Existe una idea muy difundida y aceptada de que la democracia no es posible sin los partidos políticos. Hace décadas que se asegura que estas organizaciones están en crisis, pero pese a la intensificación de los síntomas de su enfermedad —supuestamente— crónica, no han desaparecido: los partidos se crean, a veces se destruyen y siempre se transforman.
Bajo el manto protector de este planteamiento sobre su indispensabilidad para el sostén democrático, se ha sido condescendiente con las deficiencias, defectos y desatinos que presentan estas —relevantes, ya se dijo— organizaciones políticas.
Es evidente una ausencia de democracia en su interior. Hay dirigentes, como en el caso mexicano, que los capturan y buscan seguir con el control, como en el caso del Partido Revolucionario Institucional; en otros, se busca heredar a algún cercano el cargo, como ocurre en el Partido Acción Nacional; en otros es notorio que funcionan como franquicias con dueño: Movimiento Ciudadano, el Partido del Trabajo…
Los partidos políticos también son responsables de sostener gobiernos ineficaces, pues son ellos los que postulan a quienes ocupan los cargos de elección popular. Hay una falta de contundencia ciudadana cuando no se les recrimina lo que ocurre después de las elecciones: tendrían que responsabilizarse no solo del acceso al poder, sino también de la manera en la que se ejerce ese poder.
Empero, La centralidad y el control que tienen los partidos políticos de las decisiones que se toman en los poderes ejecutivo, legislativo y judicial hace complicado que reciban los correctivos respectivos. El partidocentrismo como base de la retaliación potencial.
Apenas en el reciente proceso electoral en México, sin ir más lejos, desde el Instituto Nacional Electoral (todavía INE) se lanzó el mensaje de que lo que se espera es que estas agrupaciones, en algún momento, se abstengan de realizar acciones violatorias de la ley; eso como la principal aspiración antes que preferir una actitud sancionatoria: no privilegiar la imposición de una penitencia porque “el castigo no resolverá el problema”, se dijo.
En ese tono, el Consejo General de dicha autoridad electoral calculó multas por 1.564 millones de pesos (más de 80 millones de dólares), de los cuales 785,6 millones son producto de infracciones en el proceso federal. Los consejeros y consejeras decidieron ser laxos en los rubros de gastos no reportados y no comprobados, por lo que redujeron la sanción de esta última cifra a 330 millones. Una pichincha.
No cabe duda de que los partidos siguen cumpliendo con las funciones que de manera histórica les han sido encomendadas. El politólogo español Jordi Matas las sintetiza así: socialización política y creación de opinión; armonización de intereses; formación de élites políticas; canalización de las peticiones de la población, y reforzamiento y estabilización del sistema político.
¿Pero es el momento para plantearse, con seriedad, una democracia sostenida no solo en partidos políticos? En el núcleo de la democracia, donde se requiere de la participación de estas organizaciones, se encuentra la acción política, la implementación de una serie de actividades que tendrían como supuesto principal ver por el bien de la comunidad.
Así que el punto es que esta acción la desarrollan un conjunto de individuos, ya sea en solitario o en conglomerados. De manera que, entonces, si lo que importa es la acción y los individuos que la ejercen, lo de menos es el espacio organizativo en el que se encuentran alojados.
Si se toman como referencia los sistemas parlamentarios, los líderes partidistas y la propulsión más importante de dicha acción política se instalarían en el Congreso y con ello se podría aspirar a una presencia intermitente de los partidos: existencia temporal de los partidos, acción política permanente desde los cuerpos legislativos.
¿Estamos ya ante la posibilidad de contar con partidos políticos eventuales como lo había previsto Moisei Ostrogorski hace más de un siglo?: “¿No se ha indicado ya la solución que exige el problema de los partidos? ¿No consiste en eliminar en la práctica la costumbre de los partidos rígidos, de los partidos permanentes que tengan por fin el poder, y restituir y reservar para el partido su carácter esencial de agrupamiento de ciudadanos, formado especialmente para una reivindicación política determinada?”.
Pensar que Morena es el responsable de la continuidad de la llamada Cuarta Transformación en México es un error, es apenas el vehículo en el cual se concentraron los apoyos favorables al movimiento y en especial al presidente Andrés Manuel López Obrador en las elecciones de 2024.
Estamos a poco del advenimiento de un nuevo partido, que tiene entre sus líderes más visibles a quienes impulsaron la llamada Marea Rosa mexicana. ¿Será la solución para generar un contrapeso al oficialismo? Lo que es más, ¿podrá siquiera formarse y lograr el registro? Liderazgos añejos y fallidos para encabezar una organización política que pretende ser novedosa. Mal envite.
Autor
Profesor e investigador de tiempo completo en la Univ. de la Ciénega del Estado de Michoacán (México). Doctor en Estudios Sociales con especialidad en Procesos Políticos por la Univ. Autónoma Metropolitana (UAM). Miembro del SNI-Co.