El martes 10 de junio la Corte Suprema de Justicia ratificó el fallo, compuesto por varios fallos de instancias judiciales previas, que condenaba a seis años de prisión a la dos veces ex presidenta y ex vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner (CFK). La causa Vialidad encontró a CFK culpable de mala administración de los recursos públicos, en tanto que jefa de estado, y enriquecimiento ilícito. El miércoles 18 la ex presidenta tuvo que presentarse en la sede del poder judicial para notificarse oficialmente de la condena y, oficialmente también, quedar detenida. Por su edad y sus antecedentes como ex jefa de estado, en condición de prisión domiciliaria.
Obviamente, por lo antedicho y por el rol de CFK como líder de la principal estructura política de oposición al gobierno de Milei, esta situación, si bien esperada, generó una conmoción y movilización de partidarios todavía en marcha. A la vez impidió cualquier tipo de debate reflexivo y con ciertos fundamentos. La discusión se da entre los que consideran por definición que el fallo es una proscripción de la ex presidenta, quien se iba a presentar como candidata a legisladora provincial en las elecciones intermedias de octubre 2025, y quienes, con la misma convicción, consideran que la condena es justa y salda años de corrupción del kirchnerismo. En el medio, la nada.
A partir de allí considero que hay cinco puntos que se abren inmediatamente en la política argentina del presente a partir de este fallo. En primer lugar, la condena, que conlleva la pena de prohibición de ejercer cargos públicos de CFK ad eternum, pone en jaque político a la principal líder opositora del país y, junto a Milei, a una de las dos figuras políticas relevantes y referentes de la política argentina actual. Es decir, como muchos medios señalan coloquialmente, se ha sacado a Cristina de la cancha. Ahora solo juega a ganador un solo equipo/persona: el presidente.
En segundo lugar, el Partido Justicialista, el eterno partido peronista que tantas veces cambió de denominación, liderazgo (luego de Perón) y orientación política, quedó desestabilizado, dado que se preparaba para la importante elección de renovación parlamentaria de octubre contando con CFK como una figura excluyente para unificar en la decisión del voto al disperso electorado peronista. Si bien se habían empezado a posicionar otros liderazgos para esa elección, como el gobernador de la provincia de Buenos Aires, la figura y presencia en la boleta electoral de CFK era un capital insustituible.
Por otro lado, el gobierno de La Libertad Avanza (LLA) de Milei cuenta con estas elecciones para confirmar, o no, que definitivamente se ha convertido en una nueva hegemonía política en la Argentina. Por organización política nueva y porque lleva adelante un programa libertario en lo económico, antiwoke, bastante antiderechos y de absoluto alineamiento con Estados Unidos. Esta elección venidera es un termómetro para ver si LLA/Milei simplemente fue un emergente del hartazgo de gran parte de la sociedad —de izquierda a derecha— con el predominio kirchnerista de las últimas dos décadas o, como cree el gobierno, el intérprete de un drástico cambio político y cultural de la Argentina.
En esta batalla electoral, el gobierno quería tener enfrente la candidatura de CFK, entendiendo que era una candidatura polarizante y que aglutinaba electorado a su favor. El fallo desbarató esta lectura y estrategia política del oficialismo. A barajar y dar de nuevo.
En quinto lugar, la salida de CFK y la búsqueda del mileísmo de una nueva estrategia electoral para octubre abre la posibilidad, y la necesidad, política de emergencia de una oposición política al agresivo programa político de LLA/Milei y su intención de reelección en 2027. Hasta esta semana, cualquier oposición frontal y relevante al gobierno incorporaba al peronismo en su formato kirchnerista. La posible lenta disolución del kirchnerismo, tanto al interior del peronismo como al exterior del sistema político del país, genera que naturalmente las corrientes opositoras se irán moviendo, entre octubre de 2025 y las presidenciales de 2027, en la conformación de espacios políticos que confluyan al final en un frente de clara confrontación con la política libertaria. Hay que entender que esta política polariza. No confluye en nada y para nadie. Es la política schmittiana de amigo-enemigo. El que debe ahora reorganizarse es el enemigo, es decir, la oposición.
Una encuesta de estos días de una consultora respetada, Zuban Córdoba, señalaba que, en porcentajes redondos, el 55 % de los encuestados entendían que el fallo condenatorio era justo, mientras que el 45 % lo consideraban parcial y proscriptivo. Pero, y este es el dato significativo, dentro del 55 % que adherían al fallo, el 70,9 % eran menores de 30 años. Es decir, en la población joven hay una mayoría que avalaba y creía en lo justo del fallo.
Quizás haya que comenzar a leer que la población joven, la de presencia y protagonismo público en el corto y mediano plazo, está reclamando otra cosa, tiene otras expectativas.