Estoy escribiendo estas líneas a pocos minutos de que, por tercer día consecutivo, se instaure el toque de queda en Chile. Si me decían hace unos días que este fin de semana lo pasaría encerrado entre estados de emergencia y toques de queda, no lo hubiese creído. El polvorín chileno explotó y el detonante fue una tentativa de suba del precio del transporte público. Pero el que crea que el boleto es lo que está detrás de esto, le está errando y por mucho. El boleto es apenas la punta del iceberg.
En cuanto a la coyuntura, las instituciones están absolutamente desorientadas y desbordadas; y es difícil ver cómo esta situación continuará en un futuro inmediato. La Presidencia se empecina en hablar de “grupos de vándalos concertados” e inclusive Sebastián Piñera ha dicho que Chile se encuentra en guerra (sic). Lo que el Gobierno no quiere entender es que no hay concertación de vándalos. Estas manifestaciones han sido respuestas inorgánicas, espontáneas, transversales, y donde los que participan conforman un collage de intereses y aspiraciones (algunas de ellas, contradictorias). Y he aquí el drama: no hay una cabeza con quien negociar, no hay líderes, no hay estructuras orgánicas; es una explosión social inédita en Chile, en la región, y quizás, por su naturaleza, en el mundo.
Por cierto, existe anomia. Mucha. Existen individuos que se aprovechan del desconcierto imperante para saquear. Esto ha llevado a que, como reacción al vandalismo, grupos organizados de vecinos tomen la ley en sus manos y se conformen como grupos de autodefensa, “los chalecos amarillos”. El Gobierno de Chile ha mirado con buenos ojos a estos grupos; de hecho, les ha dado luz verde. Esto es muy peligroso porque tácitamente acepta compartir el monopolio del poder.
Hasta hace pocos años, mucha gente estaba convencida de que Chile era el país modelo, el “tigre de Sudamérica.” Se crecía, disminuía la pobreza, se jugaba limpio y, supuestamente, había instituciones sólidas. Sin embargo, estas realidades, que fueron llevadas a una categoría de mito en algunas instancias, han ido colapsando una a una. Casos de triangulación de dineros públicos con fines espurios, corrupción profunda en Carabineros y la institución militar, financiamiento oculto de la política y un profundo sentir de injusticia justamente al aplicar justicia (cuando a unos se les aplican penas draconianas, a otros simplemente los castigan con penas simbólicas).
Una de las cosas que duele es que la debilidad del acuerdo social imperante fue alertada una y otra vez»
Pero la realidad es que el modelo “no goteó” como se había prometido. Una de las cosas que duele es que la debilidad del acuerdo social imperante fue alertada una y otra vez, y desde hace muchos años. La indolencia y el negacionismo de un sector mayoritario y transversal de (todas) las élites quedaron en evidencia.
Hace años se alerta que la democracia chilena tiene enormes problemas de representación. No es normal que la única forma de que las élites gobernantes escuchen a un grupo (sean estudiantes, mujeres, medioambientalistas o, simplemente, “ciudadanos de a pie”) sea solo por medio de cocktails molotov, el corte de avenidas o cosas peores. Pero las instituciones ahora no dan para mucho más.
Así como es imposible saber cómo se desarrollarán los eventos, también es difícil recomendar una solución. Quizás, me pregunto si no será un momento oportuno de consultarle a la ciudadanía si convocamos una Asamblea Constituyente verdaderamente representativa para que le dé al país una Constitución que esté en sintonía con los principios que la ciudadanía apoya mayoritariamente.
Pero temo que eso es demasiado riesgoso para los tradicionales ganadores.
Foto de simenon en Foter.com / CC BY-SA
Autor
Political scientist. Professor and Director of the Institute of Political Science of the Pontifical Catholic University of Chile. PhD in Political Science from the University of Notre Dame. Author of "Citizenship and Contemp. Direct Democracy" (Cambridge University Press, 2019).