre su origen político, la crisis que enfrentan al asumir el poder y, acá creo está el tema, la calidad de su accionar político en función de los problemas a resolver y la relación que constituyen con el resto del sistema político. En este plano, considero, por lo tanto, que ya se puede hablar de “malos outsiders” y “buenos outsiders”. No buenos y malos en sí mismos, sino en función de los resultados políticos que van obteniendo.

El “buen outsider” es aquel liderazgo novedoso que sorprende, que concentra la legitimidad del poder en un momento de crisis, que analiza las causas centrales de la crisis y traza las primeras medidas pero tomando en cuenta, a la vez, las consecuencias colaterales de esas medidas, que convoca a expertos o buenos conocedores profesionales de esos problemas, que comienza a anunciar medidas, muchas de ellas de shock, que analiza los medios para implementarlas (si leyes, decretos, políticas ejecutivas), que comienza a tejer alianzas con parte del denostado sistema político tradicional, que comunica paulatinamente los pasos a seguir, que rechaza las quejas opositoras con lenguaje político y no soez, que intenta convencer más que amenazar, que se rodea de personal político nuevo pero dentro de ese marco ético, que recalcula ante los escollos pero no intenta avanzar empecinadamente.

Por supuesto, el “mal outsider”, sobre todo el “muy malo” si es que choca permanentemente contra la realidad, se enfurece, e insiste en insultos y amenazas; es todo lo contrario a lo antes mencionado.

El presidente Milei es un ejemplo claro del “mal outsider”. La fuerte derrota electoral del domingo se lo demuestra siempre y cuando lo entienda y no, como es su estilo innegociable, intente redoblar la apuesta haciendo las cosas de la misma manera, con la misma gente y la misma intolerancia política.

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Director de la Licenciatura en Ciencia Política y Gobierno de la Universidad Nacional de Lanús. Profesor titular de la Facultad de Ciencias Sociales de la Univ. de Buenos Aires (UBA). Licenciado en Sociología por la UBA y en Ciencia Política por Flacso-Argentina.

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