Uno de los temas más recurrentes en los medios de comunicación latinoamericanos son los señalamientos de corrupción contra actores políticos que aprovechando el lugar privilegiado que detentan para incurrir en apropiación privada de lo público o lo ponen al servicio de las necesidades de sus partidos políticos o aliados.
Sin embargo, para que eso suceda, resulta necesario que este tipo de trapacerías ilegales configuren un escándalo propiamente dicho, es decir, que tenga mediante su difusión un impacto en los intereses del agente corrupto o corruptor.
De ahí que en sociedades democráticas el papel de los medios de comunicación resulta estratégico para conocer los arreglos “sucios” que van en contra de la lógica institucional de transparencia y rendición de cuentas como, también, del sistema de valores vigente.
Y es sabido, que la corrupción de los agentes políticos tiene un gran mercado cautivo sea por la baja calificación que tienen estos en la escala de evaluación como por el morbo que suscitan en segmentos de la ciudadanía.
Así, en América latina los grandes de medios de comunicación tienen en su nómina a periodistas de investigación de casos de corrupción de manera que constantemente ofrecen a sus lectores este insumo para la toma de decisiones políticas e, incluso, económicas, cuando se ven actores económicos involucrados en complicidades de corrupción.
O sea, que si la denuncia es un insumo para que el ciudadano tome decisiones convierte a los medios de comunicación en un poderoso instrumento contra la clase política que tiene que lidiar con aquello de que la “política es el arte de lo posible, no de lo deseable” lo que lleva frecuentemente a este tipo de actor a saltar por conveniencia o por necesidad al otro lado de los límites estrechos de la legalidad.
Tenemos, entonces, que constantemente la conversación pública de nuestros países -incluso en las llamadas democracias consolidadas- estén mediados por el “escándalo político de la semana”, habida cuenta de que es un producto que se vende bien en sociedades marcadas por las desigualdades sociales y, atizadas para que estas exijan castigo para los culpables en principio a través de la exposición mediática.
Y es que es muy común que cuando un actor político se ve envuelto en un caso de corrupción primero se le juzgue en los medios y, llegado el caso a tribunales, se le someta a investigación y, eventualmente, se le enjuicie y sentencie con penas pecuniarias y/o corporales.
Un recuento a vuelo de pájaro de lo que está ocurriendo hoy en las ocho columnas de los principales medios impresos, en la conversación de los medios digitales y en las redes sociales, demuestran claramente de cómo los escándalos políticos son lo que más vende en unos medios que no necesariamente están pensados en clave de relaciones de partido en el gobierno y oposición. Aunque, sin duda, cualquier escándalo provoca beneficios y perjuicio en la arena política.
México, por ejemplo, en este momento está en medio del escándalo originado en la sede del Poder Ejecutivo cuando en un acto errático del presidente López Obrador creó a quien seguramente será la candidata presidencial en los comicios del verano de 2024 y ahora, él mismo, por los múltiples medios a su alcance busca bajar a la senadora Xóchilt Gálvez de las preferencias electorales.
En EE. UU. el escándalo de la toma del Capitolio por las huestes trumpistas y la apropiación privada de información oficial clasificada sacude hoy las instituciones de ese país y alcanza al proceso sucesorio que acontecerá a finales de 2024.
En Francia, el escándalo de la violencia policial, que terminó con la vida de un joven árabe provocó recientemente grandes movilizaciones que generaron un serio problema de gobernabilidad y puso en entredicho al sistema de seguridad pública.
En Argentina, los juicios por los escándalos de corrupción de la expresidenta Cristina Kirchner y el intento de destituir a cuatro ministros de la Corte Constitucional ha creado una gran tensión política que se suma a los problemas derivados de la devaluación y la hiperinflación que tiene en la calle a los grandes sindicatos y organismos comunitarios protestando y exigiendo “pan para todos”.
En Brasil, la derrota electoral de Jair Bolsonaro, en mucho se explica por los escándalos de corrupción y marginación social que supo explotar eficazmente el equipo del hoy presidente Lula da Silva.
En definitiva, los escándalos políticos que son resultado de actos de corrupción, pero, también, de cambio de posturas programáticas, son catalizadores de la representación política que pone a cada uno, en su lugar y eso, significa, un efecto positivo o negativo, según se vea, en cada país y grupo de poder.
Autor
Profesor de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Doctor en Ciencia Política y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores de México