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Trump: tirando piedras sobre su propio tejado

El éxito de potencias como China y Estados Unidos, impulsado por la intervención estatal, evidencia la falacia del dogma neoliberal del libre mercado y subraya la necesidad de adoptar políticas pragmáticas y libres de ideologías rígidas.

Tarifas recíprocas es el término que utiliza el presidente Trump para denominar los impuestos a las importaciones dirigidos a equiparar políticas industriales (aranceles, subsidios, preferencia en compras gubernamentales, etc.) de otros países, por medio de las cuales, de acuerdo con la Casa Blanca, “han explotado a Estados Unidos”.

Esas tarifas violan normas de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y tratados como el CAFTA. Aun países cuyas economías pesan muy poco en relación con la de Estados Unidos y que han respetado al pie de la letra ese tipo de acuerdos comerciales han sido sancionados. Por ejemplo, en el caso de un país como Costa Rica, Trump se saca un as de la manga al imponer una tarifa del 10% a sus exportaciones como castigo. 

Esto porque, supuestamente, está “explotando” a Estados Unidos al cobrar un impuesto de consumo a las bebidas alcohólicas de acuerdo con el nivel de alcohol, al permitir la contratación preferencial entre entes estatales, al condicionar la importación de ciertos productos a requisitos sanitarios y fitosanitarios, al impedir la importación de papas y al supuestamente carecer de la protección debida a la propiedad intelectual. Lo ridículo del argumento es tan evidente como la orden (lamentablemente acatada por Costa Rica) de no permitir a Huawei competir para suplir la tecnología 5G para evitar el espionaje (¿¡sobre tecnología militar, espacial o industrial!?).

En el caso de China, los elevados aranceles impuestos a sus exportaciones a Estados Unidos buscan, de acuerdo con Trump, compensar la competencia desleal que se deriva del apoyo estatal de China a sus industrias. Supuestamente la mano visible del Estado da ventajas a China que le permiten “explotar” a Estados Unidos. Ello supone que en este país no existen subsidios ni apoyos específicos a sus sectores productivos y que la economía es manejada por la mano invisible del mercado.

Nada más alejado de la verdad. Son harto conocidos los masivos subsidios y el proteccionismo con que Estados Unidos apoya, por ejemplo, a su sector agrícola. Pero quiero referirme a los enormes beneficios estatales recibidos por empresas en el área de alta tecnología, en la que Estados Unidos ha logrado una presencia sustantiva en el mercado mundial.

Por ejemplo, las inversiones masivas del sector público de Estados Unidos que llevaron a descubrir el internet, el GPS, las pantallas táctiles y varias tecnologías de comunicación le permitieron a Apple desarrollar el iPhone, iPod y el iPad. Tal y como lo escribe la economista Mariana Mazzucato (University College London), los usuarios de estos productos por lo general desconocen que las tecnologías fundamentales incorporadas en los productos de Apple son el resultado de la acción directa del Estado invirtiendo miles de millones de dólares durante muchos años.

Aparte del uso —gratuito— de tecnologías desarrolladas por el Estado, Apple recibió regalos multimillonarios del gobierno como apoyo a sus esfuerzos de innovación en la industria de la computación. Esta práctica de subsidiar con recursos públicos a empresas (champions) escogidas no por el mercado sino por el Estado se mantiene hasta el día de hoy. Es un componente sustancial de la Ley de Chips y Ciencia aprobada en el 2022. Esta ley presupuesta un total de $174.000 millones para R&D (Research and development) y $63.000 millones en transferencias y exenciones tributarias a empresas específicas. De igual manera, la Ley para Reducir la Inflación (2022) prevé estímulos por un monto de $370.000 millones para subsidiar a empresas que generen tecnologías y productos en el campo de las energías limpias.

Lejos de confiar en la supuesta capacidad de las fuerzas del mercado para maximizar la eficiencia en la asignación de recursos, Estados Unidos ha preferido poner en práctica políticas industriales idénticas a las que han dado a China sus principales éxitos competitivos.

Lo normal es que al admirar algunos productos, ya sea por su calidad tecnológica, el servicio que prestan a la humanidad o las ganancias que generan, la atención y los méritos se concentren en Steve Jobs, Mark Zuckerberg, Bill Gates, Elon Musk, Jeff  Bezos, Sam Altman, Larry Page, etc. No hay duda que estos extraordinarios empresarios e innovadores tienen mentes privilegiadas y vocación por la excelencia, el riesgo y el trabajo duro. Pero sin la participación del Estado en el desarrollo de tecnologías y en la transferencia de subsidios, todo financiado con los impuestos pagados por los contribuyentes, esos emprendedores no hubiesen pasado de la primera base.

Entonces, la estrategia seguida por Estados Unidos ha sido similar a la que atribuye, acusativamente, a China: presupuestación masiva de recursos públicos que han servido para hacer viables y dotar de competitividad a sus empresas y productos y para el desarrollo del país.

Por cierto, el éxito competitivo logrado tanto por China como Estados Unidos al amparo de la mano visible del Estado (y de la Unión Europea, Corea del Sur, la República de China en Taiwán, Japón y Singapur) solo refleja la irrelevancia de las prédicas neoliberales sobre la magia del libre mercado, al tiempo que destaca la importancia de poner en práctica políticas guidas por un enfoque antidogmático, pragmático y ecléctico. Por su parte, el fracaso de la mayoría de los países de América Latina —la neoliberal y la socialista—, de la China pre Deng Xiaoping, de las dos Rusias —la comunista de la Unión Soviética y la neoliberal privatizadora de la era posterior— responde a su característico simplismo y a su apego a dogmas sin sustento ni en la realidad ni en el estudio.

La verdad es que, al diseñar políticas de desarrollo y competitividad, la pregunta que de la historia deben aprender las derechas no es si el Estado debe participar en la economía y si debe interferir en las fuerzas del mercado, sino cuándo, dónde y cómo. Así mismo, las izquierdas deben aprender a preguntar no si el mercado y la empresa privada deben jugar un papel en la economía, sino (tal y como lo hizo Deng Xiaoping) cuándo, dónde y cómo

En Estados Unidos ese enfoque pragmático comenzó con la independencia bajo el liderazgo de Alexander Hamilton y siempre ha estado presente, a pesar de recurrentes prédicas extremistas promercado. Ni siquiera Reagan propuso eliminar el fuerte papel del Estado. Mantuvo intactos los subsidios a la agricultura y las inversiones estatales en R&D, por medio de numerosas agencias gubernamentales (por ejemplo DARPA, NIH, Ministerio de Defensa o la NASA), o de subvenciones a universidades y a empresas privadas.
Por ello Trump tira piedras sobre su propio tejado cuando explica que sus tarifas recíprocas en parte se justifican como herramienta para compensar los apoyos gubernamentales o las distorsiones de mercado con que otros países ayudan a sus empresas a ser competitivas.

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Político y economista. Profesor de la IE University (España). Master en Economía de la Universidad de Manchester (Inglaterra). Fue diputado y ministro de Planificación y Política Económica, de Costa Rica.

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