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Narrativa del Estado civilizacional chino y poder blando en la era digital

Desde los años 90, China ha reformulado la teoría del poder blando, integrando su filosofía cultural tradicional para crear un enfoque propio: el “poder blando cultural”.

En 1874, el alto funcionario de la dinastía Qing, Li Hongzhang, advirtió sobre una “gran transformación no vista en mil años”, aludiendo a la disparidad entre China y Occidente y a una grave crisis de supervivencia. Hoy, el orden internacional y el equilibrio de poder evolucionan con rapidez, situando al mundo ante una transformación sin precedentes en un siglo. El ascenso de los países emergentes suele provocar alerta, escepticismo e incluso hostilidad por parte de potencias vecinas o dominantes. En el caso de China, su singularidad en valores, ideología y modelo institucional ha generado una disonancia con la percepción externa, acentuando desafíos discursivos ligados a narrativas de amenaza. Los cambios en la distribución del poder global plantean preguntas clave sobre cómo los Estados redefinen su papel en la gobernanza internacional. Las potencias emergentes enfrentan no solo desafíos materiales, sino también simbólicos: ¿cómo narrar su ascenso sin despertar alarma ni incomprensión? La dimensión cultural del poder adquiere un papel central en la legitimación de su lugar en el orden global.

Desde su introducción en China en la década de 1990, la teoría del poder blando ha sido reformulada por la academia china mediante la integración de la filosofía cultural tradicional con las teorías contemporáneas del poder, dando lugar a un marco conceptual propio adaptado al contexto local, el poder blando cultural”. Según el realismo ofensivo, la anarquía del sistema internacional conduce a dilemas de seguridad y juegos de suma cero, lo que convertiría el ascenso de China en una pugna hegemónica. Sin embargo, desde que China propuso en 2004 su “camino de desarrollo pacífico”, su trayectoria ha puesto en cuestión la narrativa liberal del desarrollo, desbordando el marco explicativo occidental. A partir de 2017, con la entrada en una “nueva era”, el principal conflicto social se redefine como la tensión entre la creciente demanda de una vida mejor, especialmente en el plano cultural, y un desarrollo aún desequilibrado e insuficiente. El poder blando cultural se ha integrado plenamente en la estrategia de “ascenso pacífico y civilizacional” del país.

A pesar del rápido aumento de la capacidad de China en términos de poder duro, su poder blando aún no está a la altura de su posición internacional, sin consolidar el sustento cultural de su ascenso. Algunos académicos chinos sostienen que el ascenso del país no debe entenderse solo como fenómeno económico o geopolítico, sino como la revitalización de una civilización con trayectoria propia. El concepto de “Estado civilizacional”, formulado por Zhang Weiwei, ha estructurado la lógica fundamental tanto del modelo como del discurso chino. Según esta visión, China no es solo un Estado soberano moderno, sino también una civilización que coexiste con otras como la cristiana occidental o la islámica. Esta noción remite a un modelo de desarrollo distinto al liberalismo occidental, basado en valores, instituciones y tradiciones locales.

Al desafiar la metanarrativa occidental del Estado-nación, China propone una forma alternativa de construcción estatal moderna, argumentando que los llamados “valores universales” carecen de verdadera universalidad, y que cada país debe definir su camino según sus condiciones históricas y culturales. En 2022, el XX Congreso del Partido Comunista de China incorporó conceptos como “diversidad de civilizaciones” y “modernización al estilo chino” en su estrategia nacional. Esto marcó el inicio de la institucionalización de su narrativa civilizacional.

La continuidad del ascenso de una gran potencia y su papel internacional dependen en gran medida de los valores que sostienen su proceso de desarrollo. En este sentido, el nacionalismo ya no basta para respaldar el desarrollo de China. Desde las Guerras del Opio, China ha pasado de una orientación nacionalista a una visión más cosmopolita, incorporando nociones clave de la cultura Hehe (和合), como Tianxia (天下, “todo bajo el cielo”), Datong (大同, “gran armonía”) y la convivencia armónica. Esta visión fomenta un globalismo cooperativo con beneficio mutuo, sin renunciar a sus tradiciones.

El concepto de Comunidad de Futuro Compartido para la Humanidad representa una expresión contemporánea de la cultura Hehe. Integra una cosmovisión de Tianxia, una concepción de armonía en la diversidad, una visión de equilibrio entre justicia e interés y una idea de unidad entre el cielo y el ser humano. Todo ello constituye una propuesta china para la gobernanza global. La iniciativa de la Franja y la Ruta es una cristalización práctica tanto de esta cultura Hehe como del concepto de comunidad de destino compartido.

Tal como señaló Joseph Nye, en la era de la información, la competencia global se centra en “quién sabe contar mejores historias”. La industria cultural, como canal para crear, narrar y difundir relatos, constituye un pilar clave en la construcción de valores compartidos. En los últimos años, la industria cultural digital de China ha ampliado su presencia internacional mediante nuevos protagonistas narrativos, difundiendo valores como armonía y convivencia en el marco de la Franja y la Ruta. Ejemplos destacados incluyen el cine de ciencia ficción, con producciones como La Tierra errante; la subcultura ACG, representada por títulos como Ne Zha, Genshin Impact y Black Myth: Wukong; y creadores de contenido en redes sociales, tanto chinos como extranjeros. Influencers como Li Ziqi y Ding Zhen han visibilizado la vida rural, el turismo cultural y la superación de la pobreza con una narrativa estética y accesible. Al mismo tiempo, colectivos como YChina y creadores como Jerry Kowal o Ryo Takeuchi han ofrecido miradas extranjeras sobre China, actuando como puentes culturales. Frente a los relatos macro de los medios tradicionales, estas voces destacan por mostrar lo cotidiano, renovando la imagen de China y conectando con las generaciones digitales.

El caso chino, al pasar de centrarse en “cómo lo ven” a construir un espacio compartido de significados con el mundo, ofrece una referencia útil para América Latina, donde urge construir lenguajes culturales propios desde experiencias locales. En este proceso, las juventudes se consolidan como actores centrales en la opinión pública digital. Asimismo, la interacción simbólica en el Sur Global no debe limitarse a una proyección unilateral. La creación de plataformas inclusivas que integren medios, juventudes, instituciones y actores culturales contribuirá a una ecología comunicativa más diversa y situada.

Autor

Doctora en Estado de Derecho y Gobernanza Global y doctoranda en Ciencias Sociales por la Universidad de Salamanca. Consultora en GeoRisk. Investiga poder blando, comunicación pública y gobernanza migrante.

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