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De la brecha de género al sesgo algorítmico: claves para una IA inclusiva

La revolución de la inteligencia artificial enfrenta su propio espejo: los algoritmos también heredan los sesgos y desigualdades de la sociedad que los crea, y comprenderlo es clave para construir una IA verdaderamente inclusiva.

La inteligencia artificial es una tecnología que está reconfigurando la vida social, económica y cultural en tiempo real. En América Latina, su adopción avanza rápido, pero lo hace sobre un suelo desparejo: con grandes brechas de acceso, escasa alfabetización digital y debates regulatorios estancados. En un contexto de distintas desigualdades estructurales superpuestas, la pregunta urgente no es si la región está preparada para esta ola tecnológica, sino quiénes quedarán afuera y quiénes pagarán los mayores costos. Las mujeres, especialmente las más pobres, racializadas y rurales, enfrentan el riesgo de ser las grandes perdedoras de esta revolución si no se incorporan perspectivas feministas desde el diseño de políticas públicas y tecnológicas. En este contexto surge la pregunta: ¿Qué tipo de IA queremos para nosotras?

Eso no significa que la IA no traiga oportunidades reales. Hay miradas sensibles, pero a su vez optimistas, que sostienen que la inteligencia artificial abre oportunidades laborales históricas para las mujeres. Por ejemplo, herramientas como ChatGPT o Gemini permiten entrar a proyectos tecnológicos sin necesitar nueve meses de capacitación en programación. Y eso puede ser una oportunidad de democratizar el acceso a carreras tecnológicas a mujeres.  En un continente donde sólo el 28% de los empleos en tecnología son ocupados por mujeres, según datos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la IA puede funcionar como una puerta de entrada a la autonomía económica y a trabajos mejor remunerados, sobre todo para mujeres en contextos de precarización laboral.

Pero esas oportunidades no son universales. De acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), 32% de las mujeres de la región no tiene acceso regular a internet y la brecha aumenta al 42% entre mujeres rurales. En muchos hogares del continente, el teléfono móvil no es un dispositivo personal sino compartido; y cuando hay que priorizar quién lo usa, la respuesta suele ser previsible. Sabemos, que en entornos rurales las mujeres siguen sin tener un celular propio. Entonces, cabe sostener, como lo ha mencionado una experta en derechos digitales, que hablar de inteligencia artificial así, sin discutir desigualdad digital, es fingir que todas partimos del mismo lugar.

A esta brecha material se suma otra menos visible pero igual de grave: la brecha de representación en el desarrollo tecnológico. Como se viene sosteniendo, como la IA aprende del mundo mediante datos, y esos datos están cargados de sesgos machistas, racistas o clasistas, entonces la IA reproduce y amplifica discriminaciones. No es teoría: ya hace unos cuantos años, en 2018, se documentó que el sistema de contratación automatizada de Amazon descartaba automáticamente currículums de mujeres porque había sido entrenado con datos de empleados varones. También tenemos ejemplos preocupantes sobre acceso a crédito que funcionan con modelos algorítmicos opacos que penalizan trayectorias laborales intermitentes, algo común en mujeres debido a las tareas de cuidado. Lo que podría parecer falta de compromiso es, en realidad, una manifestación de desigualdad estructural. Por supuesto, estos casos muestran que el problema proviene de la historia de desigualdades que el algoritmo encontró en los datos que lo alimentaban.

Pero quizás el campo donde la IA irrumpió de manera nociva para las mujeres es el de la violencia digital. Hoy, los llamados deep fakes son una nueva herramienta para producir agresiones basadas en género: videos falsos que sexualizan rostros de mujeres sin su consentimiento, audios fraudulentos, campañas de difamación digital. Se estima que el 90% de los deep fakes en internet tienen contenido sexual no consentido, y que el 95% de ellos afectan a mujeres. Esta amenaza impacta en periodistas, docentes, activistas y adolescentes que han sido víctimas de extorsión y hostigamiento mediante imágenes fabricadas. La IA, sin regulación ni responsabilidad, puede convertirse en un amplificador tecnológico de las violencias que intentamos mitigar.

Pero, si las mujeres están subrepresentadas en el desarrollo tecnológico, también están creando alternativas críticas. Un ejemplo es OlivIA, una herramienta de inteligencia artificial creada dentro del ecosistema de ChatGPT, impulsada por la abogada y comunicadora feminista argentina Ana Correa. OlivIA funciona como una IA interventora: detecta sesgos de género en textos, políticas, discursos o contenidos y propone preguntas críticas. Encontramos preguntas que la solución tecnológica invita a realizarnos: ¿no estarás dejando a alguien afuera? ¿consultaste si los síntomas de la enfermedad cambian entre mujeres y varones? ¿quién narra esta historia y quién está ausente? Esta tecnología se inspira en metodologías de la teoría jurídica feminista, en particular la llamada “pregunta por la mujer” de Katharine Bartlett, y fue entrenada con marcos de derechos humanos y debates de justicia de género.

Lo relevante de OlivIA es que es una apuesta a cuestionar el enfoque sobre neutralidad tecnológica, es decir, aquél que pretende evitar sesgos. Porque en realidad cuando partimos de la experiencia de las acciones afirmativas, sabemos que necesitamos exponer los sesgos existentes, más que ocultarlos.

Mientras tanto, los Estados no están respondiendo con la velocidad necesaria. América Latina sigue rezagada en materia de regulación de inteligencia artificial. La Unión Europea aprobó el AI Act para establecer límites éticos en el uso de la IA, pero en la región no existe aún un marco común ni políticas integrales de protección. Y hay preocupaciones sobre la transparencia en el uso de estas tecnologías y sobre cuánto tiempo descansaremos en la autorregulación empresarial.

Organismos como Naciones Unidas han llamado específicamente a incorporar enfoque de género en la gobernanza de IA para prevenir la reproducción de violencia digital y desigualdades. Entonces, ¿qué tipo de inteligencia artificial queremos para América Latina? Poner en la agenda pública a la IA y no ser usuarios y usuarias pasivas es urgente. Si no lo discutimos, alguien más lo hará por nosotras. Y si ese futuro se diseña sin nosotras, también decidirá sobre nosotras.

*Este texto se enmarca en la colaboración entre la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI) y Latinoamérica21 para la difusión de la plataforma Voces de Mujeres Iberoamericanas. Conoce y únete AQUÍ a la Plataforma.

Autor

Directora de investigaciones en Incidencia Pública @CivicHouse. Profesora de ciencias políticas de la Universidad de Buenos Aires y asesora de la Cámara de Diputados de la Nación Argentina.

 

 

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