Las movilizaciones y los conflictos que se han presentado durante 2019 dejan una sensación de sorpresa y perplejidad; sorprenden por su contundencia, su carácter contestatario, violencia y radicalidad. El surgimiento en cascada en distintas ciudades y regiones del mundo ubica la escena global como el teatro de los acontecimientos: ¿estamos frente a un nuevo ciclo de intensificación de la globalización?, ¿la radicalidad de los conflictos anuncia el ingreso a una nueva fase de mayor integración mundial, a pesar de los reclamos de los nacionalismos y localismos de muchos procesos sociopolíticos?, ¿estas expresiones son otras formas de resistencia hacia algo que aún no se puede entrever con claridad y que expresa esta nueva tendencia?
Si bien cada conflicto obedece a connotaciones propias, todos se muestran como movimientos antisistema, pues interpelan valores, instituciones y lógicas económicas. Sus agendas son diferenciadas: en unos casos, se trata de resistencia frente a ajustes en la economía (Ecuador); en otros, a demandas de justicia distributiva (Chile); a reclamos por autonomía territorial (Cataluña), o de transparencia en el funcionamiento de las instituciones democráticas (Bolivia). Su explosividad surge, a su vez, en distintas y distantes latitudes: Hong Kong, Líbano, Turquía, París.
Se trata de movilizaciones que aparentemente no se identifican por sus agendas, pero sí por sus formas de impugnación y sus desenlaces; todos parecen ser conflictos que no tienen soluciones viables a corto plazo y que podrían regresar a estados de latencia prolongados. Sin embargo, también se percibe que podrían retornar con igual o mayor intensidad. Es probable que estemos frente a un ciclo de movilizaciones globales, cuyos perfiles no logramos identificar aún con claridad.
La recurrencia global del conflicto nos aboca a la necesidad de reconocer líneas comunes, nos enfrenta a un escenario de cambio de época»
La recurrencia global del conflicto nos aboca a la necesidad de reconocer líneas comunes, nos enfrenta a un escenario de cambio de época que está fuertemente relacionado con realidades emergentes como la innovación tecnológica o la gravedad de la crisis ambiental, que inciden con fuerza en esta escala o nivel.
Dos líneas de reflexión se vuelven necesarias: la primera atiende a sus determinaciones causales; la segunda indaga sobre las motivaciones de los actores, sobre los sentidos y las semánticas que se derivan de estos cambios de estructura.
Las determinaciones causales tienen que ver con transformaciones inducidas por los intentos de conducir la economía mundial en un contexto de grave crisis ambiental y de colosal traslación tecnológica que redefine los procesos productivos mediante innovaciones en la automatización, robotización e inteligencia artificial; una tensión para la sobreacumulación de capital en los sectores financieros, que encuentra serias dificultades para acoplarse a economías que transitan con dificultad hacia la consolidación de estas nuevas tendencias.
Son dinámicas que, en su conjunto, generan exclusión de amplios segmentos de fuerza productiva o los condenan a tareas muy precarias y tendencialmente prescindibles. Son las clases medias mundiales las más afectadas; sectores que acusan, de manera relativa, fuertes niveles de preparación profesional, pero que no encuentran canales de inserción en mercados laborales que también tienden a redefinirse de forma radical.
La innovación tecnológica en los campos de la información y de la comunicación funciona como «dinámica estructurante» de esta nueva globalización; es el motor de las demás innovaciones. No solo vuelve más eficientes los procesos productivos, sino que también acelera los flujos de politicidad y comunicación.
La segunda línea de reflexión nos lleva a pensar cómo está siendo enfrentada, consumida, asimilada, esta transformación tecnológica. Aquí nos topamos con una enorme ambivalencia: el actor social se halla en una nueva plataforma comunicacional que condiciona sus dinámicas de percepción y elaboración discursiva, y que vive la comunicación como un efecto de inmediatez y de aceleración que le permite «estar con los otros», compartir percepciones, emociones, pero al mismo tiempo exacerba su narcisismo, una tensión que contrasta con la simulación de comunidad que las redes sociales anuncian y que termina por producir insatisfacción y desencanto. El conflicto, debido a la fuerte exposición a la comunicación tecnológicamente inducida, emerge como indisposición a la comunicación, justo cuando la comunicación con el otro parecería estar, finalmente, al alcance. Esto produce un efecto de «retorno a las calles», al escenario del contacto efectivo y real, a la realización en la «comunidad efectiva».
Las redes sociales son ahora el principal medio de comunicación, de movilización, de creación de narrativas, de engaños. Las fake news son armas mediáticas para atemorizar al adversario, pequeñas escaramuzas de terrorismo en línea. Son el non plus ultra de la virtualización del discurso, porque se basan en apoyos deficientes de verosimilitud y, sin embargo, son productores de efectos reales, de transformaciones en las formas de percepción, elaboración y acción.
La nueva globalización vuelve patente aquello que ya se veía: una imagen de futuro imprecisa y amenazante, y una necesidad de regresar al pasado, a vivir de sus certezas, de sus semánticas. La dinámica del conflicto parecería no poder anudar pasado y futuro y, al no hacerlo, el presente surge como causante de malestar y desasosiego. Mucho de la revuelta y del conflicto refleja este no querer permanecer en una condición de extrema incertidumbre.
La paradoja contemporánea podría rezar así: la racionalidad económica, los equilibrios macrofiscales o la necesidad de enfrentar la crisis ambiental en el mundo constituyen fuentes de inequidad y exclusión, cuando podrían ser factores de un nuevo pacto social que apunte a la reducción de la pobreza y la desigualdad, y plantee condiciones para el desarrollo sostenible del planeta.
No es suficiente la lógica del antagonismo, tampoco la del hegemonismo o del autonomismo que entran en juego en la conflictividad contemporánea. Estas parecerían ser formas a las que acudieron los movimientos sociales que caracterizaron a las fases anteriores de la globalización. La acción colectiva tendrá capacidad de incidencia en esta nueva fase si se trata de movimientos masivos, pacíficos, pero intransigentes en su capacidad de impacto, y ello tiene que ver con la depuración de las formas de su impugnación.
Foto de Saharauiak en Foter.com / CC BY-SA
Autor
Sociólogo. Ha ejercido la docencia en diferentes universidades de Ecuador y es autor de varios libros. Doctor en Sociología por la Università degli Studi di Trento (Italia). Especializado en análisis político e institucional, sociología de la cultura y urbanismo.