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La crisis de Ucrania como oportunidad para al diálogo interamericano

La invasión rusa de Ucrania ha generado un reacomodo de las relaciones internacionales y un agravamiento de las animosidades preexistentes entre los grandes bloques del Norte. El Sur global, en cambio, ha permanecido relativamente distante de la creciente polarización, y en esa línea se ha posicionado, en general, América Latina. Sin embargo y a pesar de las distancias, las reverberaciones de la crisis son tan masivas que es imposible no hacerse la pregunta respecto al impacto que tendrá la crisis en la región.

Una de las preguntas más relevantes es aquella que indaga sobre el modo en el que el “retorno de la geopolítica” y el “fin de la globalización” podrían impactar en las relaciones interamericanas. Más específicamente, si  la actual afectación de las  cadenas de suministros compuestas de nodos de producción y distribución desperdigadas por el mundo, llevará a un reacomodo del dialogo interamericano.

Esta pregunta no es nueva. Ya con la pandemia había resurgido la idea de que la autosuficiencia podría no ser tan descabellada dadas las dificultades para conseguir insumos sanitarios. Y hoy, esa preocupación reaparece bajo la fórmula de la desconfianza en las cadenas de suministros cuyos nodos de producción y distribución se ubican en “países enemigos”.

El resurgimiento de los “espacios regionales”

Es a raíz de esta problemática que en el escenario internacional se ha visto reflotar la importancia de los “espacios regionales” basados en una mancomunidad de ideas, postulados políticos y hasta cierto punto rasgos culturales comunes. Todo ello como condición para una mayor y mejor integración económica. Una manifestación de esta inquietud salió a relucir en la reciente visita de Guillermo Lasso, presidente de Ecuador, a Argentina, donde ambos mandatarios se pronunciaron en favor de una reconstrucción del espacio regional latinoamericano, aludiendo a sus diferencias políticas específicas, pero sobre todo enfatizando los puntos comunes.

Lastimosamente, en el caso latinoamericano ese “espacio regional” se encuentra muy deteriorado, y se requerirá un gran esfuerzo para reconstruir la narrativa de la integración. Más aún si a dichos propósitos se le agrega la ambición de reavivar el diálogo interamericano, tomando en consideración que está en plena marcha el proceso de convocatoria a la IX Cumbre de las Américas, que tendrá lugar en Los Ángeles, EE. UU. en junio 2022.  

La Cumbre ya tiene una agenda bien definida, propicia para repensar las relaciones con el Norte, pues se convoca para “construir un futuro sostenible, resiliente y equitativo”. La cuestión es que el contexto político en el que se produzca el encuentro se dé un cambio de tono. Para ello, nos parece, hay algunos deberes a ser cumplidos por  parte y parte.

En el caso de la administración Biden ha llegado el momento de reinterpretar el significado de aquel   “estar de vuelta” después del caos trumpiano que proclamó la administración al asumir las riendas del gobierno. Hasta ahora, ese retorno ha estado dirigido fundamentalmente a reparar las relaciones con los socios del eje atlántico norte y el pacífico. Basado en una noción del orden internacional liberal tradicional, que otorga primacía a los países desarrollados. Su visión de cómo articular el Sur, y sobre todo el eje hemisférico occidental, no ha tenido las mismas luces.

La idea sería que esta visión de la administración Biden cambie e incluya una mirada distinta al Sur. Una en la que el espacio hemisférico occidental se fortalezca y reconsidere el tema de la integración, dada la crisis en la cadena de suministros y el retorno de la geopolítica. Un cambio que implique un enfoque diferente en las relaciones interamericanas con una aproximación más empática con respecto a las prioridades de los países de la región.

Historicamente, los temas de la agenda interamericana se basan en un listado pergeñado por el Norte, en base al análisis que sus órganos de gobierno hacen de la realidad latinoamericana. Sin embargo, esta nueva visión debería integrar los intereses de los gobiernos y organizaciones de la sociedad civil latinoamericana, mediante una nueva forma de escucha activa.

De parte de América Latina y el Caribe, evidentemente no se puede esperar una voz unívoca, pues al diálogo interamericano concurre una gran diversidad de países, incluyendo a los caribeños de habla inglesa, holandesa y francesa. Sin embargo, hay dos puntos que convendría resaltar. Uno es que se ponga en perspectiva la gran influencia de China, resguardando las relaciones con la potencia asiático, de manera que se valore en su justa medida las relaciones comerciales y las inversiones, pero, por otro lado, la región debería pronunciarse con claridad y en bloque en referencia a los principios democráticos, los derechos humanos y el respeto a las libertades.

Sobre este último punto convendría cambiar la manera en que la región se aproxima a la idea del orden internacional liberal, viéndolo menos como una suerte de pseudónimo de la globalización neoliberal y más como el tipo de orden multilateral que mejores condiciones ofrece para resguardar la democracia, siendo éste, un activo más deseable que las alternativas ofrecidas por la realpolitik de las potencias con rasgos autoritarios.

Por mucho tiempo, en el diálogo interamericano se ha dado como una suerte de “autoexclusión” de los propios países de la región. Como si los voceros del orden liberal internacional fuese solamente las democracias liberales del Norte, cuando, comparativamente hablando, y a partir de la tercera ola de democratización de fines del siglo pasado, la región tiene, de hecho, buenas credenciales para abogar por unas relaciones internacionales basadas en dichos principios y desde la perspectiva del Sur global.


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Cientista político, profesor del Programa de FLACSO en Paraguay y consultor en planificación estratégica. Fue director regional para A. Latina y el Caribe del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA). Magister en Ciencias Políticas por FLACSO–México.

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