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El déjà vu electoral de Ecuador

El presidente Daniel Noboa y la candidata correista Luisa González suman más del 88.62% de los votos, consolidando así la elección en primera vuelta más polarizada de Ecuador desde el retorno a la democracia.

En apenas tres años, Ecuador ha experimentado cuatro procesos electorales, un ritmo vertiginoso que refleja la profunda inestabilidad política del país. El desenlace de ayer en la primera vuelta confirma un escenario ya conocido: una reedición del balotaje de 2023.

Por un lado, Daniel Noboa, heredero de uno de los conglomerados más poderosos del país, representa la continuidad de un proyecto político aún en construcción. Por el otro, Luisa González, figura emblemática de la marea rosa que recorrió América Latina en la primera mitad del siglo XXI, busca devolver al correísmo al poder tras dos intentos consecutivos fallidos en la carrera presidencial.

Ambos candidatos suman más del 88.62% de los votos, consolidando así la elección en primera vuelta más polarizada de Ecuador desde el retorno a la democracia.

El correísmo resurge: ¿podrá Luisa González romper el techo electoral?

El correísmo, agrupado en la Revolución Ciudadana (RC), ha demostrado una vez más su capacidad de resistencia electoral. Desde la salida de Rafael Correa del poder en 2017, el movimiento ha enfrentado proscripciones, persecuciones judiciales y un desgaste natural tras más de una década en el gobierno. Sin embargo, sigue siendo una de las fuerzas políticas mejor organizadas del país, con una base de apoyo sólida en sectores populares y rurales, especialmente en la Costa, donde la RC es vista como la única alternativa con proyecto de protección social en el país.

Esta elección marca un punto de inflexión. Con Luisa González alcanzando el 44.17% de los votos, la RC se encuentra en su posición más fuerte desde 2017. A diferencia de elecciones anteriores, donde el techo electoral parecía infranqueable, hoy se vislumbra una oportunidad real de superarlo.

Uno de los factores clave en este proceso es la evolución de Luisa González como figura política. En 2021, su irrupción en la escena nacional fue abrupta, fue una figura nueva, y aunque logró consolidarse como la candidata del correísmo, su falta de trayectoria le impidió conectar más allá del voto duro. Hoy, su historia es diferente. Ha demostrado mayor experiencia y madurez, intentando construir una identidad propia que no solo se apoye en el legado de la Revolución Ciudadana, sino que también proyecte un liderazgo autónomo y renovado.

Además, el contexto actual juega a su favor. Ecuador atraviesa una de sus crisis más profundas en décadas, marcada por la inseguridad, la precarización económica y la inestabilidad política. En este escenario, la demanda de estabilidad y protección social se ha vuelto central en la decisión de los votantes. Para una parte significativa de la población, la RC sigue siendo la opción más creíble para devolver al país una sensación de orden y seguridad.

Aunque el desafío de superar el voto de rechazo y ampliar su base electoral sigue vigente, la posibilidad de recuperar la presidencia es más real que nunca. El respaldo de un aliado clave como Leonidas Iza, líder indígena con una base electoral significativa y el 4.76% de los votos en la primera vuelta, podría ser determinante. Con esta posible alianza y una estrategia efectiva para atraer indecisos, Luisa González tiene la oportunidad de lograr lo que en 2021 y 2023 parecía imposible: llevar al correísmo de vuelta al poder.

Daniel Noboa: la fortaleza de un liderazgo en construcción

A pesar de apagones de 14 horas y una crisis de seguridad sin precedentes—2024 cerró como uno de los años más violentos, con 8.008 homicidios—Daniel Noboa mantiene una popularidad notable: un 44.44% para un incumbente, una cifra alta en el actual contexto de crisis.

Su aprobación no se basa en la eficiencia, sino en la percepción de firmeza. Acciones como la militarización de las calles o la incursión en la embajada mexicana han reforzado su imagen de “presidente que actúa”, más allá de los resultados concretos.

Incluso eventos traumáticos, como la desaparición de cuatro niños, no han debilitado su respaldo. En una sociedad que ha naturalizado la violencia, la legalidad pasa a un segundo plano cuando lo que se exige es soluciones inmediatas, sin importar el costo.

Su respaldo trasciende el anticorreísmo y las élites económicas altas, atrayendo a diversos sectores de la sociedad: mujeres, jóvenes, clases medias y bajas, así como a sectores populares empobrecidos que buscan estabilidad en medio del caos. Una de las ideas más reveladoras de la socióloga Arlie Hochschild es que la clase trabajadora no necesariamente rechaza a los ricos; por el contrario, los admira cuando percibe en ellos esfuerzo y éxito. Lo que valoran es la movilidad social ascendente y la posibilidad de mejorar sus propias condiciones de vida. Sin embargo, desconfían profundamente de las élites urbanas sobreeducadas, a quienes perciben como arrogantes y desconectadas de la realidad cotidiana.

Según el Latinobarómetro 2024, muchos ecuatorianos mantienen la esperanza de que su situación personal mejorará en el futuro, aunque muestran escepticismo respecto al progreso del país en su conjunto. Esta contradicción—optimismo individual frente a pesimismo colectivo—ayuda a comprender el arraigo de Daniel Noboa en el imaginario popular. Su éxito empresarial no es interpretado como un privilegio heredado, sino como un símbolo de esperanza y una promesa personalizable: si él lo logró, quizás otros también puedan hacerlo. Esta narrativa refuerza su conexión con amplios sectores de la población, que ven en su trayectoria un reflejo de sus propias aspiraciones.

En un Ecuador profundamente marcado por el rechazo hacia la clase política tradicional y la desconfianza generalizada en las instituciones, Noboa no solo representa la continuidad de un proyecto político aún difuso y lleno de contradicciones, sino que también encarna un liderazgo percibido como novedoso y alejado del tradicionalismo político, instalando la idea de un nuevo ecuador, para muchos, su figura se ha convertido en un símbolo de estabilidad y renovación.

En un Ecuador profundamente marcado por el rechazo hacia la clase política tradicional y la desconfianza generalizada en las instituciones, Noboa no solo encarna la continuidad de un proyecto político aún difuso y lleno de contradicciones, sino que también representa un liderazgo percibido como novedoso y distante del tradicionalismo político. Su figura ha logrado instalar la idea de un «nuevo Ecuador», convirtiéndose, para muchos, en un símbolo de renovación.

Cierre: Un Ecuador en busca de rumbo

Más allá de las diferencias entre ambos candidatos, lo que subyace es una demanda común: la necesidad de orden y estabilidad en un país que ha visto cómo la violencia, la precariedad económica y la desconfianza institucional se han convertido en realidades cotidianas.

La polarización entre Daniel Noboa y Luisa González, dos figuras que encarnan proyectos políticos antagónicos pero igualmente arraigados en el imaginario popular, evidencia las tensiones profundas que atraviesan la sociedad ecuatoriana. La elección no solo definirá el futuro político de Ecuador, sino también la capacidad de sus líderes para responder a las expectativas de una ciudadanía que, aunque dividida, comparte un anhelo de cambio.

Autor

Socióloga política de The London School of Economics, Inglaterra e Investigadora de la Universidad de Tokio.

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