A más de un joven estudiante de ciencia política le habrá sucedido que cuando trata de explicar a otras personas qué estudia, la reacción más inmediata es la siguiente: “¡Ah, quieres ser político!”. Igualmente es preocupante que muchas personas que egresan de programas de ciencia política y se desempeñan en diferentes ámbitos laborales se lamenten de que los conocimientos adquiridos les hayan sido “poco útiles”. Ambas posturas reflejan un problema de esta disciplina. Para dedicarse a la política, no es necesario estudiar ciencia política; empero, para comprenderla científicamente y tratar de incidir en ella, sí.
Diferentes congresos de ciencia política tanto nacionales como internacionales se llevaron o se llevarán a cabo en 2023, el más importante, el Congreso Internacional de Ciencia Política, que se hará en el mes de julio en Buenos Aires. Otros se harán en junio, en Colombia; también en octubre, en México; y en diciembre tanto en Uruguay como en Chile. Los principales temas de estos congresos son los retrocesos democráticos, las crecientes derivas autoritarias, el debilitamiento del Estado de derecho, el aumento del crimen organizado, la corrupción, la impunidad, los flujos migratorios, etc. Pero ¿a cuáles y a cuántos líderes autoritarios actuales les preocupa lo que se discuta en estos congresos? ¿Cuántas personas que toman decisiones de cualquier nivel gubernamental están atentos a los análisis que se presentan? ¿Cuántos partidos modificarán sus reglas o propondrán nuevas formas de organización a partir de los resultados que se muestran en estos foros? Lo más probable es que ninguno de los individuos y colectivos que son centro de atención en estos congresos estén interesados en lo que se dice de ellos, así como tampoco les podría interesar a la mayoría de las personas.
Se podría decir que lo mismo sucede con otros congresos de otras disciplinas. Sin embargo, no necesariamente eso es así. La ciencia por esencia es elitista y meritocrática, pero, al menos, desde hace décadas, se han hecho mecanismos para transferir el conocimiento científico a la sociedad. Ello explica todos los desarrollos tecnológicos contemporáneos que inciden prácticamente en todos los ámbitos de la vida. Por ejemplo, la comunidad científico-médica tiene muchos congresos, y tampoco les inquieta que la mayoría de las personas no los entienda, pero sí les preocupan los descubrimientos de nuevas afecciones, los resultados positivos y negativos de experimentos y tratamientos sobre los ya conocidos, y la integración de las nuevas tecnologías y los nuevos fármacos en su práctica médica. Se guían por una actitud científica y están conscientes de que en su profesión proliferan las pseudociencias, los errores científicos y los fracasos médicos. ¿En cuántos de los congresos de ciencia política se discuten seriamente las posturas anticientíficas, los errores y las pseudociencias? ¿En qué medida se preocupan por la transferencia del conocimiento científico de la política al ámbito público?
La ciencia política es una de las más jóvenes disciplinas de las ciencias sociales. Tiene la ventaja de apoyarse en una amplia tradición del pensamiento político; durante décadas buscó una identidad como ciencia y primero dependió del derecho y la filosofía; luego, de la sociología y la economía. A finales del siglo XX logró afirmarse como una ciencia autónoma con sus objetos de estudio y metodologías propias. Quizá por ello es una ciencia muy academicista. Ahora, para trascender como profesión, tiene la ventaja de todo el conocimiento científico acumulado en sus ya casi dos siglos de existencia. ¿Cómo procurar, pues, la consolidación de la ciencia política en un mundo que se encuentra en constante transformación?
A continuación, se hacen las siguientes recomendaciones:
1. Se debe adoptar (verdaderamente) la actitud científica. En palabras de Lee McIntyre, se trata de la mentalidad que nos dice que nuestra ideología, creencias y deseos no tienen ninguna relevancia en el desarrollo del conocimiento científico.
2. Se deben impulsar las explicaciones predictivas. La ciencia política parece irrelevante a las personas que hacen política porque el 90% de sus análisis son posdictivos. Señalan lo que ya pasó, cómo, cuándo y por qué, pero, con algunas excepciones, como los estudios electorales, existe una resistencia a formular tendencias, sobre todo en eventos macro.
3. Se deben evadir las ideologías. Las ciencias sociales han estado infestadas de ideologías, y la ciencia política, mucho más. Las ideologías deben ser objeto de estudio, no modelos de interpretación. Ello se ha convertido en un lastre, por ejemplo, para entender por qué las democracias están en crisis.
4. Se debe emular la medicina como profesión. ¿Qué hace un politólogo o una politóloga? Al igual que en la medicina, y a partir de presupuestos científicos, del análisis del pasado y la investigación presente, puede identificar las causas de aquello que políticamente no funciona bien o que pudiera funcionar mejor, y ofrece alternativas. Esta dinámica tiene repercusiones en el ámbito público, político y gubernamental que no han sido exploradas ampliamente en la ciencia política.
5. Se deben consensuar conceptos clave. A diferencia de otras ciencias en las que los conceptos básicos son incontrovertibles porque ello les permite avanzar, en cada congreso de la ciencia política se discute qué es democracia, populismo, partidos u otros conceptos clave. Adoptar el consenso sobre conceptos clave permitiría una mayor consolidación de la disciplina.
6. Se deben desterrar las posiciones pseudocientíficas. Para que la ciencia política sea relevante, se debe rechazar abiertamente cualquier argumentación pseudocientífica que no se someta a las pruebas, sobre todo aquel tipo de investigación que selecciona datos ad hoc para confirmar sus prejuicios. Para ello se debe asumir que todo conocimiento puede ser refutable en términos científicos.
7. Se debe fomentar la replicabilidad. La ciencia política ha tendido a dejar pasar investigaciones poco rigurosas, o que parecen rigurosas pero que no lo son, y eso se descubre cuando no pueden ser replicadas. Para que un estudio sea replicable, los datos tienen que ser abiertos, accesibles, y las técnicas de análisis, conocidas. La replicabilidad confirma hallazgos y permite identificar errores; así avanza la ciencia.
8. Se debe fomentar la responsabilidad científica mediante valores democráticos. La libertad y la igualdad son dos valores que han permitido el desarrollo de las ciencias. Cuando en la comunidad politológica existen sectores que los relativizan, estos ponen en riesgo no solo a la disciplina, sino que también dichas actitudes son las que indirectamente degradan a la democracia.
9. Hay que abrirse a los idiomas. El inglés es la lingua franca de la ciencia, pero no debería ser la única ni tampoco un impedimento para que los que hagan ciencia política lean y transmitan el conocimiento en otras lenguas, en las cuales quizá ya se han expresado resultados (científica y probablemente) más relevantes.
10. Hay que fomentar la divulgación de la ciencia política. Es probable que algunas personalidades de la ciencia política digan que todo lo anterior ya se ha hecho o que incluso eso está superado. Pero lo saben ellos, no el resto del mundo. La aplicabilidad de la ciencia política no reside solo en el descubrimiento de la verdad, sino también en su contribución al mejoramiento de la sociedad, y ello se puede hacer si se difunde el conocimiento politológico más allá de los canales científicos y académicos.
Tal como señaló Hans Morgenthau, una ciencia política ensimismada, que solo se preocupa por sí misma, que es vista con indiferencia, que se centra en lo trivial y que no tiene amigos ni enemigos, devalúa implícitamente los problemas importantes que le dan sentido. Por esa razón, es hora de una nueva ciencia de la política.
Autor
Cientista político. Profesor Titular de la Universidad de Guanajuato (México). Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Florencia (Italia). Sus áreas de interés son política y elecciones de América Latina y teoría política moderna.