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Financiamiento del cambio climático en tiempos de negacionismo

Los grandes fondos financieros y gobiernos que prometieron liderar la lucha climática hoy retroceden, priorizando negocios fósiles y debilitando los compromisos globales.

Las emisiones de gases de efecto invernadero siguen en ascenso y la temperatura promedio global aumenta año tras año. El planeta alcanza sus límites, mientras cientos de miles de personas ya enfrentan las consecuencias del cambio climático. Sin embargo, el ascenso del movimiento global negacionista, sumado a la presión ejercida por sectores como el petrolero, que ven perjudicados sus negocios, está frenando la transición energética y la mitigación al cambio climático: niegan la evidencia científica, falsean informes, o directamente mienten. Pero también corrompen gobiernos, bloquean políticas y buscan frenar las medidas impulsadas por distintas entidades financieras.

La reelección de Donald Trump a la Casa Blanca ha terminado de consolidar esta corriente negacionista, con la consecuencia que la principal potencia del mundo ha abocado por desfinanciar la lucha contra el cambio climático, considerándola una problemática inexistente.

A este carro se han subido políticos de ultraderecha- y no solo-, pero también los lobbys económicos y los fondos financieros, que hasta hace poco prometían liderar el cambio. Pues, ahora las decisiones que se adoptan obedecen a otras razones y siguen la lógica de la economía política: actores, intereses y poder.

Las grandes promesas incumplidas de los fondos financieros

Recientemente el sector financiero dio muestras de un nuevo rumbo y nos llenó de promesas. Pero finalmente quedó evidente que lo que realmente lo mueve son los negocios. Por ello, la retórica ética que ha exhibido en reuniones y reportes anuales recientes ha comenzado a desvanecer frente a la presión del poder.

BlackRock, uno de los principales fondos de inversión del mundo, formó parte del entusiasmo inicial. En su carta anual a los inversores de 2018, su director ejecutivo, Larry Fink, destacó la necesidad de avanzar con una mirada más responsable y la urgencia de actuar contra el cambio climático. Con más de 11,6 billones de dólares en activos bajo gestión, las decisiones de este fondo influyen de manera determinante en las estrategias de inversión de numerosas empresas en todo el mundo.

Por esos años, cuando los jóvenes tomaban las calles de las principales capitales del mundo para movilizarse contra la inacción de los principales líderes, un grupo de empresas y fondos de inversión lanzaba una nueva alianza: Climate Action 100+. Entonces, los distintos miembros se comprometían a transparentar su nivel de contaminación y reducir la huella de carbono en sus operaciones.

En abril de 2021, un grupo de más de 450 empresas globales lanzaron en Glasgow una Alianza Financiera para las Emisiones Cero (GFANZ). La presidencia de la alianza resultaba compartida: allí estaban Michael Bloomberg y el actual primer ministro de Canadá, Mark Carney, este último proveniente del sector financiero y ex presidente del Banco de Inglaterra. Fue en el marco de un discurso brindado en esa entidad, en septiembre de 2015, donde el financista canadiense resumir las falencias del sistema en una expresión: “la tragedia del horizonte”, es decir, cómo las decisiones de corto plazo ignoran los riesgos futuros.

Bajo los auspicios de las Naciones Unidas, también en 2021 se lanzaba la Alianza de Bancos por las Emisiones Cero (NZBA), agrupamiento que involucra a unos 98 bancos de 39 países diferentes, que representaban el 43% de los activos globales del sistema. Originalmente liderada por el mismo Mark Carney, la entidad buscaba alinear la banca con la sostenibilidad y la lucha contra el cambio climático.

Un cambio de rumbo peligroso

Pero los hechos actuales demuestran cómo las opiniones pueden verse modificadas cuando las responsabilidades lo requieren o las presiones lo imponen. 

Al poco tiempo de asumir como primer ministro de Canadá –principal emisor en términos per cápita, donde la industria extractiva tiene un gran peso en la economía–, Mark Carney se olvidó de las tragedias. Inmediatamente comenzó a validar nuevas inversiones en yacimientos bituminosos, nuevos ductos, y a desarrollar una política agresiva de exportaciones, a cambio de promesas de captura de carbono por parte de las petroleras. Todo un cambio de personalidad para quien declamaba la necesidad de internalizar los riesgos futuros en las decisiones del sector financiero.

Lo mismo sucedió con las promesas de BlackRock, quien decidió dejarlas de lado. Ello quedó en evidencia en una nueva misiva donde se destacaba lo inapropiado de caer en el wokismo y la necesidad de reorientar sus inversiones allí donde más rinden. En su carta anual de este año, Larry Fink incentiva a expandir la producción energética al tiempo que omite toda referencia al problema climático o a la responsabilidad corporativa, aspectos que anteriormente defendió con vehemencia.

Frente a la actual situación política, las principales entidades financieras también están cambiando de opinión. Esto es visible en la reciente salida de varios bancos globales– particularmente los originarios de EE UU y Canadá– de la NZBA, lo cual ya está transformando el mandato original de la entidad.  Al mismo tiempo, crecen las denuncias por el rol que juega la banca global en financiar las denominadas “bombas de carbono”, cómo se conocen a los proyectos de inversión en carbón, petróleo o gas fósil con potencial para emitir más de una gigatonelada de CO2, que se esparcen sobre todo el planeta.

Finalmente, el debilitamiento también se observa entre el grupo de empresas globales GFANZ. La salida de alguno de sus miembros como JPMorgan Chase, Morgan Stanley, Bank of America o, más recientemente HSBC, ha llevado a la entidad a flexibilizar su normativa y a buscar atraer a la banca multilateral de desarrollo, a fin de aumentar su disponibilidad de fondos. Idénticos problemas ha observado la coalición Climate Action 100+, con la salida de varios miembros norteamericanos.

Y qué pasó con el compromiso de los países desarrollados

A pesar de los discursos, los fondos comprometidos por los países desarrollados han quedado muy por debajo de lo prometido en reiteradas ocasiones y aún más lejos de cubrir las necesidades de quienes sufren con mayor intensidad los efectos del cambio climático. Basta recordar la promesa de los países desarrollados de movilizar 100 mil millones de dólares anuales, acordada en el Comité Intergubernamental contra el Cambio Climático (IPCC) para 2020 en beneficio de las naciones en desarrollo, objetivo que no se ha cumplido.

Tras la pandemia, en 2021 negociadores ambientales, líderes políticos y representantes gubernamentales renovaron su compromiso de financiamiento. Más recientemente, en 2024, la COP29 reavivó las esperanzas al triplicar la meta: los países desarrollados se comprometieron a aportar 300 mil millones de dólares anuales destinados a inversiones de mitigación y adaptación.

Nuevas promesas también surgieron en la Conferencia de Sevilla de este año, que se centró en la problemática de la deuda soberana y en los crecientes desafíos de sostenibilidad que enfrentan numerosos países en desarrollo. Sin embargo, la decisión de Estados Unidos de retirarse de este tipo de iniciativas está teniendo un enorme impacto, como la desfinanciación de la lucha contra el cambio climático.

De hecho, aun si los compromisos anunciados llegaran a concretarse, para los países en desarrollo los montos seguirían siendo insuficientes. La crisis de deuda que enfrentan los países más vulnerables — aquellos con menor responsabilidad en la acumulación de gases de efecto invernadero pero más expuestos a sus impactos — exige replantear el esquema de financiamiento, ampliar los fondos y aumentar las donaciones.

En este marco, es fundamental tener en cuenta hacia qué sectores se dirige el financiamiento. Si, por ejemplo, la mayor parte del capital se orienta al sector petrolero, el país receptor incrementará sus riesgos, tanto en el ámbito financiero como en su proceso de mitigación climática. En este contexto, la banca global y los fondos de inversión — principales canales de intermediación hacia las economías emergentes y en desarrollo — no solo reducirán la ambición de sus compromisos climáticos, sino que continuarán financiando proyectos intensivos en carbono en múltiples regiones del planeta.

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Investigador Asociado del Centro de Estudios de Estado y Sociedad - CEDES (Buenos Aires). Autor de “Latin America Global Insertion, Energy Transition, and Sustainable Development", Cambridge University Press, 2020.

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