¿Hasta qué punto es importante ver el mundo según nuestros propios ojos, en lugar de adoptar la lectura de los demás? Con la invasión rusa de Ucrania, los medios y las redes sociales se han visto sobrepasados por el tema. En pocos días, surgieron en la sociedad brasileña y otros países latinoamericanos expresiones de consternación y empatía con los afectados. Los críticos tampoco tardaron en recordar que hay otras guerras que no han recibido la misma atención. Yemen, Siria, la República Centroafricana, así como los conflictos con raíces socioeconómicas en América Latina se utilizaron a menudo como ejemplos de selectividad.
Por supuesto, todo sentimiento de solidaridad debe ser bienvenido, aunque no se produzca en todas las ocasiones. Sin embargo, cabe preguntarse por qué la guerra de Ucrania tiene un mayor impacto en una parte de la sociedad que otros conflictos, incluso de algunos que ocurren a diario dentro de nuestros países o de la región. ¿Vemos el mundo con ojos de Europa o de Estados Unidos?
En comparación con estos conflictos citados, la guerra de Ucrania presenta diferencias evidentes. Sería un error no reconocer los detalles de lo que está ocurriendo. Para empezar, implica a Rusia, que es una potencia militar y nuclear, lo que confiere un mayor potencial destructivo a este choque. La decisión de Vladimir Putin de poner el arsenal nuclear en alerta sugiere que un ataque con armas de destrucción masiva no está tan lejos.
El choque ruso-ucraniano tiene también una gran carga simbólica. Los recientes acontecimientos reavivan el recuerdo de la Guerra Fría, que evidentemente sigue viva en el imaginario colectivo, aunque el colapso de la Unión Soviética tuvo lugar hace más de 30 años. Así, surgen todas las imágenes y lecturas propagandísticas estereotipadas que describen la lucha entre el bien y el mal. Además, el fantasma del comunismo sigue curiosamente latente en las disputas ideológicas de la escena política regional y nacional en el siglo XXI.
Los debates sobre la invasión de Ucrania en el caso brasileño
Las especificidades mencionadas importan y ayudan a entender cómo ven los brasileños el conflicto. Pero sigue siendo insuficiente. ¿Cómo explicar el predominio de los análisis que culpan casi exclusivamente a Rusia de la guerra? ¿O el esfuerzo por demonizar a Vladimir Putin? ¿Y la victimización de Europa? Poco se dice de la acción europea de alentar y fomentar insistentemente a los partidos, instituciones y movimientos que se oponían al acercamiento con los rusos. En diciembre de 2013, cuando el gobierno ucraniano decidió un acuerdo comercial con Rusia, en detrimento de la Unión Europea, las revueltas que se produjeron en el país estuvieron influenciadas por los países occidentales.
Este sesgo también se puede comprobar en los análisis de algunos especialistas. Insistimos en lecturas que afirman que Rusia está aislada, cuando no lo está. Los 35 países que se abstuvieron o los 4 que, además de Rusia (Bielorrusia, Corea del Norte, Eritrea y Siria), votaron en contra de la resolución de la Asamblea General de la ONU que condenaba las acciones de Rusia, representan más del 50% de la población del planeta.
Algunos dicen que estamos viendo el fin de un orden mundial. Como sabemos, un orden mundial se compone de valores, principios, normas e instituciones que determinan el comportamiento que se considera apropiado para los actores internacionales. La guerra en Ucrania es el resultado de un patrón de comportamiento ruso que choca con otro patrón de comportamiento: la expansión de la influencia occidental y sus instituciones en la antigua zona de influencia soviética. Así ocurrió en Georgia en 2008, en Crimea en 2014 y ahora en Ucrania. Además, el orden establecido ha sido desafiado otras veces, como en la invasión de Irak por parte de Estados Unidos en 2003, en la proliferación nuclear por parte de países ajenos al Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) y en numerosos actos y discursos de Donald Trump cuando ocupaba el cargo de presidente de Estados Unidos. Si en estos episodios no se hablaba de un nuevo orden mundial, resulta cuanto menos curioso que se promueva ahora ese cambio.
Tal vez sea hora de recordar que la visión del mundo que predomina en Brasil no es brasileña. Leemos el juego geopolítico internacional según lo que nos han enseñado. Nuestra percepción del mundo, de los principios, de los valores, así como los prejuicios y estereotipos, reflejan una historia llena de influencias externas. Atribuimos mayor o menor importancia a los acontecimientos según el interés de otros países y otras sociedades.
En las Relaciones Internacionales existe una estructura de producción de conocimiento que dificulta la creación de teorías por parte de autores de países con menor poder relativo. Por ello importamos conceptos, metodologías y lecturas pensadas por gente de países poderosos para pensar en su realidad. Con ello, importamos el etnocentrismo, no el nuestro, sino el de los demás. Esto no es nada nuevo, pero nuestra incapacidad para superar esta barrera es sorprendente. En un mundo cada vez más globalizado, el desarrollo de una visión propia del mundo resulta fundamental para la construcción de un proyecto de país. Tenemos que empezar.
Episodio relacionado de nuestro podcast:
Autor
Profesor de Rel. Internacionales en el Postgrado en Ciencias Militares, Escuela del Estado Mayor del Ejército. Coord. del Lab. de Análisis Político Mundial - LABMUNDO. Doctor en Política y Estudios Internacionales por la Univ. de Birmingham.