Las actividades comerciales, políticas, militares y culturales de la República Popular China (RPC) en América Latina durante las últimas dos décadas están fomentando indirectamente una región menos democrática y segura. Y es que el valor agregado de la extracción de los recursos de la región y el suministro de bienes y servicios a sus mercados se dirige cada vez más a empresas e inversores chinos, en lugar de a los pueblos latinoamericanos.
Los esfuerzos de China, generalmente encabezados por sus empresas estatales y apoyados por el Gobierno, buscan asegurar el acceso a recursos, alimentos, mercados y tecnologías estratégicas, con el fin de obtener el mayor valor agregado posible para las entidades de ese país. Así, sus avances particulares comprenden la “conectividad” de las economías latinoamericanas, incluidos los puertos, el transporte terrestre y marítimo, la generación y transmisión de electricidad, las telecomunicaciones, el comercio electrónico y las finanzas, entre otros.
Los esfuerzos de la potencia asiática están respaldados por su considerable poder blando que a menudo aprovecha, no solo la admiración por la cultura china o al país como modelo político y de desarrollo, sino también por la esperanza de un “beneficio” político, corporativo o personal, que no es necesariamente inconsistente con la desconfianza que algunos en la región tienen por las prácticas del Gobierno y sus empresas.
Dicho poder blando se ve reforzado por la diplomacia de pueblo a pueblo (paradiplomacia), incluidos los 44 Institutos Confucio que atraen a latinoamericanos interesados en China, así como las becas Hanban (institución pública que depende directamente del Ministerio de Educación de China) que permiten a los más capaces estudiar en el país asiático, lo cual los puede llevar a ocupar en el futuro posiciones comerciales y diplomáticas con respecto a China en sus propios Gobiernos, mientras que el pago de viajes a académicos, políticos, periodistas y funcionarios gubernamentales los ubica, en cierta medida, en una situación comprometida a la hora de criticar al país.
De esta manera, China y sus empresas, al perseguir sus propios intereses, se han convertido en “incubadoras” de regímenes autoritarios a medida que las élites populistas consolidan el poder, secuestran sus democracias y actúan contra el sector privado. El Gobierno chino vende, por ejemplo, a sus socios autoritarios los sistemas militares y electrónicos para ayudarlos a mantenerse en el poder controlando a sus poblaciones. Esto genera un beneficio mutuo, ya que estos Gobiernos suministran después productos básicos a China y contratan a sus empresas para proyectos en términos, a menudo, lucrativos.
Con respecto a la soberanía de Taiwán, China no solo fomenta el objetivo estratégico de aislar a la isla, sino que también influencia a los países para un “cambia de rumbo” a través de la firma de múltiples memorandos de entendimiento, normalmente no transparentes, que abren la economía, la infraestructura, el sistema educativo y otras áreas.
Las actividades militares y policiales del Gobierno, en y con líderes de la región, busca envalentonarlos, a la vez que les vende o dona transporte militar y aviones de combate, helicópteros, patrulleros, vehículos blindados, equipos de construcción, motocicletas y patrulleros policiales y vehículos de doble uso.
Además, China lleva regularmente a líderes militares latinoamericanos a China continental para darles cursos de capacitación y educación militar. A su vez, envía a miembros del Ejército Popular de Liberación (EPL) a que hagan cursos en América Latina; que realicen visitas institucionales periódicas, y la propia Marina china hace escalas en puertos de la región.
De hecho, se han realizado 20 despliegues militares y visitas de 200 altos funcionarios de defensa del EPL a la región en las últimas dos décadas. Además, se entiende que en el contexto de un conflicto con los Estados Unidos, dichos intercambios facilitan la capacidad del EPL para desplegarse en la región, incluso ante la falta de una base militar formal o un acuerdo de alianza.
En este contexto, la pandemia de la COVID-19 ha allanado el camino para una ampliación significativa de la presencia de China en América Latina. Aparte de la diplomacia de vacunas de China, las dificultades económicas y fiscales por la pandemia en América Latina han elevado la importancia de la República Popular China como comprador de minerales y productos alimenticios latinoamericanos. Así, las decisiones de prestar o invertir dinero en la región han fortalecido su posición en las negociaciones con los Gobiernos latinoamericanos.
*Texto originalmente publicado en la página web de la REDCAEM
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Autor
Profesor e investigador sobre América Latina en el U.S. Army War College Strategic Studies Institute. Miembro de la Red China y América Latina: Enfoques Multidisciplinarios (REDCAEM).