Un semestre es un lapso suficientemente amplio en la era exponencial en que vive la humanidad para haber podido reaccionar de muchas maneras ante la pandemia. Así ha sido de manera multitudinaria, con enfoques disciplinarios diferentes, a una velocidad de vértigo y desde prácticamente cualquier rincón del mundo. La evidencia recabada es abrumadora. Desde perspectivas científicas a otras de carácter intuitivo sin dejar de lado especulaciones insólitas que se mueven entre lo capcioso y lo ingenuo. La política se ha movido también en un marco variopinto, a veces de acuerdo con pautas ancladas en las inercias institucionales del pasado o en la sabiduría convencional de cada país, en otras siguiendo los intereses a corto plazo de elites o de individuos, y en muchas actuando con desconcierto e improvisación. De todo ello, aunque lo acuciante sea el futuro, hoy cabe plantearse el estado de la cuestión, e incluso quizá su legado, del impacto de la covid-19 en los tres aspectos que dan título a esta nota.
La complejidad de los datos, problemas de su definición y de su recogida
El problema inicial del conocimiento —y casi siempre fundamental— está vinculado con la definición del objeto de estudio y con la dificultad existente en su medición. Delimitar el caso, lo que es de lo que no es, supone poder enunciar todo lo que sigue. Hay formas de medir que no son iguales, lo que implica que los datos no sean comparables. Dar cuenta del fallecimiento de una persona por la covid-19 genera notables quebraderos de cabeza a quienes realizan el parte diario. La ausencia en cuantiosas ocasiones de pruebas para diagnosticar adecuadamente la infección nutre la dificultad, sobre todo en las primeras semanas y en lugares con asistencia médica precaria, de establecer con rigor la cifra que mide la tragedia y las subsiguientes etapas de su desarrollo. Ahora se está empezando a usar la expresión “exceso de mortalidad” que mide la brecha entre el número total de personas fallecidas por cualquier causa y el promedio histórico de muertes en el mismo lugar e idéntico periodo de tiempo.
Igualmente ocurre con la catalogación de las personas infectadas. Solo desde que están disponibles las pruebas de PCR se puede afirmar con precisión su número, pero este también está vinculado con la estrategia seguida en torno a ellas y al hecho de que la covid-19 se caracteriza porque sus asintomáticos pueden ser transmisores. Cuantas más pruebas se hacen mayor es la probabilidad de contabilizar un número más alto de casos afectados, aunque el control de la pandemia sea mejor.
La medición de los casos se vincula con las capacidades de los países a la hora de obtenerlos. Ello significa que quienes no cuentan con oficinas de estadística preparadas, registros civiles adecuados y tecnología para la captura y transmisión de los datos tienen serios problemas para poner en marcha procedimientos adecuados de respuesta a la pandemia. En América Latina este factor es especialmente sensible por la debilidad, poca profesionalización, y precariedad de sus administraciones públicas.
Explicaciones para muchos gustos, pero al menos un decálogo de esclarecimientos
La casuística es muy variada y pronto se podrá contar con estudios relevantes que aborden el panorama desde distintas perspectivas. Las preguntas acerca del porqué y del cómo, fundamentalmente, irán afinando sus respuestas. ¿Qué explica que Medellín tenga tasas de infección y de mortalidad muy por debajo de las medias de Colombia, e incluso mejore las de Uruguay y Costa Rica con una población similar y algo menor respectivamente?
Hasta hoy se han ido reuniendo evidencias que pueden configurar un decálogo dispar en torno a factores aceleradores o retardadores de la extensión de la pandemia: la ausencia o el bajo nivel de la atención primaria médica; insuficiente material médico, de higiene y de barrera (guantes, jabón, mascarillas, soluciones alcohólicas,…); la informalidad que obliga a más de la mitad de la población a salir a la calle para ganarse la vida haciendo inviable el confinamiento o que por no tener cuenta bancaria para cobrar los subsidios que pudieran concederse obliga a hacer largas y penosas filas que resultan en sí focos de infección; el hacinamiento en viviendas a veces sin agua potable y en muchos casos sin frigoríficos donde almacenar comida; las altas tasas de población de más de 70 años y el hecho de que un porcentaje relevante de estas personas vivan en residencias; el aislamiento geográfico; la clausura de las fronteras nacionales y de la circulación interprovincial; el grado de madurez cívica; el tipo de políticas de respuesta y su ritmo; y el nivel del liderazgo.
Decisiones políticas al amparo de la (ir)responsabilidad y de sociedades diferentes
Finalmente, ¿cuáles son los efectos cuando, como ocurre con la covid-19, se aúnan cuestiones políticas y científicas? El ejercicio de la autoridad, como enseñó Max Weber hace justo 100 años, integra dos tipos de acciones basadas en la responsabilidad (tener en cuenta las consecuencias previsibles de los actos) y en la convicción.
Dejando de lado lo particular de cada país, la pandemia traza siete líneas maestras sobre las que la autoridad desarrolla su papel con sendos elementos en equilibrio: recursos públicos extraordinarios; medidas contradictorias envueltas en explicaciones confusas e improvisación; dispersión en las respuestas de los diferentes niveles territoriales y de las competencias de los decisores; predicciones erradas por las dificultades analizadas antes en relación con los datos; intenso ruido mediático y de las redes sociales aflorando un sinfín de opiniones, así como bulos y mensajes sesgados; una gama variopinta de liderazgos con experiencias y propósitos diferentes; y una sociedad agotada y más desigual frente a un escenario desconocido e incierto donde el miedo es el vector principal.
Esta imagen de desorganización generalizada incide en la evaluación gubernamental. A la muerte, la enfermedad y el caos se une el incremento de la corrupción en plena crisis económica grave. Todo ello anima a cuestionar aun más los cimientos fatigados sobre los que se alza la relación de la gente con la política.
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Foto de Santiago Sito en Foter.com / CC BY-NC-ND
Autor
Director de CIEPS - Centro Internacional de Estudios Políticos y Sociales, AIP-Panama. Profesor Emerito en la Universidad de Salamanca y UPB (Medellín). Últimos libros (2020): "El oficio de político" (Tecnos Madrid) y en co-edición "Dilemas de la representación democrática" (Tirant lo Blanch, Colombia).