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Aranceles: ¿juego de suma cero o tiro al pie?

Al asumir que las relaciones comerciales son un juego de suma cero en el que para ganar el otro debe perder, y que un déficit comercial refleja perder y un superávit ganar, el presidente Trump revela un simplismo alejado de las dinámicas del comercio internacional.

Imaginemos que la economía mundial es Centro América, que Costa Rica importa más mercancías de las que exporta, que los otros países aceptan papeles impresos por su Banco Central —billetes en colones— en pago por lo que le exportan, que con buena parte de sus superávits comerciales compran bonos del gobierno de Costa Rica y hacen depósitos en sus bancos, aceptando, debido a la confianza en la solidez de su economía, tasas de interés más bajas de  las que podrían lograr en otros mercados, y que esas deudas se puedan atender con esos mismos papeles.

Los déficits comerciales surgen porque una importante proporción de los consumidores e inversionistas costarricenses prefieren abastecerse de productos finales, intermedios y de capital de los países centroamericanos porque ahí los precios son menores a los locales. O sea, esos déficits son la consecuencia de que el país escogió tener una calidad de vida y una productividad superiores a las que se derivarían de las capacidades de su economía. En estas circunstancias, Costa Rica, lejos de ser víctima de las políticas de otros países, más bien disfrutaría de niveles de consumo por encima de sus medios y de un crecimiento económico mayor que el que corresponde a su productividad. 

La disposición de esos países a guardar los colones derivados de sus superávits comerciales en bonos del gobierno tico y en depósitos en sus bancos resulta en menores tasas de interés en Costa Rica, permite elevar el monto sostenible del endeudamiento público, mayor inversión a un bajo costo para ampliar la infraestructura y la calidad de los servicios y menores tasas de interés para la inversión privada, todo lo cual contribuye a una tasa de crecimiento económico superior sin poner en peligro la estabilidad macroeconómica.

En esa situación, encarecer las importaciones por medio de tarifas para dotar de competitividad la producción local y así acabar con los déficits comerciales eliminaría una por una esas ventajas y no sería más que un autogol. Esto es cierto aun cuando los países centroamericanos no tomasen represalias que regresen la competitividad relativa al punto de partida y aun cuando no existiera la incertidumbre para el inversionista tico sobre si un futuro gobierno eliminaría las tarifas.

La economía de Estados Unidos tiene ante el mundo una realidad idéntica a esa hipotética situación de Costa Rica. Aprovecha el hecho de que con un papel impreso por su banco central —el dólar— puede pagar por la producción real de otros países para vivir muy por encima de sus capacidades. Lejos de ser estafado por otros países, tal y como afirma Trump, Estados Unidos vive muy por encima de sus medios debido a ese simple hecho. Eso no quiere decir que Estados Unidos esté estafando a nadie, pues es gracias a su fortaleza económica que el resto del mundo acepta ese papel como medio de pago y confía en sus bonos gubernamentales y en sus bancos.

Por ello, al asumir que las relaciones comerciales son un juego de suma cero en el que para ganar el otro debe perder, y que un déficit comercial refleja perder y un superávit ganar, el presidente Trump ignora esas realidades, revela un simplismo de tablero alejado del complejo ajedrez característico de las dinámicas del comercio internacional: no es nada más que un gigantesco autogol.

Los déficits comerciales son un problema económico para países como Costa Rica que tienen que pagar las importaciones con dinero de otros países, para lo cual, por lo general, deben endeudarse y/o atraer inversión extranjera por medio de subsidios y exoneraciones fiscales. Esta combinación de factores pone en peligro permanente la estabilidad macroeconómica y obliga a limitar el gasto en infraestructura y servicios sociales, como forma de liberar recursos para dirigirlos a financiar el pago de intereses y los costos fiscales crecientes de estructurar una economía basada en exoneraciones y subsidios a empresas extranjeras.

Para agregar a lo absurdo de las ocurrencias de Trump, su objetivo es lograr superávits comerciales con todos los países del mundo. Estados Unidos no produce ni café ni cacao; quizá con algunos de los países que exportan esos productos es no solo inevitable sino conveniente para Estados Unidos tener déficits. Muchos países de la región, aun sin las ventajas de Estados Unidos descritas anteriormente, quizá no pueden evitar tener déficits, por ejemplo, con países petroleros o aquellos productores de bienes que incorporan tecnologías de punta. Elevar los aranceles en esos casos podría dañar severamente sus economías.

Trump fanfarronea con que los países afectados por las tarifas están haciendo fila para renegociar, y que ese era su objetivo. Si es así, se inicia un periodo incierto en sus resultados, contaminado por amenazas y chantajes y con una China esperando usufructuar de los enojos contra Estados Unidos. Ese panorama afectará severamente los planes de inversión del sector privado, el empleo y el crecimiento económico, no solo en Estados Unidos, sino en todo el mundo.

Lejos de Recuperar la Grandeza de Estados Unidos (MAGA), Trump está empequeñeciendo a su país y al mundo mientras viola toda regla del comercio internacional, tanto las globales en el marco de la OMC como las contenidas en tratados de libre comercio como el CAFTA-DR. Esto, claro, nos da la razón a quienes afirmábamos que no era cierto que con ese tratado el acceso al mercado norteamericano quedaba blindado de coyunturas políticas o geopolíticas. En materia de relaciones internacionales, la regla histórica ha sido que las decisiones no dependen de ningún absoluto moral o legal sino del ejercicio del poder desde niveles desiguales (might is right). Por ello siempre dudamos de que un tratado de libre comercio con países débiles guiaría el comportamiento de Estados Unidos.

Pero las abrumadoras violaciones de Trump al derecho internacional (sorprendente y decepcionantemente apoyadas por más de la mitad del poder político de su país) eliminan cualquier autoridad moral para que Estados Unidos exhiba a países que no actúan de acuerdo con las reglas. Esa imponente actitud, revalidada por Trump cuando parafrasea a emperadores y tiranos enemigos de cualquier principio democrático, los cuales afirmaban que «los que salvan su país no violan ninguna ley”, nos lleva a un mundo en el que todo se vale cuando se tiene poder. Desde el punto de vista de la definición de civilización, un mundo en el que todo se vale deja de valer. Nos regresa a la ley de la selva, la del más fuerte, la de la violencia y la guerra o la de la paz por imperio de unos sobre otros, no por armonía y voluntad.

No se trata de un nuevo Consenso de Washington, ahora guiado por el mercantilismo típico de los siglos XVIII y XIX, porque en este caso ni organismos multilaterales como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, ni las otras potencias occidentales, comparten las decisiones de Trump. Lejos de consenso, hoy en esas esferas la palabra más frecuente es represalia.

América Latina se verá afectada, como resultado de la posible caída en el crecimiento del PIB mundial, de los aranceles contra nuestras exportaciones y del incremento en las tasas de interés resultantes de la inflación que podría generar el incremento de los impuestos a las importaciones en Estados Unidos. Sin embargo, puede sacar provecho del enfrentamiento de este país con sus amigos del mundo desarrollado, reforzando nuestras relaciones económicas con Europa, China, Japón, India y otras potencias del Sur Global, sin, por supuesto, abandonar el mercado norteamericano.

Para lograrlo, nuestros gobiernos no pueden seguir, dócilmente, atendiendo las órdenes de Trump, dirigidas, por ejemplo, a impedirle a Huawei competir para vendernos la tecnología 5G, a hacernos participar en una vergonzosa política de deportaciones violatoria de derechos humanos fundamentales o a debilitar la absoluta soberanía panameña sobre el Canal. Lo que corresponde es, con dignidad, construir y ejecutar la política exterior que mejor responda a los intereses de cada uno de nuestros países… no a las ocurrencias de una potencia.

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Político y economista. Profesor de la IE University (España). Master en Economía de la Universidad de Manchester (Inglaterra). Fue diputado y ministro de Planificación y Política Económica, de Costa Rica.

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