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El espacio marítimo brasileño, sostenible y responsable del 20% del PIB, carece de inversiones

La Amazonía es mundialmente conocida por su importancia en recursos naturales, económicos y culturales. Con el objetivo de llamar también la atención sobre la relevancia de la zona costera brasileña, la Marina de Brasil adoptó el término «Amazonía Azul», para surfear sobre este reconocimiento de la selva.

El espacio marino-costero brasileño es diverso y representa alrededor del 20% del PIB nacional. Solo el sector de la pesca artesanal emplea a cerca de un millón de personas, a lo que se suman los puestos en los sectores del turismo, puertos y transporte. Sin embargo, la economía del mar tiene poca inversión en comparación con la agroindustria, cuya contribución al PIB es poco mayor que la marina, pero tiene altas emisiones de gases de efecto invernadero. 

Brasil posee la segunda mayor extensión de manglares del mundo. Estos sistemas son esenciales para aplacar el cambio climático, preservar la biodiversidad, mantener las poblaciones de peces y para la replantación de zonas degradadas, lo cual puede contribuir al secuestro y almacenamiento de carbono.

La costa brasileña también tiene un importante potencial para la generación de energía renovable, incluyendo la energía eólica, solar, la de las corrientes marinas y de las olas. A pesar de que Brasil es signatario de acuerdos internacionales para la sostenibilidad, como el Acuerdo de París, ha tomado medidas contradictorias al subastar varias áreas marinas para la exploración petrolera. Asimismo, la solicitud de licencias para la exploración petrolera en una zona profunda, adyacente al arrecife de coral en la desembocadura del río Amazonas, ha acarreado conflictos y desacuerdos internos en el Gobierno Federal.

CO₂ y plásticos

La quema de petróleo es una de las principales causas del aumento de la concentración de dióxido de carbono (CO₂) en la atmósfera, que afecta al clima global y a la temperatura del océano, y puede agravar fenómenos extremos, que se derivan de El Niño y La Niña, como sequías, lluvias muy fuertes con inundaciones y otros desastres naturales. 

El océano produce la mayor parte del oxígeno disponible en la atmósfera, es fuente de alimentos, regula el clima mundial, inspira cultura y espiritualidad, genera empleo, alberga una biodiversidad única, es fuente de sustancias medicinales y el medio de transporte de más del 85% del comercio internacional de mercancías. Sin embargo, su sostenibilidad se ve amenazada por las emisiones de CO₂ y la producción de otro contaminante omnipresente: el plástico.

El plástico es un material de bajo coste que en las últimas décadas ha pasado a utilizarse en todo el mundo de forma masiva. La producción mundial de plástico superó los 460 millones de toneladas en 2019, y menos del 10% se recicló. La producción de plástico genera más del 3% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, lo que supera las emisiones de Brasil, y contribuye al cambio climático. La contaminación por plástico ya causa daños a la vida marina, la pesca y el turismo, con un coste global de al menos 8.000 millones de dólares anuales en daños a los ecosistemas marinos.  

En Sudamérica, Chile y Uruguay son los países que encabezan las políticas públicas para reducir los plásticos de un solo uso. Mientras tanto, en Brasil el tema no figura en el orden del día del Congreso nacional. Hace más de 15 años que un proyecto de ley para regular el uso de bolsas plásticas espera la acción de los diputados, además de decenas de otros proyectos sobre el problema.

Por otro lado, el Plan de Incentivo a la Cadena del Plástico (PICPLAST), iniciativa de la mayor productora de resina de las Américas y de la Asociación Brasileña de la Industria del Plástico, ya invirtió 20 millones de reales en acciones y programas de capacitación y mejora de la imagen del plástico. 

Un estudio encargado por PICPLAST mostró que solo el 23% de los residuos plásticos posconsumo en Brasil se reciclaron en 2020. Brasil es el cuarto productor mundial de residuos plásticos y ha generado más de 11 millones de toneladas al año.

Un cambio de política hacia la economía circular del plástico es clave para superar la contaminación. Además de reducir los costes en daños sociales y medioambientales, puede conllevar beneficios económicos, fortaleciendo toda la cadena de reciclaje y creando oportunidades de empleo y negocio, especialmente para aquellos que se adapten rápidamente y abracen el cambio de forma proactiva.

Microplásticos

Los microplásticos primarios, de hasta 5 milímetros de tamaño, se producen y añaden intencionalmente a los productos de consumo, y casi siempre se convierten en contaminantes. Productos cotidianos como la pasta de dientes, los exfoliantes, el maquillaje y el esmalte de uñas pueden contener hasta un 90% de microplásticos. Estas partículas son responsables de una parte de la contaminación de los océanos. 

El aumento de microplásticos en la naturaleza supone una amenaza para la salud humana y la biodiversidad. En el agua, estas partículas pueden albergar patógenos e incrementar la propagación de enfermedades, así como entrar en la cadena alimentaria al llegar a nuestras comidas.

Los microplásticos primarios son contaminantes que ya no se pueden fabricar. Pero esto requiere un compromiso con las políticas públicas y acuerdos sectoriales, a fin de eliminar su adición intencional en los productos de consumo y, con ello, evitar que se filtren a la naturaleza como contaminantes. 

La triple crisis planetaria, que incluye la crisis climática, la pérdida de biodiversidad y la contaminación, requiere medidas globales coordinadas, que abarquen acciones para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, proteger los ecosistemas y la biodiversidad e invertir en tecnologías sostenibles y cambiar la contaminación.

En junio, unos 2.000 científicos y empresarios de la sostenibilidad mundial se reunirán en el Congreso SRI2023, a fin de debatir soluciones y acciones prácticas para ejecutar la sostenibilidad.

Autor

Presidenta del Instituto Ocean X Generation. Miembro del programa STeP del Instituto Interamericano para la Investigación del Cambio Global (IAI). Doctora en Ecología por la Universidade Federal de Santa Catarina (Brasil).

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