Coautor Federico Finchelstein
En plena pandemia, Jair Bolsonaro, así como Donald Trump, ha buscado beneficiarse políticamente negando la ciencia y promoviendo el avance de la enfermedad. Pero en Austria, los anti-vacuna han ido más allá. En el país alpino los escépticos del Covid-19 ya tienen su partido y recientemente ganaron escaños en el parlamento regional en un hecho inédito que se enmarca en un fenómeno mas amplio, la politización extremista de la enfermedad.
Como con Bolsonaro en Brasil, pero de forma aun más exclusiva, el objetivo central de este nuevo partido es la oposición a la campaña de vacunación del gobierno austríaco y el rechazo a las nuevas restricciones que requieren prueba de inoculación para ingresar a restaurantes y otros espacios cerrados.
A nivel global, el movimiento anti-vacunas está compuesto por un grupo muy ecléctico de personas atraídas por el miedo. Desde padres que se piensan progresistas y consideran que junto a sus hijos viven vidas saludables por lo que no enfermarán, y por ende no necesitan incorporar a sus cuerpos elementos extraños que pueden provocarles efectos negativos, hasta grupos de extrema derecha cuya paranoia les lleva a fantasear con conspiraciones de gobiernos, magnates y la industria farmacéutica quienes supuestamente esconden la verdad. Ante estos temores, los anti-vacuna prefieren la enfermedad o el riesgo potencial a la enfermedad.
El primer partido anti-vacuna
El partido austriaco anti-vacuna adoptó como nombre una trinidad, “Pueblo, Libertad, Derechos”. De momento es un partido minoritario, y las libertades y derechos que reclama son los mismos de los anti-vacuna a nivel global, que son libertad y derecho para contagiarse y por ende contagiarnos.
Como señala el Financial Times, este efecto menor puede tener repercusiones mayores en el futuro. Austria es, además, el país que primero nos regaló a Adolf Hitler y luego, a fines del siglo pasado, a Jörg Haider, unos de los primeros populistas de extrema derecha que llegó al poder en una coalición de gobierno en el año 2000. En esos años, en que la cercanía al fascismo era algo tóxico, Austria fue muy criticada en la Comunidad Europea y se convirtió en una suerte de paria internacional. Hoy el contexto es muy distinto.
Líderes como Donald Trump y su discípulo, Jair Bolsonaro, son claramente pro-Covid en el sentido de que sus políticas y mentiras beneficiaron la propagación de la pandemia, primero en sus países y luego a nivel global. Si bien Bolsonaro es claramente anti-vacuna, Trump es ambivalente y tiende a apoyar el profundo rechazo de sus votantes a las vacunas. Una de sus fantasías vincula a la vacuna triple viral —que protege contra el sarampión, paperas y rubeola— con el diagnóstico de autismo en niños. Este miedo infundado a las vacunas lo difundió exitosamente a través de sus mensajes en Twitter, lo cual no quitó que al abandonar la Casa Blanca recibiera su vacuna anti-covid.
Tanto Bolsonaro como Trump hacen política con el Covid-19 pero también tienen otras prioridades antidemocráticas en su agenda. A saber: negar resultados electorales, fomentar la xenofobia, militarizar la política, reprimir y victimizar minorías, inmigrantes y periodistas, planificar auto-golpes pasados y futuros, y sobre todo tratar de no ir a la cárcel por las sospechas de ilícitos y corrupción que los acechan.
La candidata repetida post-fascista a la presidencia de Francia, Marine Le Pen, y su partido presentaron “el libro negro del Coronavirus” dedicado a todas las víctimas del virus. La paradoja es que a la vez que denuncian las “mentiras” y las medidas sanitarias del gobierno francés, presentan la libertad como el derecho a ignorar la ciencia sobre la enfermedad.
En este sentido, todos ellos se sitúan a la derecha de Haider y más cercanos a Hitler. Para los fascistas, las palabras están al servicio de mentiras simples y absolutas, que en realidad son mentiras mayores. La gran mentira sobre el Covid, así como la gran mentira sobre las elecciones y el golpe fallido, definen la historia del trumpismo de la misma forma que las mentiras antisemitas definieron al nazismo. Pero es necesario recordar que los nazis utilizaban la enfermedad como metáfora, y a veces también como realidad contra sus enemigos.
En su libro Mi Lucha, Hitler afirmó que para quienes querían la libertad de la “sangre alemana” era necesaria “liberarla” del “virus extranjero” representado por el “problema judío”. Como señala Branko Marcetic en un texto publicado en la revista Jacobin, contrariamente a los supuestos precedentes fascistas de los mandatos para las vacunaciones de los anti-vacunas y la extrema derecha de Europa, Estados Unidos y América Latina, los nazis en realidad relajaron las vacunaciones para los alemanes y restringieron totalmente la vacunación para personas consideradas inferiores.
Los nazis dejaron de vacunar con el propósito de fomentar la enfermedad y la muerte entre los ajenos, no con los propios. En esto sus herederos se diferencian, promueven entre sus seguidores la desinformación sobre la vacunación y las mentiras sobre las medidas sanitarias y formas de contagio, lo cual ha provocado una mayor incidencia de muertes entre sus propios seguidores.
Hitler definió que su política buscaba construir los primeros peldaños para que su nación “ascendiera al templo de la libertad”, la misma “libertad” a la que hace referencia el partido Pro-Covid de Austria cuyo lema es “no creas en todo lo que te dicen.” De todas las lecciones que ha dejado la pandemia, las metáforas de la enfermedad y la ignorancia de la ciencia son de las más preocupantes. Y es que quienes hablan de libertad como licencia para contagiar al resto de la sociedad son en realidad sus mayores enemigos.
*Este texto es una reedición de un texto publicado originalmente en Clarín, Argentina
Federico Finchelstein es profesor de Historia de New School for Social Research (Nueva York). Doctor por Cornell Univ. Autor de varios libros sobre fascismo, populismo, dictaduras y el Holocausto. Su último libro es «Brief History of Fascist Lies» (2020).
Autor
Profesora del Programa de Biología Humana en el Hunter College, City University of New York. Doctora en Virología por Cornell University. Fue investigadora asociada en el Columbia University Medical Center.