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La derrota electoral en Buenos Aires expone las fisuras de La Libertad Avanza de Milei

La derrota de La Libertad Avanza en Buenos Aires exhibe las fragilidades de un gobierno que oscila entre la ambición hegemónica y la debilidad estructural.

El domingo se llevaron a cabo los comicios legislativos en la provincia de Buenos Aires, un escenario que, más allá de su importancia territorial y demográfica, siempre marca el pulso político a nivel nacional. Una primera lectura de lo acontecido en estas elecciones subnacionales permite vislumbrar algunas tendencias clave: en la mayoría de los distritos, los oficialismos lograron ratificarse en el poder, salvo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, donde Propuesta Republicana (PRO) sufrió una derrota contundente que reconfigura el mapa político porteño. Esta combinación de continuidad en varios territorios y retroceso en un distrito estratégico deja un saldo heterogéneo para el análisis.

Otro dato que no puede pasarse por alto es el nivel medio/bajo de participación electoral. Mientras Corrientes exhibió la mayor concurrencia a las urnas, los índices más bajos se registraron en Santa Fe y CABA, revelando un creciente desinterés o desencanto ciudadano en algunos de los distritos más relevantes del país. En paralelo, se hace patente una dificultad persistente del oficialismo nacional: la incapacidad de consolidar un partido con verdadero arraigo territorial, un déficit que limita su capacidad de proyectar poder de manera orgánica y sostenida en todo el país.

Ha sido precisamente en el principal distrito electoral, la provincia de Buenos Aires (PBA), donde se han puesto de manifiesto en toda su dimensión las dificultades políticas del gobierno nacional. La Libertad Avanza (LLA) fue derrotada por una diferencia de trece puntos frente a un heterogéneo Frente Patria (FP). Mientras el oficialismo nacional se impuso únicamente en dos de las ocho secciones electorales de la provincia, el Frente Patria logró la victoria en las seis secciones restantes.

Un triunfo del peronismo o una derrota autoinfligida de La Libertad Avanza

En efecto, el gobierno ha demostrado una inusual capacidad de autoprovocarse crisis que, si bien no han afectado aún la frágil gobernabilidad, pueden sin duda contribuir a su erosión si persiste en esa tesitura. Entre los ejemplos más notorios se encuentran la alocución del presidente Milei en el Foro de Davos; el episodio del denominado “Criptogate”; la inauguración del período de sesiones legislativas, que terminó otorgando centralidad al encontronazo entre el “ingeniero del caos” Santiago Caputo y el diputado radical Facundo Manes, y no al discurso presidencial de comienzos de marzo; así como una ingeniería electoral basada en el intento de someter a los actores políticos aliados del gobierno mediante una oferta imposible de rechazar —“al estilo Vito Corleone en la película El Padrino”. Y la lista continúa.

Un gobierno débil, pero al mismo tiempo con una inocultable vocación hegemónica, y un presidente bifronte que no ha logrado resolver el dilema entre el profeta de vocación y el político pragmático de profesión, podrían ayudar a comprender esa tensión entre la capacidad de construir una frágil gobernabilidad y, al mismo tiempo, de autoinfligirse daños innecesarios.

El político pragmático reconoce los límites y restricciones para llevar a cabo la misión, lo que conduce al presidente a un esquema de negociación (no declarada) con diferentes actores con capacidad de veto, y a la vez lo obliga a garantizar las herramientas necesarias para impulsar la ambiciosa agenda presidencial mediante una combinación de premios y castigos (o amenazas de ellos). Como se suele bromear en X (ex Twitter): “Decime que estás negociando con la casta política sin decirme que estás negociando con la casta política”.

El Milei profeta/ciudadano, en cambio, se percibe como un mandatario destinado no solo a cumplir un período presidencial, sino a llevar adelante una misión que excede los estrechos límites de cualquier mandato constitucional. Ese profeta se plantea una profunda reformulación del Estado, la sociedad y los tradicionales alineamientos de la Argentina con el resto del mundo.

Todo ello ha impactado en el desempeño electoral del oficialismo nacional tanto en las elecciones de la provincia de Buenos Aires como en la mayoría de los comicios celebrados hasta ahora. A excepción del triunfo de LLA en la Ciudad de Buenos Aires y en Chaco —en alianza con la oficialista Unión Cívica Radical (UCR) del gobernador Leandro Zdero—, La Libertad Avanza no logró imponerse, o lo hizo solo de manera parcial, en los distritos restantes: Buenos Aires, Corrientes, Formosa, Jujuy, Misiones, Salta, Santa Fe y San Luis.

Estos resultados dejan en evidencia las tensiones internas del oficialismo: un gobierno que combina debilidad estructural —carente de soporte territorial, legislativo y técnico; sin gobernadores provinciales o referentes locales propios; sin control de la calle en manos de los movimientos sociales; y con un apoyo condicional del mercado y de la opinión pública— con una vocación hegemónica que todavía no logra traducir su narrativa en una construcción territorial sólida.

Entre triunfos aislados y derrotas contundentes, el oficialismo se enfrenta hoy al desafío de transformar esa vocación de hegemonía en una gobernabilidad efectiva.

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Cientista político. Profesor asociado de la Univeridad de Buenos Aires (UBA). Doctor en América Latina Contemporánea por el Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset (España).

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