El 1º de diciembre Andrés Manuel López Obrador se encontrará a la mitad de su gobierno al cumplir tres años de haber asumido la Presidencia en México. Es el presidente más votado en la era democrática en México, con 53% de los votos. El último presidente que había llegado con un porcentaje aplastante de votos fue Miguel de la Madrid en 1982, con más del 70%, pero México aún vivía bajo el autoritarismo del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
El sistema político mexicano cambió a partir de 1997. Desde entonces, no había habido un gobierno unificado como el que logró López Obrador en 2018. Los gobiernos anteriores: Ernesto Zedillo (entre 1997-2000), Vicente Fox (2000-2006), Felipe Calderón (2006-2012) y Enrique Peña (2012 y 2018) fueron divididos y yuxtapuestos. El partido del presidente no controlaba el poder legislativo federal ni tenía una mayoría importante de gubernaturas en los estados.
En esos años México vivió una era democráticamente intensa, con un sistema de partidos de pluralismo moderado con tres fuerzas políticas relevantes, PRI, PAN y PRD. El presidente debía negociar con los líderes de partidos; y por otro lado, los gobernadores y presidentes municipales se organizaban para hacer contrapeso al presidencialismo centralizador y favorecer el federalismo. Para ampliar el control del poder de manera horizontal, se crearon órganos constitucionales autónomos encabezados por personas expertas sobre materias específicas.
Una democracia ineficiente
Pero esta democracia no era eficiente en relación a la intensidad de las demandas y los rezagos históricos. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Calidad e Impacto Gubernamental de 2017, los problemas más apremiantes para la población mexicana eran la inseguridad, la delincuencia, la pobreza y la desigualdad, apenas después aparecía la corrupción.
López Obrador supo leer bien el momento, notó el descontento con la clase política, y centró su campaña en la lucha contra la corrupción como el principal problema del país. En las elecciones de 2018 colapsó el sistema de partidos, el PRI quedó en tercer lugar, y MORENA, el partido que él creó apenas en 2012, ganó en prácticamente todos los estados, además de obtener una importante mayoría en el poder legislativo junto sus aliados.
La oposición en su conjunto quedó con poca capacidad de operación, lo que generó desbandadas hacia el partido del presidente. Una vez en el poder, AMLO creó una narrativa en torno a la “Cuarta Transformación” (4T), un slogan para identificar a su gobierno, que sumado a una estrategia de permanente polarización, ha tenido éxito en hacer creer a una gran parte de la población que está instaurando un nuevo régimen. En las elecciones intermedias de 2021 MORENA ganó once de las quince gubernaturas en disputa, nuevamente la mayoría en el legislativo —con sus aliados—, y obtuvo significativas mayorías en los legislativos subnacionales.
López Obrador en su encrucijada
Pero la legitimidad se pierde o aumenta en función de la eficiencia y eficacia. Y allí los números no le favorecen. De 2018 a 2020, según los datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política Social, el número de pobres aumentó de del 41.9% al 43.9%, la OCDE informó que la clase media pasó de 53.5 millones de personas en 2018 a 47.2 en 2020. Y si bien el gobierno ha señalado que son consecuencias de la COVID-19, también es cierto que México es uno de los países con los peores indicadores respecto a la gestión de la pandemia a nivel mundial.
En cuanto a la corrupción, principal bandera del gobierno, según el World Justice Project, México retrocedió catorce lugares, ubicándose en el lugar 121 de 126 países. Su política social se ha centrado en aumentar recursos para otorgarlos como becas, apoyos, créditos, entre otros instrumentos, pero su diseño padece de graves falencias institucionales y operativas, y se han convertido más que nada en instrumentos de clientelismo electoral.
Durante su gobierno se militarizó formalmente la seguridad pública, al crear la Guardia Nacional con elementos de las Fuerzas Armadas, a quienes también dejó en sus manos diversas tareas civiles como la construcción de un nuevo Aeropuerto, de una refinería, de una línea de tren, la gestión del Banco del Bienestar, recientemente creado, la operación de las aduanas y el control de la migración, entre otras. Esta estrategia es peligrosa, porque politiza a las Fuerzas Armadas y fomenta la opacidad en la gestión.
En lo que resta de su gobierno, López Obrador deberá enfrentar muchos retos. Ha revivido algunas prácticas del sistema presidencial mexicano que se habían desvanecido, como el culto a la personalidad, el centralismo decisional, obras faraónicas, una política social basada en asignaciones directas y dádivas, entre otras. Pero el sistema político mexicano mantiene reglas no escritas muy rígidas que ningún presidente fuerte políticamente ha logrado modificar.
AMLO conoce muy bien el sistema, pero ha caído en la misma tentación que algunos de sus antecesores. En México la reelección presidencial no existe constitucionalmente y es impensable políticamente. En julio de 2021 López Obrador y su partido introdujeron la figura de “revocación de mandato” en la constitución, y han distorsionado el espíritu de la letra, tratado que sea visto como una “ratificación de mandato”. Ello ha deslizado la idea de un posible intento de modificar su periodo constitucional.
Otra lectura tiene que ver con su propia posición política dentro de su movimiento. A partir del tercer año los presidentes en México comienzan a perder poder, los actores que lo rodean empiezan a moverse estratégicamente pensando en su futuro político. Por ello López Obrador se ha rodeado de un gabinete que supera en promedio los 65 años, y la mayoría están por jubilarse. Solo su canciller, Marcelo Ebrad, y la actual Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, muy cercanos a su proyecto político, se han posicionado como naturales sucesores. Pero literalmente los controla.
Activar la “revocación del mandato” traducida como “ratificación”, puede frenar las ambiciones de sus colaboradores ante la idea: “yo mando hasta el final”. Empero, López Obrador necesita un partido fuerte, pero MORENA tiene muy baja institucionalización, es una coalición de posiciones políticas pragmáticas y una mezcla de ideologías incluso contradictorias, por lo que difícilmente se puede clasificar como un partido de izquierda, pero subiste porque su cohesión se basa en la lealtad al líder.
En los próximos meses, es muy probable que López Obrador recurra a amplias movilizaciones y profundice su estrategia de polarización para mantener vivo el proyecto que lo llevó a la presidencia. Pero esto será, a su vez, una muestra de que su poder se desvanece, como el de todos los presidentes fuertes que han gobernado México.
Foto de Eneas em Foter
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Autor
Cientista político. Profesor Titular de la Universidad de Guanajuato (México). Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Florencia (Italia). Sus áreas de interés son política y elecciones de América Latina y teoría política moderna.