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Estados Unidos o el olvidado arte de negociar

La política exterior de Estados Unidos sigue confiando en la coerción, pero al ignorar las dinámicas internas de sus socios termina generando resistencia, nacionalismo y pérdida de influencia en la región.

En La historia de la guerra del Peloponeso, Tucídides escribió: “Los fuertes hacen lo que quieren, y los débiles sufren lo que deben”. Durante mucho tiempo la política exterior estadounidense ha interiorizado este ethos, especialmente en el trato con estados menos poderosos. Sin embargo, la observación de Tucídides pasa por alto una realidad definitoria de la diplomacia moderna: que la política interna condiciona a todo el mundo. Los líderes deben lidiar con sentimientos nacionalistas complejos y exigencias de legitimidad. 

Por esta razón, cuando los responsables políticos estadounidenses ignoran esos límites, sus iniciativas fracasan. Y, lo que es peor, provocan consecuencias no deseadas que terminan socavando los intereses estadounidenses a largo plazo. La administración Trump ha ofrecido varios ejemplos de manual de este patrón autodestructivo. En lugar de forzar concesiones, las acciones de Trump generaron més resistencia y alimentaron las reacciones contra Washington. Una diplomacia eficaz requiere más que dominar o cerrar acuerdos: requiere comprender que los líderes operan dentro de limitaciones que no pueden ignorarse. Requiere reconocer cuándo la opinión pública castigará una concesión. Estados Unidos sigue siendo el actor más poderoso del hemisferio, pero la fuerza sin empatía no es estrategia. Es provocación.

Canadá y el fortalecimiento de los liberales

La retórica y las tácticas de Trump hacia Canadá muestran cómo interpretar mal la política interna de un aliado puede volverse en tu contra. Aprovechando los bajos índices de popularidad del primer ministro Justin Trudeau, Trump impuso aranceles masivos, supuestamente para reducir los déficits comerciales y exigir un control más estricto en la frontera de la inmigración y el tráfico de fentanilo.

Canadá respondió con rapidez. En represalia, Trudeau anunció aranceles sobre unos 30.000 millones de dólares en productos estadounidenses. Inicialmente se había planeado más, pero la repetida sugerencia de Trump de que Canadá debería convertirse en el “estado 51” cruzó la línea entre la fanfarronería y la ofensa. Los canadienses lanzaron un boicot generalizado a los productos y viajes estadounidenses, y más del 90% apoyó reducir la dependencia económica del país vecino. Además, trasladaron su rechazo a Trump en las urnas, y Mark Carney, del Partido Liberal, ganó unas elecciones que meses antes parecían una victoria prácticamente segura del Partido Conservador. Al asumir el cargo, Carney buscó diversificar la economía canadiense para reducir la dependencia de Estados Unidos fomentando tanto reformes internas como alianzas internacionales.

Los responsables políticos estadounidenses no previeron la reacción política que se generaría en Canadá. Lo que Trump percibía como una palanca de presión termino provocando un rechazo interno y reforzó la determinación de los canadienses. El resultado: una polarización más profunda y menos influencia de Estados Unidos.

Reavivando el orgullo nacionalista en Brasil

Más al sur, Trump está cometiendo el mismo error de cálculo. Mientras los tribunales brasileños lidian con las consecuencias del fallido intento de destituir al presidente Luiz Inácio Lula da Silva por parte de seguidores de Jair Bolsonaro —un episodio con sorprendentes similitudes con la insurrección del 6 de enero en Estados Unidos—, Trump impuso aranceles a las importaciones brasileñas y sancionó a Alexandre de Moraes, juez del Supremo Tribunal Federal de Brasil. El presidente estadounidense presentó estas medidas como respuesta a lo que él calificó de “caza de brujas políticamente motivada” contra Bolsonaro.

Esto desató un fuerte aumento del sentimiento nacionalista en Brasil. Lula rechazó las medidas de Trump y las calificó de violaciones a la soberanía del país. Brasil presentó una queja ante la Organización Mundial del Comercio y activó su nueva “Ley de Reciprocidad Comercial” para anunciar aranceles de represalia. La Suprema Corte se comprometió públicamente a resistir cualquier injerencia de Estados Unidos, y los líderes brasileños subrayaron repetidamente que ninguna presión de Washington los haría ceder en los procesos legales internos.

Lejos de aislar al gobierno, la agresiva postura de Trump terminó reforzando la popularidad de Lula: el presidente brasileño se posicionó como un defensor pragmático de la democracia y del orgullo nacional, lo que hizo crecer notablemente sus índices de aprobación. Incluso algunos líderes empresariales, pese a las dificultades que los aranceles suponían para sus exportaciones, anunciaron públicamente su respaldo a la postura de Lula.

Panamá y el riesgo de ir demasiado lejos

La insistencia de Trump en la “recuperación” por parte de Estados Unidos del Canal de Panamá ha provocado rechazo y podría debilitar aún más la estabilidad regional. Si bien es cierto que Estados Unidos apoyó la independencia panameña —principalmente a cambio de concesiones para lo que se convertiría en la Zona del Canal— y construyó el Canal de Panamá, la intervención estadounidense es desde hace mucho tiempo un punto conflictivo en las relaciones regionales.

Trump compartió su intención de “recuperar” el Canal de Panamá antes de asumir la presidencia, un gesto que provocó rechazo no solo en Panamá, sino en toda la región. Por su parte, el presidente panameño, José Raúl Mulino, se ha visto obligado a hacer equilibrios entre las presiones geopolíticas y locales. Aunque ya había hecho pasos para reexaminar la relación con China, la administración Trump exigió que Mulino hiciera más para contrarrestar la actividad económica del país asiático. Como respuesta, Mulino hizo concesiones inmediatas a Washington: salir de la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China, firmar un acuerdo de seguridad que otorga acceso a las tropas estadounidenses en instalaciones panameñas y supervisar a los operadores portuarios vinculados a Pekín. 

Si bien estos movimientos muestran alineamiento con la agenda hemisférica de Trump, el apoyo político con el que cuenta Mulino se está erosionando, y la resistencia social está aumentando. Mulino asumió el cargo con un mandato basado en parte en distanciar a Panamá de China, pero la presión de Estados Unidos está socavando su capital político. En la Ciudad de Panamá se produjeron protestas masivas tras el pacto de seguridad con Estados Unidos, descrito por los críticos como una “invasión camuflada”.

Los riesgos de ignorar las políticas de otros Estados

No se trata solo de un problema de Trump. A lo largo de distintas administraciones, tanto demócratas como republicanas, la política exterior hacia el hemisferio occidental ha tendido a reducir las relaciones a instrumentos de presión o negociaciones a corto plazo. La administración Biden, si bien retóricamente estaba más comprometida con las normas democráticas, se apoyó en un discurso securitizado sobre la migración y en acercamientos a regímenes cuya legitimidad era cuestionada. Las inconsistencias en el tono y un énfasis excesivo en contrarrestar a China no hicieron sino profundizar el escepticismo.

Tanto el gobierno de Biden como el de Trump exageraron gravemente los riesgos que representaba China, sin ofrecer alternativas viables. Biden habló de “competencia controlada” y de la formación de coaliciones, pero esas declaraciones no se tradujeron en inversiones significativas ni en iniciativas de poder blando en la región. Washington suele plantear dilemas simples: o se está con Estados Unidos o se está con China, no hay más opción. Sin embargo, muchos países latinoamericanos han buscado un camino más pragmático manteniendo relaciones con ambas potencias en lugar de ceder ante la presión estadounidense.

Cuando los responsables políticos estadounidenses asumen que la fuerza garantiza obediencia, pasan por alto los incentivos políticos que enfrentan sus homólogos. La diplomacia estadounidense  hacia el hemisferio tiende con demasiada frecuencia a tratar a los líderes como agentes dóciles, y no como autoridades electas que responden a un electorado nacional sólido. Esta lectura equivocada no alimenta la cooperación, sino la resistencia.

Conclusión

Las acciones de la administración Trump ponen de relieve un dilema estratégico: Washington sigue interpretando la región a través de la lógica de la coerción, subestimando la profundidad con la que las dinámicas políticas locales determinan los resultados. La postura agresiva de Trump demuestra que la fuerza por sí sola no genera cooperación; provoca resistencia, fortalece las narrativas nacionalistas y socava la influencia a largo plazo. Aunque Estados Unidos aún ostenta un poder inigualable en el hemisferio, el poder sin comprensión pierde legitimidad rápidamente. Para forjar resultados sostenibles en las Américas, Washington debe reaprender el arte de negociar, fundamentado en la conciencia política y la estrategia a largo plazo, y no únicamente en el poder transaccional.

Autor

Asesor senior y socio de Pan-American Strategic Advisors y candidato a doctorado ABD en Ciencias Políticas en la Universidad Internacional de Florida.

Fundador y director ejecutivo de Pan-American Strategic Advisors, consultora y plataforma de liderazgo intelectual centrada en el hemisferio occidental. Miembro del grupo de expertos World in 2050 Brain Trust de Diplomatic Courier.

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