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El “partido del sombrero” mexicano

La ciencia política clásica difícilmente elaboraría una clasificación que incluya lo que llamo “partido del sombrero”, es decir, un tipo de partido que se sale de los cánones convencionales de izquierda-derecha, o de los llamados clivajes nacionalistas o regionalistas, lo que supondría que la definición mencionada atiende más al periodismo de investigación que a una tipología politológica seria y rigurosa.

Si nos remitimos al origen de los partidos políticos, lo que no vamos a encontrar es que se constituyeron a partir de los grupos de interés económico, laboral, regional o religioso. Y si bien ese mundo de pertenencia partidaria se ha ampliado con nuevas identidades políticas, también hemos sido testigo de la incursión subrepticia de grupos criminales en las elecciones con candidatos propios o con aquellos que están bajo su esfera de influencia.

En México, estas organizaciones criminales ejercen una influencia transversal en el sistema de partidos y lo hacen al margen de las identidades partidarias generando un complejo sistema de relaciones sociales y políticas que se traducen en formas sui generis de poder que algunos autores llaman genéricamente narcopolítica.

El Diccionario de la Lengua Española define la narcopolítica como: “Actividad política en que las instituciones están muy influidas por el narcotráfico”. Esa influencia, evidentemente tiene sus propias rutas de apropiación de lo público. Todavía hasta a los años noventa del siglo pasado había indicios de que los llamados “señores del narco” estaban al servicio del poder político. Y una regla no escrita es que estos no debían meter sus manos en la política ni contra los políticos.

En este siglo, se fueron incrementando los intereses de los políticos al margen del antiguo tutelaje priista que se fue diluyendo con los procesos de alternancia. Y de esta manera, fueron transformándose en factores reales de poder en las regiones del país donde operaban los cárteles. De manera que al narco le interesó cada vez más saber quiénes eran los candidatos a los cargos de elección popular y, sobre todo, aquellos que tenían posibilidades.

Y es así como los narcos han intervenido en la postulación de candidatos afines a sus intereses, lo que ha significado que han tenido que “limpiar” de adversarios políticos en estados, alcaldías y distritos. Se ha pasado del “palomeo” de candidatos a la neutralización de ciertas candidaturas, se ha promocionado candidatos afines a la violencia en las campañas, y en muchos casos, en los últimos procesos electorales federales y locales se ha asesinado a quienes no se someten a esa directriz subterránea.

En las pasadas elecciones locales de 2021, el “partido del sombrero” arrasó en los estados de la costa del Pacífico lo que llevó a la renuncia de un gran número de candidatos violentados y la colocación de más de un centenar de dirigentes partidarios y operadores políticos.

Con este tipo de “campaña paralela”, evidentemente el resultado de la elección en muchas regiones fue previsible, pues ganaron los que tenían que ganar. Y si un instrumento de campaña funciona con un bajo costo político, es muy probable que se siga utilizando donde ya se utilizó y se vaya ampliando al resto del territorial. Recordemos, además, que de esa cadena de crímenes ocurridos en 2021, en la mayoría de los casos no hay resultados judiciales sobre que grupo los cometió y por lo tanto están archivados.

Esto significa que, si en México tenemos un 95% de impunidad, en el caso de los crímenes políticos locales ronda el 100% lo cual representa un serio tropiezo para nuestra frágil democracia. Y en este marco, no es excesivo afirmar que si el país no logra frenar la situción, terminaremos siendo una narcocracia.

Sin embargo, el presidente López Obrador insiste en afirmar que si se aprueba su iniciativa de reforma electoral, ya presentada formalmente, viviríamos en una “auténtica democracia”. Pero la ausencia de financiamiento público que contempla la iniciativa, no solo comprimiría el sistema de partidos, sino que abriría las puertas al dinero proveniente de los poderes fácticos.

Y es que los partidos podrían dejar de ser “entidades de interés público” para convertirse probablemente en organizaciones con registro, pero al servicio de este singular particular. Esto sería, técnicamente, la derrota de la política institucional.

Soy partidario de que el costo de las elecciones ha llegado demasiado lejos y son necesarios consensos políticos para reducirlos sensiblemente. Lamentablemente eso no ocurrirá por los escasos incentivos que tiene este pretendido modelo de democracia electoral y por que la oposición nunca la votaría.

Como afirmó el sociólogo Jorge Zepeda Patterson, se trata de una iniciativa que está pensada desde el interés personal, más que desde una visión de construcción institucional. López Obrador, en este asunto, está interesado en dejar registro de que planteó una propuesta que fue rechazada por la oposición.

Y es que su narrativa está marcada por los símbolos de la buena patria y la disputa permanente con sus enemigos reales o ficticios. Por eso, cuando se le plantean los problemas del día a día con el narco, las masacres, los feminicidios, las muertes violentas de jóvenes y un largo etcétera, que se sale de su guion, les da la vuelta para terminar poneiendo el foco en aquellos enemigos que ha construido en su relato transformador: el neoliberalismo en su expresión más abstracta y los dueños del dinero en su manifestación más pedagógica. La abstracción como recurso retórico.

Y así, AMLO buscara llegar hasta el final. Tiene de su lado la clientela susceptible a sus mensajes soberanistas, la prédica patriota y nacionalista de la 4T (Cuarta Transformación). El resto puede esperar porque el crimen organizado “también es pueblo” y “son seres humanos”.

Por ello, el “partido del sombrero”, el partido del crimen organizado, con sus expresiones regionales, adquiere un mayor significado al estar en medio de la prédica nacionalista que a la larga seguirá en su empeño de capturar las instituciones del Estado mexicano. Por eso, las elecciones son más importantes que nunca.

En definitiva, el “partido del sombrero” o el nombre que se le dé, con mayor o menor valor politológico, expresa la realidad mexicana. Una realidad cada día más preocupante que está debilitando sensiblemente la democracia mexicana.


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Profesor de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Doctor en Ciencia Política y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores de México

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