La reciente elección presidencial en Chile, arrojó resultados nítidos y difíciles de relativizar. José Antonio Kast, candidato del Partido Republicano, se impuso con el 58,17% de los votos, frente al 41,83% obtenido por Jeannette Jara del Partido Comunista. No sólo fue una victoria en términos porcentuales, sino también territorial: Kast ganó en las 16 regiones del país, alcanzando su mayor respaldo en Ñuble, con cerca del 70%, y su menor votación en la Región Metropolitana, con algo más del 53%. Con este resultado, se trató de una victoria poco frecuente en la política chilena reciente.
En términos absolutos, el resultado fue histórico. Más de 7,2 millones de personas votaron por Kast, convirtiéndolo en el presidente más votado de la historia del país. Sin embargo, este dato debe leerse con cautela. La combinación de inscripción automática y voto obligatorio amplió de manera estructural el padrón electoral, por lo que el récord no expresa necesariamente un nivel de adhesión excepcional, sino también un cambio institucional profundo en las reglas del juego democrático. Aun así, la magnitud del respaldo obtenido no puede ser minimizado.

Este comportamiento electoral se explica, también en parte, por un clima social marcado por demandas persistentes de seguridad, orden público y control migratorio. Estos temas dominaron la campaña presidencial y terminaron inclinando la balanza a favor de una candidatura que ofrecía respuestas simples a problemas complejos. De este modo, más que una adhesión ideológica, el voto por Kast parece expresar en un primer análisis, un descontento por el desempeño del gobierno del presidente Boric.
Chile en perspectiva
La política chilena de las últimas dos décadas ha estado marcada por un movimiento pendular entre proyectos de centroizquierda y centroderecha desde el primer gobierno de Michelle Bachelet, seguido del primer gobierno de Sebastián Piñera, las segundas administraciones de ambos expresidentes y la elección de Gabriel Boric. Aunque el país ha oscilado entre expectativas de reforma y demandas de estabilidad, este péndulo ha adquirido una regularidad consistente en el tiempo.
De todas formas, el estallido social de 2019 marcó un punto de inflexión. Expresó un profundo malestar acumulado y abrió una ventana de oportunidad para transformaciones estructurales. La elección de Boric en 2021 fue leída, en ese contexto, como el inicio de un nuevo ciclo político, más participativo, inclusivo y reformista. Sin embargo, el rechazo al proyecto constitucional en 2022 y la posterior derrota electoral de su sector muestran los límites de una agenda de cambio que no logró consolidar consensos amplios ni ofrecer certezas en el corto plazo.
En este sentido, el péndulo chileno no sólo refleja alternancia ideológica, sino también la capacidad —o incapacidad— de los gobiernos para traducir expectativas en resultados concretos. El gobierno de Boric, tensionado entre su impulso transformador y las restricciones institucionales, terminó priorizando la administración por sobre la reforma, dejando una sensación de promesas incumplidas.
La campaña de Kast, por su parte apostó por una narrativa más directa y menos ambigua. Seguridad, migración y orden público fueron los ejes de un discurso que conectó con un electorado cansado de diagnósticos complejos y soluciones de largo plazo. No obstante, ese mismo énfasis abre interrogantes relevantes: ¿hasta qué punto esas promesas son sostenibles sin una mayoría parlamentaria sólida? ¿Qué ocurre cuando las soluciones “simples” chocan con la complejidad del diseño e implementación de políticas públicas? Parte importante de los problemas del gobierno de Boric se originaron en una brecha demasiado amplia entre expectativas y capacidades reales. Kast no debe olvidar esta lección cuando ocupe el Palacio La Moneda desde el 11 de marzo de 2026.
Primeros desafíos del gobierno de Kast
El contexto regional tampoco es sencillo para el futuro presidente. En América Latina se observa un avance de gobiernos de derecha en un escenario de fatiga frente a proyectos de cambio profundo de la izquierda. En política exterior, el escenario presenta desafíos adicionales. La relación con Argentina y la proyección estratégica sobre la Antártida adquieren relevancia en un contexto de competencia global. Asimismo, el interés renovado de Estados Unidos en América Latina, motivado en gran parte por la expansión de la influencia china, abre oportunidades y riesgos. Para Chile, el desafío será equilibrar relaciones, aprovechar espacios de cooperación y resguardar su autonomía estratégica, evitando alineamientos automáticos que puedan tensionar su política exterior de largo plazo.
A ello se suma un clima político regional polarizado. Las declaraciones del presidente colombiano Gustavo Petro, calificando el triunfo de Kast como un avance del “fascismo”, ilustran una retórica que puede dificultar el diálogo político y la cooperación regional.
En el plano interno, Kast enfrentará un Congreso que se encuentra fragmentado —aunque con mayoría relativa—, sumado a un electorado con altas expectativas. Su primer año de gobierno — luna de miel legislativa— será decisivo para avanzar en acuerdos que le permitan mostrar resultados que satisfagan a su electorado base. Seguridad, migración y crecimiento económico son los temas que concentrarán la atención pública y que requerirán más negociaciones que imposiciones.
En suma, el tránsito de Boric a Kast no marca simplemente un cambio de signo político. Refleja los límites del cambio profundo y los riesgos de prometer orden y seguridad sin atender la complejidad social y económica. El desafío del nuevo gobierno será gobernar un país más amplio y más exigente. El péndulo volvió a moverse, pero su próximo giro dependerá de la distancia entre expectativas y realidades que el próximo presidente establezca.












