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¿Cómo el fracaso del liberalismo puede abrir las puertas a una nueva era?

La humanidad debe recuperar las instituciones que han servido como equilibrio para los desfases y abusos de poder. Si no lo consigue se abre la puerta hacia la tiranía global.

El liberalismo ha traído algunas de las ideas más valiosas para la humanidad. La idea de que los individuos pueden ser no solo partícipes, sino protagonistas, de su propio éxito y tener la total garantía a la dignidad y a la búsqueda de la libertad ha sido la cuna de varios de los derechos consagrados a nivel internacional, así como faro para la consolidación de un sistema más o menos viable durante las últimas décadas.

No obstante, sería una necedad total ignorar las falencias dentro de la misma corriente. Por un lado, tras el fin de los absolutismos monárquicos, el liberalismo perdió un norte y no ha logrado encontrar un nuevo frente común. Para algunos, el rol antagónico de los reyes fue asumido por el Estado y sus gobernantes; el freno a la libertad provenía de aquellos que ocupan los cargos administrativos que se benefician del trabajo y la riqueza generada por los ciudadanos. Así se consolidan nuevas corrientes como el neoliberalismo y el libertarianismo.

El neoliberalismo es el hijo que nadie quiere reconocer como propio. Varios segmentos del liberalismo incluso se niegan a reconocer su existencia, y lo atañen a una invención de la izquierda. Sin embargo, en la realidad de los hechos, el neoliberalismo existe como una faceta del liberalismo que busca sacar provecho de las reglas de juego del Estado para satisfacer las ambiciones de unos pocos individuos que aglutinan poder y se camuflan detrás de sus empresas. En consecuencia, usan el Estado para blindarse a sí mismos en detrimento de la población general.

Por si esto no fuera poco, algunos, que se hacen llamar libertarios, se han extralimitado al punto de rechazar al Estado en su totalidad. Repudian la idea de que exista un ente que busque posicionar a los ciudadanos en una mejor condición, y desechan las ideas de hermandad e igualdad. Este segmento abraza su egoísmo y apela a reducir los costos de la administración pública a lo mínimo, lo que llevaría a la sociedad casi a un estado primigenio, donde cada individuo vele por sí mismo. El mayor problema detrás de esta idea es que no hacen ningún esfuerzo para que el punto de partida sea justo. Es decir, ignoran las asimetrías de poder del sistema vigente.

Estas versiones perversas del liberalismo son parte de un sistema en crisis que ha permitido a variantes conservadoras, cada vez más reaccionarias, hacerse con el poder del sistema. Donald Trump es la cúspide global de esta caída sistémica. Dispuesto a destruir el modelo (neo)liberal que el propio partido que lo llevó al poder impuso. Enemigo abierto del sistema de Naciones Unidas, apenas contenido por voces cercanas que saben que este ha sido uno de los canales más importantes para la satisfacción de la agenda de los propios Estados Unidos, como miembro fundador y mayor financista. Trump se presta para volver a una etapa de nacionalismo proteccionista.

Trump lidera e inspira liderazgos excéntricos, algunos más exitosos que otros. Orbán, Meloni, Bukele y Milei son algunos de los líderes que tratan de conectarse todo lo posible con el presidente de Estados Unidos. Sin embargo, no se trata del típico interés de alineamiento con el líder del país más poderoso del mundo, sino parte de un gran espectáculo de marionetas, donde la popularidad y las muestras de poder son más relevantes que la ética, e incluso que el bienestar nacional.

Aquí se abre la puerta a las nuevas oportunidades. La pantomima en la que se ha transformado la política demanda la reflexión. Si es que aún es posible la distopía, es el momento de que todos los frentes se articulen para recuperar la dignidad, la ética y el interés real por hacer de la política un espacio de soluciones. Es tiempo de reaccionar y entender que los conceptos de izquierda y derecha han quedado obsoletos. A Trump y sus aliados no le importan, en su pragmatismo (tal vez una de sus pocas cualidades admirables) apuntan al cumplimento de objetivos, recurriendo a herramientas de todos los espectros, sin la rigidez cuasireligiosa con la que se tiende a gestionar la ideología política.

Trump clama por poder, lejos de las reglas de los estadistas y más cerca de los príncipes de la era feudal. Al alcance de sus manos está la fuerza militar más poderosa de la historia. La humanidad debe recuperar las instituciones que han servido como equilibrio para los desfases y abusos de poder. Si no lo consigue se abre la puerta hacia la tiranía global.

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Máster en Política Pública y Desarrollo Humano con Especialización en Integración Regional y Gobernanza Multinivel. Coautor de los libros “El camino a la integración desde la identidad: Una aproximación suramericana”; “Inteligencia estratégica del futuro: Pensamiento crítico e interconectado en un mundo global”.

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