En Estados Unidos se está librando una batalla, en ocasiones soterrada por otros aspectos controversiales que ha traído la segunda administración Trump, pero que podría ser decisiva en el futuro inmediato. Se trata del redibujo de los mapas electorales. También conocido como “gerrymandering”, es una práctica que data desde los orígenes del país y que consiste en el rediseño de los límites de los distritos electorales conforme a los cambios demográficos que tienen los estados, en este caso, basado en el censo de 2020. Un proceso que ambos partidos han utilizado para asegurarse ventajas en la representación parlamentaria, conforme a los patrones de voto de los ciudadanos. Sin embargo, el contexto actual es distinto: la Casa Blanca lo promueve como una prioridad existencial de cara a las elecciones de medio término de 2026, apoyándose en el fallo de la Corte Suprema de 2019, que determinó no tener jurisdicción para regular esta manipulación de distritos, dejando el camino abierto para que los estados hagan estos ajustes conforme a su propia legislación electoral.
Pero el problema va más allá de lo estrictamente legal. En el fondo, se trata de una práctica que erosiona la confianza en las instituciones, ya que en lugar de que los votantes elijan a sus representantes, son los políticos y sus cálculos quienes, terminan eligiendo a sus votantes. Distorsionando consigo la esencia de la democracia y normalizando un modelo donde lo que importa no es convencer a la ciudadanía, sino redibujar los mapas para asegurar mayorías perpetuando además la segmentación de la sociedad en virtud de su preferencia electoral.

Es importante considerar que las elecciones de mitad de mandato (Midterm) tradicionalmente refuerzan la posición parlamentaria de la oposición, tal como le ocurrió al propio Trump durante su primera administración. Por tanto, las de 2026 no serán la excepción, más aún si tomamos en cuenta la sostenida disminución del respaldo popular al partido republicano durante los últimos meses. Trump lo sabe y por ello su interés para que el rediseño electoral le evite un nuevo bloqueo parlamentario como el que experimentó en su primer mandato.
Texas y California: los grandes protagonistas del Gerrymandering 2025
Lo que comenzó en Texas, podría expandirse pronto a otros ocho estados y convertirse en uno de los principales focos de la polarización política que caracteriza la administración “Trump 2.0”. Con el apoyo del gobernador Greg Abbott, los republicanos buscan rediseñar sus distritos de manera que puedan sumar hasta cinco escaños adicionales en la Cámara de Representantes en 2026. El método es simple: dividir áreas urbanas de mayoría demócrata, como Houston y Dallas, para diluir el peso tradicional que ha tenido el voto hispano y afro-americano en estas zonas urbanas.
La tensión se agrava en un contexto marcado por el repunte de la violencia política: protestas cada vez más radicales, tiroteos con motivación ideológica, ataques a líderes políticos —como el que sufrió el propio Trump en 2024— e incluso el asesinato del activista conservador Charlie Kirk en Utah. Un país altamente polarizado que además combina manipulación electoral en la dinámica política.
Por su parte, para los demócratas, la situación plantea un dilema incómodo. Durante años han denunciado el gerrymandering, pero ahora, en estados como California, empiezan a considerar hacer lo mismo para contrarrestar el avance de los republicanos de Texas. Al punto de que el gobernador Gavin Newsom ha llegado a plantear un rediseño de los distritos bajo el argumento de “defender la democracia”. Un discurso que refleja una contradicción evidente: criticar en Texas lo que se va a replicar en California. Dejando claro que los demócratas a nivel nacional aún no cuentan con una estrategia nacional sólida frente a un Partido Republicano que parece ir un paso adelante en esta disputa territorial.
¿Cómo se vive el rediseño electoral en otros estados?
En Florida, el rediseño de distritos impulsado por el Gobernador Ron DeSantis fue declarado inconstitucional por la Corte Suprema estatal, pero ya hay comités listos para proponer nuevas versiones de los mapas electorales, especialmente en el distrito norte del estado. En el caso de Ohio, un nuevo mapa podría dar hasta tres escaños adicionales a los republicanos, aprovechando su robusta mayoría parlamentaria en el congreso estatal. Por su parte, en los casos de Indiana y Misuri, dos estados tradicionalmente republicanos, las posibilidades de aprobar cambios aún son inciertas por algunas restricciones judiciales, sin embargo las mayorías republicanas en sus congresos podrían revertirlas con cierta solvencia. En Illinois, en cambio, el gobernador demócrata JB Pritzker ha dejado abierta la puerta a un rediseño que beneficie a su partido. Con lo cual se repite el patrón: donde cada partido tiene poder, la tentación de manipular el mapa electoral prevalece.
Por ahora, los republicanos dominan el debate, la iniciativa estratégica y marcan la agenda. Los demócratas, divididos entre sus principios y la necesidad de contener políticamente este inminente re-dibujo electoral, parecen más reactivos que proactivos. Y mientras tanto, la ciudadanía observa cómo el sistema político se convierte en una partida de ajedrez donde lo esencial no es el voto libre, sino la geometría de estos nuevos distritos.
Sin embargo, lo que está en juego va más allá del control de la Cámara de Representantes o el Senado. Lo preocupante es que el gerrymandering pierda a sus críticos y se normalice. Lo cual se suma al uso partidista de las fuerzas armadas y en especial la retórica del “enemigo interno” que se emplea desde la Casa Blanca. De hecho, Trump ha ordenado despliegues de tropas en ciudades gobernadas por demócratas, con el argumento de combatir la inmigración irregular, la delincuencia y la falta de vivienda. Aunque la ley federal prohíbe el uso de fuerzas militares para la aplicación de normas internas, los operativos ya comenzaron en Los Ángeles, Washington D.C. y Austin, con planes de extenderse a otras ciudades como Chicago, Portland o San Francisco.
Estas medidas refuerzan la idea de que existe un “enemigo interno” encarnado en los estados y ciudades opositores, erosionando la pluralidad y la tradición de alternancia de la democracia estadounidense. De modo que al no recibir críticas dentro del propio partido, se consolida el “vale todo ” para asegurar el control político. En este escenario, el verdadero desafío no será únicamente quién gane en 2026, sino saber si la democracia estadounidense logrará resistir esta sostenida etapa de polarización extrema y concentración de poderes.