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Guillermo Lasso y sus demonios

Antes de empezar su mandato como presidente de Ecuador, Guillermo Lasso ya era políticamente débil. Llegó con una votación prestada, ganó en una primera vuelta tan ajustada que era en sí misma sospechosa, enhebró un acuerdo ideológico con un aliado natural, el Partido Social Cristiano, que nunca confió en él y no tenía partido, aunque le sobrara dinero para la campaña. Dos razones más profundas conspiraban en contra de su programa económico y social conservador. En las urnas y en el parlamento se impusieron movimientos políticos que han mantenido una retórica bastante alejada de las políticas de ajuste neoliberal, tanto entre los seguidores del expresidente Rafael Correa como en el poderoso movimiento indígena, Pachakutik, que históricamente ha mantenido una agenda política radical.

En las calles, el vigoroso levantamiento de octubre de 2019 contra las draconianas medidas de ajuste económico acordadas por Lenin Moreno con el Fondo Monetario Internacional había demostrado que el margen de maniobra para reducir el déficit fiscal con típicas medidas impopulares, como el alza del precio de los servicios básicos, era bastante estrecho.

Un presidente en dificultades

El problema de fondo es que la agenda económica neoliberal es muy poco aceptable. Asume que las empresas necesitan pagar menos impuestos y sufrir menos regulaciones para crecer; mientras, paralelamente, las clases trabajadoras deben tener menos seguridades y estabilidad para trabajar eficientemente. Para que los ricos trabajen, hay que pagarles más; para que los pobres trabajen, hay que pagarles menos. No es una pastilla fácil de tragar. No solo en Ecuador.

Con frecuencia, las agendas neoliberales más estrictas se han aplicado por la fuerza, sin deliberación democrática, o han sido el resultado de un giro pragmático de gobernantes que llegaron a ganar elecciones enarbolando un discurso muy diferente. El neoliberalismo ha exacerbado las desigualdades económicas, porque ése es, precisamente, su supuesto. Los más exitosos sobreviven y prosperan, y reciben el premio que se merecen. Los demás pagan el precio de la ineficiencia y quiebran. También merecidamente. Medidas compensatorias temporales, como transferencias condicionadas y focalizadas, buscan evitar resultados demasiado extremos entre quienes fracasan; mientras la educación debe servir para mejorar paulatinamente la competitividad de las nuevas generaciones de trabajadores menos aptos.

En ciertas circunstancias, más o menos excepcionales, este tipo de razonamiento y de lógica política, gana más adeptos de lo usual, que oscila entre un 20 o 30% del electorado en América Latina. En Ecuador, tales circunstancias excepcionales no han aparecido. Guillermo Lasso, por lo tanto, atado de pies y manos, se ha visto obligado a postergar o moderar sus aspiraciones de imponer una agenda semejante.

Presentó a la Asamblea una reforma laboral flexibilizadora denostada por la izquierda, junto a una reforma fiscal muy tímidamente redistributiva, impugnada por sus aliados a la derecha. Luego decidió presentar únicamente la reforma fiscal, esperando que una mayoría parlamentaria hostil aceptara aumentar impuestos en época de crisis. Al momento de escribir estas líneas, este segundo intento parece haber recibido el apoyo velado del correísmo para que entrara en vigencia sin ser negado ni aceptado por el Parlamento. Una victoria relativa.

Deshonrado por las revelaciones de los Papeles de Pandora de que mantiene una parte de su fortuna en el extranjero, sin que todavía se haya revelado el monto del dinero que sacó al exterior, —su programa económico convoca a la inversión extranjera y nacional— Lasso reaccionó acusando a sus detractores de formar parte de una conspiración internacional.

Formaban parte del acuerdo para desacreditarlo tanto su antiguo aliado a la derecha, Jaime Nebot, como sus adversarios Rafael Correa y el presidente de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE), Leonidas Iza. La verdad es que no importa el gobierno de que se trate; las teorías conspirativas pululan en todos los gobernantes acechados por los desastres creados por su propia incompetencia: desde Nicolás Maduro hasta Jair Bolsonaro, pasando por Guillermo Lasso.

No debería sorprender si pronto acusa de conspiración política a quienes perpetraron las masacres carcelarias, que por primera vez en la historia ecuatoriana han significado la muerte de casi 300 presos en un año.

Hacia la recuperación de la política y de un proyecto de país

¿Le queda alguna alternativa? El gobierno parece encontrarse en un punto muerto. Ha perdido aliados a la derecha y solo siembra desconfianzas a su izquierda. No puede aspirar a convocar una consulta popular: ¿sobre qué tema? ¿El alza de impuestos? ¿De las gasolinas? ¿Una reforma laboral que facilite los despidos y la contratación por horas? ¿Alguien piensa que tendría alguna oportunidad de ganar?

Tampoco parece viable recurrir a la llamada “muerte cruzada”, disposición constitucional por la cual se disuelve el parlamento y se convoca a nuevas elecciones. Todas las previsiones sugieren una derrota apabullante en la eventualidad de querer recurrir a semejante opción.

La única alternativa políticamente viable es un giro radical en su agenda económica y social. Aprovechando el alza de los precios del petróleo, ciertos préstamos internacionales cuyos costos descienden precisamente por el alza de precios, y otras medidas quizá más cercanas a su programa neoliberal (por ejemplo, la venta de propiedades públicas rentables diseñadas para favorecer a los compradores), podría hacer una inyección poderosa de fondos públicos en la economía para su reactivación.

Podría apelar a una típica medida contra-cíclica en momentos de recesión, facilitar la circulación de dinero para reactivar el consumo y aumentar la tasa de inversión. Obras públicas, transportes, el sector inmobiliario y el turismo nacional (hasta que el internacional se reactive).

La actual devaluación del dólar en la economía internacional ofrece otro respiro. En una economía dolarizada, la producción nacional se abarata, las exportaciones se vuelven más competitivas, la cotización de las materias primas que el país exporta tiende al alza, el drenaje de dólares por importaciones baratas en los países vecinos se desacelera.

El contexto internacional ofrece una oportunidad para emprender una agresiva política de reactivación económica y recomponer su mellada credibilidad interna. Pero eso significa abandonar los dogmas de la austeridad y la mínima intervención pública en la economía.

Ha sido mucho más común ver candidatos heterodoxos sufrir una conversión a la ortodoxia económica neoliberal (Menem, Fujimori, Cardoso, Alan García, Paz Estenssoro). ¿Podría ser Guillermo Lasso el primer candidato neoliberal que se convirtiera al keynesianismo en momentos en que priman en todo el mundo los paquetes de estímulos al consumo interno, al gasto público y la producción nacional? Soñar cuesta poco.

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Historiador. Doctor por el Centre for Latin American Research and Documentation (CEDLA) de la Universidad de Ámsterdam. Docente de la Universidad Andina Simón Bolívar (UASB) e Investigador del Instituto de Estudios Ecuatorianos.

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