La Amazonia es el bioma de los superlativos. El bosque tropical más grande del mundo, a menudo descrito como uno de los ecosistemas más diversos del planeta, todavía es un territorio en gran parte desconocido para la ciencia. Sin embargo, mucho de lo que es “desconocido” para los investigadores académicos es profundamente familiar para los pueblos tradicionales, como las comunidades ribereñas, los pueblos indígenas y los recolectores de caucho, que acumulan conocimiento ecológico sobre los ecosistemas que habitan. Este conocimiento se manifiesta en la identificación de especies, en la gestión sostenible de los recursos naturales y en la comprensión de las interacciones ecológicas. Muchas de estas prácticas contribuyen a la conservación de la biodiversidad al evitar la explotación depredadora y promover la regeneración natural de áreas degradadas.
Los pueblos tradicionales desempeñan un papel esencial en la defensa de sus territorios y recursos naturales contra actividades ilegales, como la deforestación y la minería. Estos garantizan la gestión sostenible de los recursos naturales y participan activamente en las políticas ambientales, reforzando la importancia de los conocimientos tradicionales para la conservación de la Amazonía. Por lo tanto, pensar en un futuro sostenible requiere un diálogo de saberes sin jerarquías, para fortalecer las complementariedades.
Esta relación, sin embargo, enfrenta desafíos. Para muchos habitantes de las riberas de los ríos, la llegada de científicos puede ser recibida con sospecha, especialmente cuando sus conocimientos se tratan como secundarios. El conocimiento que acumulan sobre los ciclos del agua, la fauna y la flora a menudo se considera meramente empírico. Los investigadores, por otra parte, a menudo carecen de la formación necesaria para integrar este conocimiento. Sin embargo, cada vez hay más investigaciones que demuestran que esta integración es esencial para mejorar las estrategias de conservación.
Hay ejemplos concretos que muestran cómo esta integración puede ser fructífera. El tapir enano (Tapirus kabomani), descubierto oficialmente por la ciencia en 2013, era conocido desde hacía siglos por las poblaciones locales. Lo mismo ocurrió con los peces ornamentales del Xingu y con los hongos utilizados en la cestería yanomami. La gestión comunitaria del pirarucu (Arapaima gigas) es otro ejemplo: a partir de la observación directa de los peces que emergen para respirar, se permitió desarrollar un método de conteo preciso para garantizar una pesca sostenible. Esto ha permitido la recuperación de poblaciones silvestres y ha generado beneficios sociales como la generación de ingresos, seguridad alimentaria y fortalecimiento de la organización social.
Cómo aunar distintos saberes desde la perspectiva de una científica ribereña
Para Maria Cunha, una de las autoras de este artículo que deambula entre los mundos de la ciencia y el extractivismo — práctica tradicional que consiste en la recolección sostenible de recursos naturales, como frutas, semillas, resinas y peces, para consumo personal, comercio o uso industrial —, la relación entre los habitantes de las comunidades ribereñas y los científicos académicos está marcada por una dinámica compleja de intercambio de conocimientos, desafíos de entendimiento mutuo y procesos de reconocimiento de conocimientos tradicionales.
Esta interacción se da en territorios donde el conocimiento empírico, construido a partir de la experiencia directa con el entorno natural, se encuentra con el conocimiento científico sistematizado. Para los habitantes ribereños, el territorio no es sólo un espacio físico, sino un lugar de pertenencia y construcción de identidad. Cada río, arroyo, bosque y ciclo del agua conlleva significados culturales y prácticos. El conocimiento sobre las técnicas de pesca, las prácticas de gestión de la tierra y el uso de plantas medicinales se transmite de generación en generación, y se basa en la observación cuidadosa de los ciclos naturales.
Cuando los científicos académicos ingresan a estos territorios, el encuentro puede ser al mismo tiempo enriquecedor y desafiante. Para muchos habitantes de las riberas de los ríos existe una percepción inicial de distancia, ya sea por el uso de un lenguaje técnico o por el enfoque metodológico que, a veces, desconoce los saberes locales. Y cuando este conocimiento tradicional es negado o subestimado, muchos habitantes de las riberas de los ríos se sienten invisibles. Pero sus experiencias y conocimientos acumulados durante generaciones no deben considerarse irrelevantes, pues han asegurado una coexistencia armoniosa con la biodiversidad durante siglos y milenios.
Este sentimiento de desvalorización puede generar desconfianza, resistencia e incluso cierto aislamiento en relación a los investigadores, creando barreras que dificultan compartir información valiosa sobre el territorio, el uso sostenible de los recursos naturales junto con la dinámica de la vida local. El impacto emocional de esta negación va más allá de la frustración: afecta el orgullo comunitario, la autoestima colectiva y el sentido de pertenencia.
Por otra parte, cuando los científicos demuestran un interés genuino en aprender, escuchar e integrar este conocimiento en sus estudios, surge un ambiente de intercambio mutuo, donde los conocimientos académicos y tradicionales se complementan, formando una poderosa confluencia, como diría el pensador Nego Bispo. Se crea así un espacio donde la ciencia no sólo observa, sino que también escucha, comprende y valora las voces locales.
Así, los habitantes de las riberas dejan de ser vistos como simples objetos de estudio y pasan a ocupar el papel de protagonistas en la producción de conocimiento, reafirmando la importancia de sus prácticas, narrativas y modos de vida. En este patrimonio se enriquecen tanto los científicos como las comunidades, construyendo puentes que respetan la diversidad de conocimientos y fortalecen el compromiso con la preservación cultural y ambiental de los territorios.
A pesar de los avances, aún existen desafíos relacionados con la asimetría de poder entre académicos y comunidades, además de la necesidad de un mayor reconocimiento institucional del valor de los conocimientos locales. Es fundamental que las instituciones académicas respeten y fortalezcan este conocimiento, reconociéndolo como parte esencial de la construcción del conocimiento científico. Es fundamental que el abordaje se realice de manera que los miembros de la comunidad comprendan la dinámica como una forma de fortalecer y agregar valor a lo que ya saben.
Incluso de manera no intencional, el acto de investigar puede reproducir prácticas colonizadoras cuando se apropia del conocimiento sin considerar los impactos sobre quienes lo comparten. Pregúntese siempre: ¿Mi investigación empodera o silencia? ¿Valorar o invisibilizar? Estas preguntas son fundamentales para construir un diálogo que siente las bases de una buena relación entre ambas partes, pues el conocimiento de los territorios es posiblemente el ingrediente principal para una Amazonía más justa y sostenible.
El conocimiento tradicional como base para la conservación
La conservación en la Amazonía sólo será efectiva si incluye a las comunidades locales como protagonistas. Esto significa integrarlos activamente en los procesos de toma de decisiones y de gestión territorial. Las experiencias exitosas de gestión comunitaria demuestran que la conservación no es sólo una cuestión ambiental, sino también social y cultural.
Es esencial superar el estereotipo de que las comunidades son meros guardianes pasivos de la biodiversidad. Son agentes activos, portadores de tecnologías sociales fundamentales para equilibrar el uso sostenible y la preservación. Valorar estas prácticas fortalece tanto la conservación como la justicia social y la equidad. Para muchos investigadores la conservación es resultado de proyectos, pero la Amazonía nos enseña que debe ser una forma de vida. La protección de la biodiversidad está estrechamente vinculada a la calidad de vida local.
Ante los crecientes desafíos, integrar el conocimiento tradicional y científico es una necesidad. Invertir en asociaciones que amplifiquen las voces de la comunidad es esencial para garantizar que la conservación sea colaborativa. Después de todo, no hay forma de preservar la Amazonía sin las personas que la habitan.