La competencia electoral en Chile ha estado marcada en los últimos años por la presencia simultánea de dos dimensiones: el tradicional eje ideológico izquierda-derecha y un segundo eje de carácter populista, que puede describirse como pueblo-élite o política tradicional versus anti-establishment. Ambos son fundamentales para entender los resultados de la primera vuelta presidencial y de la elección legislativa del 16 de noviembre.
En el eje ideológico, el ciclo anterior mostró el predominio de la izquierda más radical sobre la centroizquierda tradicional, tendencia que se reafirmó este año con el triunfo de la comunista Jeannette Jara como candidata de ese sector. En la derecha, se confirmó la crisis de los partidos de Chile Vamos y el ascenso de la derecha radical encabezada por José Antonio Kast y el Partido Republicano. A nivel presidencial, Kast avanzó a segunda vuelta como favorito, mientras que Evelyn Matthei —representante de la derecha tradicional— quedó quinta con apenas 12,5% de los votos. Johannes Kaiser, del Partido Nacional Libertario, obtuvo un 14%, que sumado al 24% de Kast consolida el avance de las llamadas “nuevas derechas”.

Más drástica aún fue la derrota de la coalición Chile Vamos. El Partido Republicano se transformará en la primera fuerza de la Cámara de Diputados, al obtener 31 de los 155 escaños —42 si se incluyen sus socios de lista—, mientras que la coalición consiguió solo 34. Su partido más liberal, Evópoli, incluso deberá disolverse al no alcanzar el mínimo legal de votos o escaños. Este reordenamiento confirma el cierre del ciclo político dominado por los actores de la postransición, aunque queda por ver si la tendencia se mantendrá.
El eje populista o anti-elite también emergió fortalecido en esta elección. Diversos estudios han destacado su importancia, visible en el aumento de candidaturas independientes a nivel local —casi un tercio de los alcaldes electos en 2024— y en la elección de la Convención Constitucional de 2021, donde las listas de independientes lograron cerca de un tercio de los escaños.
La introducción del voto obligatorio con inscripción automática, aplicado por primera vez en comicios generales, potenció aún más este eje. Ello incorporó a un segmento de votantes menos interesado en política y con menor compromiso democrático. Según un análisis de Decide Chile, estos electores se habrían inclinado mayoritariamente por Franco Parisi. Con casi un 20% de los sufragios y al frente del Partido de la Gente, Parisi se convirtió en la sorpresa de la jornada. Aunque ya había obtenido el tercer lugar en 2021 con 12,8%, volvió a ser subestimado por las encuestas, probablemente porque parte importante de su electorado no participa en sondeos.
Parisi es el candidato más abiertamente populista del panorama chileno: un outsider sin experiencia en cargos públicos que, durante la campaña, acuñó el lema “ni facho ni comunacho” para desmarcarse de las principales opciones. Su discurso apunta a representar a la clase media y a situarse “abajo”, con la gente, antes que en una ubicación ideológica. Fundado pocos meses antes de la elección de 2021, el Partido de la Gente eligió entonces seis diputados, aunque todos terminaron renunciando. Tampoco tuvo buenos resultados en las elecciones locales de 2024. En 2025, en cambio, consiguió veinte diputados. Dado que muchos de ellos no tienen trayectoria política ni un perfil ideológico definido, es incierto cómo actuarán en la Cámara. Su apoyo será crucial para que las derechas alcancen los 4/7 necesarios para reformas constitucionales. Aunque su comportamiento legislativo resulta impredecible, electoralmente parecen canalizar el descontento y la frustración hacia la clase política.
En la elección parlamentaria, el voto obligatorio se reflejó en un histórico 20% de sufragios inválidos, el doble que en 2021. Ya sea por rechazo a los partidos, la complejidad de las papeletas o el desconocimiento sobre el sistema político, este fenómeno ayuda a explicar por qué a los partidos tradicionales —tanto de izquierda como de derecha— les fue relativamente mejor en la parlamentaria que en la presidencial. Todo indica que el voto obligatorio reforzará la alternancia en el poder que ha caracterizado las elecciones presidenciales en los últimos quince años.











