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El Ejército del Pueblo Paraguayo: la guerrilla que persiste en el corazón de Sudamérica

A pesar de contar con menos de quince miembros, el Ejército del Pueblo Paraguayo ha logrado mantenerse activo durante diecisiete años, desafiando al Estado y evidenciando las fracturas sociales del norte del país.

El pasado 9 de septiembre se cumplieron cinco años del secuestro del exvicepresidente de Paraguay Óscar Denis. Sus hijas han encabezado una lucha constante para exigir al gobierno noticias sobre su paradero; sin embargo, en todo este tiempo las autoridades no han podido dar respuesta a su caso ni al del suboficial Edelio Morínigo, quien permanece en cautiverio desde hace once años. El responsable de ambos secuestros es el Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP), una guerrilla de inspiración marxista que surgió en 2008. Según fuentes oficiales, cuenta con menos de quince miembros, aunque este reducido número ha bastado para poner en jaque a las autoridades del país sudamericano.

A cinco años del secuestro del ex vicepresidente —un hecho que refleja la capacidad de acción de esta organización insurgente—, surge una pregunta inevitable: ¿cómo ha logrado la guerrilla mantenerse activa durante diecisiete años? Una posible respuesta puede encontrarse al analizar sus dinámicas territoriales de lucha armada, lo que permite entender su naturaleza.

El académico Jerónimo Ríos Sierra (2020) analiza, desde una perspectiva territorial, la actividad y evolución de dos de las guerrillas más relevantes de América Latina: Sendero Luminoso (SL) en Perú y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP) en Colombia. Su investigación muestra que ambas insurgencias siguieron una lógica de periferia-centro-periferia. Es decir, surgieron en regiones alejadas de los centros políticos —SL en Ayacucho y las FARC-EP en Marquetalia—, zonas caracterizadas por elevados índices de pobreza. Tras acumular fuerzas, lanzaron ofensivas hacia las capitales (centro); sin embargo, la superioridad militar de los Estados impidió que alcanzaran sus objetivos, lo que las obligó a replegarse nuevamente a la periferia, esta vez sin posibilidades reales de triunfo. En estos territorios de difícil acceso, los grupos recurrieron al comercio de recursos ilícitos, como la hoja de coca, para obtener financiamiento, lo que derivó en un progresivo proceso de desideologización y en la búsqueda de su mera supervivencia. Esta dinámica explicaría la persistencia de ambos grupos —o de sus remanentes— hasta la actualidad.

El Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP) surgió en marzo de 2008, un mes antes de que el ex obispo Fernando Lugo —candidato de la Alianza Patriótica para el Cambio— fuera electo presidente, poniendo así fin a más de sesenta años de hegemonía del Partido Colorado. Desde sus inicios, la insurgencia se declaró de corte marxista-leninista y postuló la toma del poder político por la vía armada, al estilo de los movimientos que proliferaron en Latinoamérica durante la Guerra Fría. Sin embargo, su aparición en un contexto de apertura democrática lo convirtió en un fenómeno anacrónico, tanto a nivel nacional como internacional.

El departamento de Concepción, fronterizo con Brasil, fue el lugar donde la insurgencia inició sus operaciones. Esta región se caracteriza por una economía basada en la ganadería y la agricultura, y por registrar elevados índices de pobreza: el 32% de su población vive en situación de pobreza multidimensional, solo superado por los departamentos de San Pedro y Caazapá (Instituto Nacional de Estadística, 2023). Además, mantiene una marcada distancia geográfica y simbólica respecto a la capital paraguaya. Estas condiciones de origen periférico son compartidas por el EPP con sus homólogos de Sendero Luminoso y las FARC-EP.

En cuanto a la búsqueda de la centralidad, el EPP no ha mostrado indicios de querer controlar Asunción. Ha consolidado su refugio y principal teatro de operaciones en la región norte del país, particularmente en los departamentos de San Pedro, Concepción y Amambay. Según declaraciones del gobierno paraguayo, este grupo armado ha financiado sus actividades mediante el secuestro de terratenientes, la extorsión a la población, así como el cultivo y la comercialización de marihuana. Además, se le atribuye el reclutamiento de menores para integrar sus filas.

Paralelamente, ha logrado cierto grado de apoyo entre sectores campesinos, al presentarse como defensor frente a los abusos de hacendados de la zona, algunos de ellos de origen brasileño. Esto refleja una relación ambivalente de apoyo y coacción hacia la población local, en una lógica similar a la de otras guerrillas latinoamericanas.

Respecto a la ofensiva gubernamental, en 2013 se creó la Fuerza de Tarea Conjunta (FTC) con el objetivo de frenar al EPP e impedir que extendiera su radio de acción hacia zonas urbanas. Sin embargo, su despliegue en el norte del país ha sido cuestionado tanto por la falta de resultados contundentes como por las reiteradas denuncias de violaciones a los derechos humanos en comunidades campesinas. Paradójicamente, estos abusos han terminado por favorecer a la guerrilla, al alimentar el descontento de la población frente a las fuerzas del orden.

De este modo, el EPP no ha seguido la lógica periferia-centro-periferia observada en insurgencias como Sendero Luminoso o las FARC-EP. Si bien surgió en la periferia, todo indica que aprendió de la experiencia de otros movimientos y comprendió que buscar la centralidad habría comprometido su supervivencia; esto lo llevó a consolidarse en las zonas rurales donde opera. Dicho rasgo también se puede entender en su contexto histórico: el EPP emergió cuando la Unión Soviética ya no existía como faro o modelo a seguir, lo cual reafirmó su aislamiento en la periferia.

En cuanto a la obtención de sus recursos, provienen de actividades que históricamente han sido empleadas por guerrillas rurales. Sin embargo, en lo relativo a un recurso ilícito como la marihuana, en 2008 —año en que surgió la guerrilla— el World Drug Report de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito señaló que en Paraguay se cultivaba más de la mitad de toda la producción clandestina de Sudamérica. Los departamentos de San Pedro, Concepción, Canindeyú y Amambay son los que han concentrado la mayor parte de esa producción, zonas en las que el EPP encuentra refugio.

Con base en la propuesta de Ríos, se observa que la insurgencia paraguaya ha seguido una lógica particular al decidir permanecer en su lugar de origen: una zona que ya contaba con un recurso ilícito fundamental, la marihuana. Se ha adaptado a ese contexto, lo que lleva a plantear la siguiente duda: ¿se establecieron en la periferia por razones tácticas o con el objetivo de aprovechar desde un inicio los mercados ilícitos? Su aparición tardía podría estar vinculada con la dictadura de Stroessner, la más prolongada de Sudamérica. Sin embargo, resulta llamativo que surja en un momento de apertura democrática y con la llegada a la presidencia de un candidato progresista.

El EPP ocasionalmente lleva a cabo emboscadas contra las fuerzas del orden y secuestra a figuras relevantes, como el exvicepresidente Óscar Denis. Estas acciones le otorgan cierta visibilidad, pero también implican riesgos: demasiada exposición puede volverse contraproducente para su supervivencia. Resulta fundamental analizar a este grupo armado y reconocer la lucha de los familiares de sus víctimas, pues lo que no se nombra en el espacio público no existe. Asimismo, es necesario admitir el desafío que el EPP representa para el Estado paraguayo y considerar que enfrentarlo únicamente desde una lógica contrainsurgente podría no ser la estrategia más adecuada. De lo contrario, difícilmente se vislumbrará el fin de la insurgencia en el corto plazo.

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Profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad del Valle de México. Doctorando en ciencia política de la Universidad de Guadalajara y máster en Asuntos Políticos y Políticas Públicas de el Colegio de San Luis.

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