Ecuador atraviesa un momento crítico marcado por una creciente desconfianza en el Estado y sus gobernantes. Las elecciones han dejado de ser vistas como una oportunidad para la renovación política y, en su lugar, generan incertidumbre. La inestabilidad, reflejada en los constantes cambios de presidentes desde 1979, refuerza la percepción de que el proceso electoral de 2025 difícilmente traerá un cambio real. Con 16 candidatos, muchos de ellos con propuestas similares y menos del 5% de apoyo popular, el electorado enfrenta opciones poco convincentes. Esta fragmentación evidencia una cultura política débil, sin cohesión partidaria ni representación genuina.
La reciente crisis política, marcada por una muerte cruzada y un gobierno de corto plazo centrado en la reelección, ha profundizado este escepticismo. En este contexto, el voto se percibe más como una obligación que como un derecho, lo cual ha reducido la participación activa. Las promesas de cambio parecen vacías, mientras la confianza en el sistema político ecuatoriano sigue deteriorándose.
La cultura política, entendida como el conjunto de valores, creencias y actitudes de los ciudadanos hacia el sistema, es clave para la democracia. Según los expertos Gabriel Almond y Sidney Verba, una cultura política fuerte requiere coherencia entre las creencias ciudadanas y las acciones de los gobernantes. En sus estudios de política comparada, los expertos sostienen que las democracias dependen de una participación activa donde el voto es solo una parte del compromiso político.
En Ecuador, la falta de una cultura política consolidada se refleja en la baja participación activa, lo que refuerza un ciclo de desconfianza e inestabilidad. Y sin una cultura política que promueva el diálogo, la transparencia y la rendición de cuentas, Ecuador seguirá atrapado en un ciclo de desconfianza que impide una democracia estable.
Inestabilidad política: un fenómeno recurrente
La inestabilidad política en Ecuador se ha evidenciado en la interrupción de mandatos presidenciales. Desde 1979 hasta 2023, cinco presidentes no completaron su periodo, revelando una crisis institucional persistente. Esta situación ha generado incertidumbre, debilitando la relación entre gobernantes y ciudadanos, lo cual a su vez ha debilitado la solidez de las instituciones democráticas.
El gobierno de Alianza País, liderado por Rafael Correa (2007-2017), brindó una percepción de estabilidad frente a gestiones previas. No obstante, los casos de corrupción y su estilo polarizador erosionaron la confianza pública. Esta situación conllevó una fragmentación interna que debilitó al movimiento y alejó a nuevas generaciones. Los gobiernos siguientes, pese a marcar distancia, no consolidaron una percepción similar de solidez. Y recientemente, las crisis de seguridad, energética y económica han acentuado la desconexión entre el Estado y la ciudadanía.
Desconexión entre ciudadanos y gobernantes
La desconexión entre las creencias políticas de los ciudadanos y las acciones de los gobernantes es un factor clave en la crisis política de Ecuador. Esto se refleja especialmente en el creciente desinterés de los jóvenes de 18 a 30 años. Según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), solo el 25% de este grupo participa activamente en procesos políticos más allá del voto, lo que demuestra una falta de confianza en los partidos tradicionales.
La desafección política se debe en gran parte a la escasa representación y a la percepción de que las promesas electorales no generan cambios reales. La falta de liderazgo auténtico y la incapacidad de transformación agravan el desencanto, especialmente entre los jóvenes, quienes, pese a los intentos de algunos candidatos por acercarse a ellos, ven la política como un ámbito reservado para expertos. Las elecciones se han convertido en un ejercicio de «supervivencia política», donde se elige al «menos peor» en lugar de propuestas concretas y viables, perpetuando la crisis de representación y la desconfianza.
En este marco, el panorama político ecuatoriano de cara a las próximas elecciones presidenciales está marcado por la incertidumbre y la desconfianza. Mientras un sector del electorado mantiene esperanzas de cambio, la mayoría se muestra apática o desilusionada. Este desinterés, especialmente entre los jóvenes, evidencia la falta de una cultura política sólida que exija la implementación de las promesas de campaña en acciones concretas.
El ejercicio político no culmina en la urna, sino que cobra sentido a partir de ella. La democracia no se sostiene solo con el voto, sino con ciudadanos informados, críticos y comprometidos con el futuro del país. Exigir transparencia, el cumplimiento de promesas y una gestión responsable no es una opción, sino un deber. El futuro de Ecuador no puede reducirse a la defensa de intereses individuales, sino entenderse como un esfuerzo colectivo donde la participación activa de la sociedad y la responsabilidad de los gobernantes sean la verdadera fuerza del cambio.