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El presidente López Obrador: una primera evaluación

Andrés Manuel López Obrador está por cumplir medio año en la Presidencia de México. Su figura sigue convocando a los exagerados por vocación y alimentando el fanatismo político a favor y en contra. Con el refuerzo amplificador de las “redes sociales”, la discusión sobre su gobierno está entrampada, estancada, envenenándose: ha sido capturada por el extremismo, sin importar hechos ni razones, y grandes números sociales se forman ciento por ciento con el presidente o ciento por ciento en su contra.

Los absolutamente “anti” no están pensando los problemas y sus hechos, y criticando en consecuencia, aunque eso que no hacen es lo que dicen hacer; critican todo lo que venga de López Obrador, por sistema, por lo que a veces (no siempre) exageran a satisfacción de ese impulso. En el otro extremo se da prácticamente lo mismo: los totalmente “pro” no están defendiendo lo racional y éticamente defendible del nuevo gobierno: están defendiendo, “a capa y espada”, a su ídolo y líder, haga lo que haga (sea lo que sea).

Así, no sorprende que entre el primer grupo haya quienes ridículamente se vean a sí mismos como “la resistencia” (como si el Gobierno obradorista fuera un enemigo del nivel antidemocrático de los verdaderos fascistas o al menos de Donald Trump); tampoco es de extrañar que en el segundo grupo se comporten como miembros de una religión, y de “la verdadera”, ya sea en el papel de simples pero aguerridos feligreses o de teólogos y sacerdotes (correlativamente, el propagandista John Ackerman escribió en algún mal libro de 2015 que México, sin AMLO en el poder, estaba como España en la Guerra Civil, sugiriendo, con esto, no una gran división entre los mexicanos, sino que los poderosos del momento eran equivalentes a los fascistas franquistas…).

Años de polarización desquiciante y desquiciada, eso es lo que ha vivido México. Años que han desembocado en la maximización de la tontería en dos direcciones: los fanáticos anti-AMLO, por y para criticar como lo critican, terminan por pintar la caricatura de un país casi paradisiaco que López Obrador destruye sin piedad, mientras que los fanáticos pro-AMLO, por y para protegerlo como lo protegen, regalan la postal de un infierno Total que su jefe apaga y clausura. La locura. Y yo no exagero: véase lo que pasa a diario en Twitter.

El México del siglo XXI era y sigue siendo una democracia pero no consolidada y de baja calidad»

La verdad es que ningún extremo tiene razón, así como tampoco la tienen sus grados más próximos: el México del siglo XXI era y sigue siendo una democracia pero no consolidada y de baja calidad, llevaba mucho tiempo deteriorándose y hoy sigue sufriendo deterioro.

Aquí no haremos malabarismos para tratar de desprestigiar o ensalzar a López Obrador. Aquí se reflejará un equilibrio por análisis. Ni neutralidad ni partidismo. Esta evaluación representa una crítica analítica, ética e independiente. Muy pocos están siguiendo una línea similar; tan pocos, que podemos contarnos con las manos, entre ellos, Jesús Silva-Herzog Márquez, en periódicos, y Javier Tello, en televisión.

Un primer y pequeño paso es reconocer que ningún gobierno puede ser perfecto. El segundo paso es mayor: el de asumir que una tendencia gubernamental en democracia es el claroscuro. O lo agridulce. Pero en algunos casos hay más luz que oscuridad (que la hay) y, en otros, al revés (en todo esto también hay grados y extremos). Lo agridulce no es necesariamente mitad agrio y mitad dulce, no siempre o casi nunca es 50 y 50 de cada cual. De ahí debe darse un tercer paso particular, el más fértil y relevante: recibiendo los hechos con la cabeza, podemos decir más sobre la presidencia de López Obrador, y ser más precisos y honestos: hasta el momento, es una experiencia más agria que dulce. No un Gobierno Agrio, no un Gobierno Dulce, no solo agridulce, más agrio que dulce.

Lo dulce: la nueva política de salario mínimo, la reducción de sueldos de la alta burocracia, la intención de combate eficaz al huachicol (robo y venta ilegal del combustible), una reforma laboral que puede democratizar la vida sindical, algunos proyectos o intenciones de redistribución económica, y pocas cosas más. No se necesita ser de izquierda para aceptar hechos en este sentido; basta ser decente y sensato sobre la evidencia de problemas históricos.

Lo agrio: el ataque a programas públicos razonablemente exitosos como el de estancias infantiles, el freno definitivo e innecesario a la construcción del llamado Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México o “consultas populares” que son una farsa, la propensión a un discurso de moralismo superficial y hasta bobo, decisiones de austeridad confundida y salvaje en materia de atención a la salud, el amiguismo en múltiples contrataciones gubernamentales, la presencia de políticos autoritarios (en el Gobierno) tan cuestionables como Manuel Bartlett, impericias en el combate contra el huachicol, la falta de aprendizaje personal sobre la libertad de expresión, el conservadurismo social de siempre (López Obrador, “el liberal y progresista”, no apoya el aborto, el matrimonio civil de personas homosexuales ni la regulación legal de las drogas), la continuación en esencia de la “guerra” contra las drogas y el narco que hicieron los presidentes anteriores, así como el desprecio tanto a la ciencia como al cuidado del medio ambiente, un desprecio tan real que se expresa en grandes reducciones presupuestarias y vacíos de políticas públicas.

Y eso no es todo. Concentrémonos en otros cuatro elementos agrios:

1. El casi nulo avance contra la corrupción. Siempre fue y siempre será una ilusión el que AMLO erradicará la política corrupta. Sin embargo, el presidente está haciendo menos de lo que debe y puede hacer. Hoy no solo hay políticos corruptos en su coalición y se desdeña el completamiento y la consolidación del Sistema Nacional Anticorrupción, sino que también empiezan a aparecer casos de planes y casos de corrupción dentro de su gobierno. Según la asociación civil Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad, en los primeros meses de esta administración, cerca del 80% de los contratos para compras y obras se entregaron por “adjudicación directa”, es decir, sin competencia ni valoración de opciones abiertas. Un mecanismo propicio para la corrupción. Una continuidad respecto a los dos presidentes anteriores. Otra continuidad es la de tener colaboradores manchados: el delegado del gobierno federal en el estado de Jalisco, Carlos Lomelí, está cubierto por la sombra de la corrupción.

2. Una política exterior tímida y una cobardía contradictoria frente a Venezuela. López Obrador y su canciller Marcelo Ebrard insisten en que su posición es la “neutralidad” por adhesión a la “tradición diplomática mexicana” y respeto a la “autodeterminación de los pueblos”. Terrible error con eufemismos. Al punto: si hay dictadura, no puede haber “autodeterminación del pueblo”. Es imposible, porque es dictadura. En esta, al “pueblo” le dictan, no se autodetermina. Si estás con la autodeterminación, estás contra la dictadura. Nicolás Maduro es un dictador en crisis. No rechazarlo hablando de “autodeterminación del pueblo venezolano” es una contradicción monumental. 

Debo repetir: una dictadura es, por definición, la no autodeterminación del pueblo (se entienda lo que se entienda por “pueblo”, sea sociedad, ciudadanía o los pobres). No rechazar a Maduro aludiendo a una falsa neutralidad es, por tanto, rechazar la autodeterminación de las venezolanas y los venezolanos.

3. Ir en contra de la división de poderes. Muy pronto le tocó a este presidente hacer nominaciones a la Suprema Corte de Justicia. Y las dos ternas que propuso a su propia mayoría legislativa quedaron en deuda con la democracia y el liberalismo que AMLO dice abanderar. Propuso a militantes de su partido Morena y a simpatizantes comprometidos de una forma u otra con el presidente. El segundo caso es aberrante: se confirmó a Yasmín Esquivel sin el perfil deseable y ella es la esposa de un empresario amigo y colaborador de López Obrador. ¿El pretexto del presidente que no se cansa de hablar de justicia y legitimidad? Son nominaciones dentro de la ley. Y sí, pero también dentro de una teoría y práctica de la indivisión de poderes… AMLO no quiso sino hacer lo que a él le convenía y aprovechó “la ley”, no actuó como un estadista demoliberal, sino como un político cualquiera al amparo formalista del pésimo artículo 95 de la Constitución mexicana, que establece los requisitos para ser ministro de la Corte. Pero si falló el presidente, digamos que también fallaron los medios y comentócratas de México: nadie (literalmente, ni uno solo de ellos) señaló el desfasado artículo 95 como factor de la decisión presidencial. Como ahí estuvo una condición de posibilidad, ahí está otra reforma pendiente.

4. La amplitud cínica de la coalición. El presidente está alentando o tolerando la llegada a Morena y sus gobiernos de actores desprestigiados y antidemocráticos. No me opongo a cualquier alianza ni a la inclusión política; me opongo a los excesos cínicos. Ejemplo paradigmático es la situación en el estado de Puebla, donde los hechos recientes contradicen por completo el discurso de AMLO. El 24 de diciembre pasado murió la gobernadora; hubo que nombrar a un interino y convocar a elecciones extraordinarias. El problema no es otro sino este: la nueva mayoría obradorista en el Congreso local llevó al interinato a Guillermo Pacheco Pulido, político autoritario, acusado de narcotráfico no por mí, sino por el célebre semanario Proceso, uno de los soportes históricos de la indivisión de poderes que ha definido por décadas la política local, y como presidente del Tribunal Superior de Justicia, cómplice del exgobernador Mario Marín en la violación de los derechos humanos de la periodista Lydia Cacho. ¿Qué hace peor al problema? Marín ya ha sido condenado como violador de derechos por el Comité de Derechos Humanos de la ONU, existe una orden de México de aprehensión en su contra y actualmente es buscado por Interpol. Y aun así, más de cinco amigos y colaboradores del corrupto y autoritario prófugo de la justicia habitan alturas del gobierno interino pro-Morena o en la campaña de su candidato a gobernador (uno más, Alejandro Armenta, es senador morenista). ¿Por qué tolera esa contradicción el presidente? ¿Por qué y para qué quieren aliarse con parte de lo peor de la historia política poblana? Como si fuera poco, Morena firmó una alianza electoral con el partido “Verde”, célebre en todo México por su amor a la corrupción. Morena puede y debe deshacerse de esos agentes tóxicos, debe separarse de esos políticos en beneficio de la imagen presidencial, de sus futuros gobiernos locales y de la ciudadanía de Puebla. 

¿Es muy pronto para evaluar a López Obrador como presidente? No, salvo que la evaluación se pretenda inamovible o final. Mucho antes de los seis meses, AMLO y los obradoristas enjuiciaban sin matices a su antecesor. Lo importante es no dejar de buscar los hechos, no dejar de pensarlos, no dejarse arrebatar por el blanco o el negro partidista. Para hacer mejores juicios públicos sobre asuntos públicos, como dijo Adam Michnik, “el gris es hermoso”. Sin embargo, no es una cuestión de estética mediática: es de ética pública e intelectual.

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Cientista político, editor y consultor. Ha trabajado en el Centro de Investigación y Docencia Económicas - CIDE (Ciudad de México) y en la Universidad Autónoma de Puebla.

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