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La revolución fallida de Milei: de motosierras libertarias a un rescate estadounidense

La revolución libertaria de Javier Milei, que prometía liberar a Argentina del Estado, terminó sostenida por un rescate del Tesoro estadounidense, símbolo máximo del intervencionismo que juró combatir.

Cuando Javier Milei asumió el cargo, en diciembre de 2023, blandiendo una motosierra como símbolo de campaña, prometió nada menos que una revolución libertaria. Forastero de la política tradicional, declaró la guerra a un Estado argentino sobreextendido, comprometiéndose a recortar ministerios, privatizar industrias, dolarizar la economía y reducir el gasto social hasta el hueso. Incluso propuso abolir el banco central. Muchos libertarios y entusiastas de las criptomonedas en el mundo recibieron su ascenso como el esperado amanecer del anarcocapitalismo en el poder: un experimento real para convertir la teoría radical del libre mercado en política nacional, inspirado en el concepto de “destrucción creativa” de Joseph Schumpeter.

Desde su llegada, Milei reforzó su imagen global. Disolvió el ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad, amenazó con eliminar el femicidio del código penal y atacó la paridad de género en política. En Davos lanzó una dura crítica al “wokeísmo”, agrupando feminismo, diversidad, inclusión, equidad, aborto, ambientalismo e ideología de género bajo una misma “ideología woke” a combatir. Mujeres mapuches —miembros de uno de los grupos indígenas más grandes de Argentina— denunciaron un incremento de ataques racistas y misóginos.

Para conservadores desde Washington hasta Budapest y Nueva Delhi, esto fue electrizante. Abhijit Iyer-Mitra, propagandista alineado con Modi, elogió a Milei junto al fallido Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) de Elon Musk, viendo en ambos un ataque al estado de bienestar y a los enemigos del tradicionalismo cultural. En Milei, la derecha global encontró no solo a otro político, sino a un abanderado de su sueño de fusionar economía libertaria y radicalismo cultural.

Menos de dos años después, las contradicciones de su proyecto están expuestas. Las reservas están agotadas, los ingresos familiares estancados, el desempleo alto y la confianza pública deteriorada. Argentina sigue atrapada en crisis, repitiendo viejos ciclos. La historia advierte: Carlos Menem dejó enormes deudas y desempleo pese a dos mandatos entre 1989 y 1999; Fernando de la Rúa renunció en medio de un colapso; Cristina Fernández de Kirchner gobernó con crecientes subsidios y controles; Mauricio Macri enfrentó una crisis cambiaria en 2018 pese al respaldo del FMI.

De forma notablemente similar, la posición política de Milei se ha debilitado. La derrota de su partido en las elecciones provinciales de septiembre en Buenos Aires, junto a acusaciones de corrupción contra su hermana y su asesor más cercano, ha mermado su autoridad. El Congreso anuló uno de sus vetos y se prepara para desafiar otros. El peso, ya frágil, rozó niveles críticos al aproximarse a romper la banda cambiaria estipulada por el FMI. El 17 de septiembre cruzó ese umbral, cotizando a 1,475 por dólar, obligando al banco central a gastar casi 1.000 millones de dólares en reservas para defender la moneda. El riesgo país se disparó y crecieron los temores de colapso.

Entonces ocurrió una intervención extraordinaria. El 22 de septiembre, minutos antes de la apertura de los mercados, el secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, escribió en X: “Argentina es un aliado sistémicamente importante para Estados Unidos… todas las opciones de estabilización están sobre la mesa. Argentina volverá a ser grande”. Sugirió que Washington podría usar líneas de swap, compras directas de moneda o el Fondo de Estabilización de Cambios para adquirir deuda argentina. Los mercados reaccionaron: los bonos argentinos subieron seis centavos a 71 centavos por dólar, el peso se fortaleció un 4% y las acciones aumentaron un 6%. El pánico dio paso al alivio.

Días después, en la Asamblea General de la ONU en Nueva York, Milei apareció junto a Trump y Bessent. Trump lo elogió por “limpiar el desastre” de Argentina y dejó entrever apoyo para 2027, aunque minimizó la idea de un rescate. Para Milei, fue una reivindicación: la afinidad ideológica con Trump se tradujo en respaldo concreto. Pero la ironía era notable. Un presidente presentado como un cruzado anarcocapitalista fue rescatado no por los mercados, sino por el actor estatal más intervencionista: el Tesoro de Estados Unidos, mediante un rescate gubernamental al estilo clásico. Esto recuerda cómo el DOGE de Musk y su retórica de motosierras terminaron en farsa —como el minipresupuesto de Liz Truss en Reino Unido o el colapso de Lehman Brothers.

La revolución libertaria de Milei se parece cada vez más a una continuación reciclada de los viejos fracasos argentinos. Como sus predecesores, consume reservas, suplica apoyo a Washington y reclama méritos por reducciones temporales de la inflación. Su promesa de “destrucción creativa” no reconstruyó la base productiva, ni impulsó la innovación, ni reparó el tejido social. Solo reorientó la dependencia argentina hacia afuera, haciendo al país nuevamente dependiente del patrocinio extranjero.

El apoyo de Trump añade otra paradoja. Para un líder que proclama “América primero”, rescatar a Argentina resulta incongruente. Pero la geopolítica lo explica. Con Washington tensando vínculos con potencias medianas como India y Brasil, y con potencias regionales como Colombia, muchos se inclinan hacia Pekín o Moscú. Argentina, por contraste, se alineó firmemente con Estados Unidos. Milei ha hecho eco de Trump sobre Cuba, Venezuela y las guerras estadounidenses en el extranjero, incluso llamando a demoler la mezquita de Al-Aqsa en Palestina, el tercer lugar más sagrado del islam, “para traer al Mesías”. A cambio recibe dólares y respaldo político. Lo que se presenta como solidaridad libertaria es, en realidad, una transacción geopolítica.

Pero el acuerdo solo posterga lo inevitable. Argentina se dirige a elecciones de medio término el 26 de octubre, y la débil actuación de Milei en Buenos Aires indica un posible resurgimiento peronista. Los inversores no solo están inquietos por las elecciones, sino también por sus perspectivas a largo plazo en 2027.

Algunos problemas son estructurales, como la dependencia crónica de Argentina del dólar estadounidense. Anclar el peso crea una economía dual —una doméstica y otra dolarizada— que deja la moneda sobrevaluada y vulnerable al colapso. Abandonar ese anclaje ha resultado igual de desestabilizador. Cuando Milei permitió brevemente flotar el peso, la confianza se desplomó, la inflación se disparó y la recesión se profundizó. Pronto tuvo que volver a un esquema similar al anclaje, defendido con reservas prestadas. Argentina sigue atrapada: el anclaje drena credibilidad y reservas, pero flotar expone a la economía a un colapso inmediato.

La inflación ha caído bajo Milei, de casi un 300% en 2024 a alrededor del 30% de hoy. Pero a un costo enorme: fuertes recortes en educación, infraestructura y bienestar han elevado la pobreza, mientras las clases profesionales, protegidas por un peso sobrevaluado, disfrutan de vacaciones baratas en el exterior. La pobreza en Argentina aumentó al 52,9% en el primer semestre de 2024, desde el 40,1% de un año antes, alcanzando el nivel más alto en más de dos décadas.

Al final, la experiencia de Milei pone de relieve los límites del libertarianismo en el poder. El libertarianismo prospera en oposición, con su retórica de libertad y motosierras. Pero en el gobierno choca con tres fuerzas inamovibles: mercados que exigen redes de seguridad, ciudadanos que requieren protección e instituciones políticas que resisten ser desmanteladas. Las dificultades de Milei muestran que el libertarianismo no puede escapar del Estado: solo remodela sus dependencias, a menudo de manera contradictoria y autoderrotista.

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Investigador asociado en ICAEPA, con sede en Sheffield, Reino Unido. Econmetrista. Consultor de análisis de riesgos, inteligencia empresarial, análisis de la cadena de valor y precios de transferencia.

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