Con el expresidente estadounidense Jimmy Carter en cuidados paliativos, América Latina y el Caribe están a punto de perder a un respetuoso interlocutor que se preocupó profundamente por la región.
Mucho antes de ser elegido presidente en 1976, Jimmy Carter viajó con su familia a México y pasó un fin de semana en Cuba. Aprendió un poco de español y más tarde se acostumbró a leer (cada noche, antes de acostarse) una página de la Biblia en ese idioma. Aunque siguió recurriendo a intérpretes para las reuniones políticas, fue capaz de pronunciar una homilía improvisada en un español aceptable y en medio de una reunión protestante cuando visitó Cuba de nuevo en 2002.
Como gobernador de Georgia, Carter invitó a la Organización de Estados Americanos (OEA) a celebrar su Asamblea General en Atlanta. Esta fue la primera vez que se realizó este evento en Estados Unidos en un lugar distinto a Washington D. C.
Ya como presidente, Carter se dirigió a la Asamblea General de la OEA cada vez que los ministros de Asuntos Exteriores se reunían en Washington. Décadas más tarde, en 2005, la OEA lo acogió como conferenciante invitado sobre asuntos regionales, que continuó siguiendo con interés. Y en 2008, volvió a colaborar con la OEA para ayudar a restablecer las relaciones entre Ecuador y Colombia.
Al tomar posesión de su cargo en 1977, inició inmediatamente las negociaciones para poner fin al control estadounidense sobre el canal de Panamá, algo que otros presidentes habían intentado sin éxito. En 1978 visitó Panamá, dado que ese país aprobó los tratados del canal de Panamá y ahí se reunió con numerosos líderes latinoamericanos. Tras su presidencia, representó oficialmente a los Estados Unidos en la ceremonia de 1999 sobre la transferencia del canal a Panamá.
Durante su presidencia, consultó periódicamente a los líderes latinoamericanos y caribeños elegidos democráticamente sobre la política estadounidense hacia la región. En 1978 viajó a la democrática Venezuela y al autoritario Brasil, donde dejó claro que el respeto de los derechos humanos era ahora un elemento integral de la política exterior estadounidense, y presionó para que se liberara a los presos políticos.
En Brasil y México dio el paso sin precedentes de dirigirse al Congreso en lugar de limitarse a reunirse con su homólogo. En pocas palabras, desde Franklin D. Roosevelt, ningún presidente estadounidense había prestado a América Latina una atención y una línea de acceso a tan alto nivel. No obstante, ante el subdesarrollo continuo de la región, se abstuvo de vender armamento avanzado a América Latina y animó a sus Gobiernos a invertir sus escasos recursos en servicios sociales.
Después de haber perdido las elecciones de 1980 frente a Ronald Reagan, emprendió una carrera como figura célebre de tipo internacional. En 1982 fundó el Centro Carter, una organización no gubernamental con sede en Atlanta, que está dedicada a la paz, la salud mundial, la democracia, los derechos humanos y el desarrollo en los países menos desarrollados del mundo. Entre ellos se encontraba Haití, donde emprendió una exitosa misión con el senador Sam Nunn y el general Colin Powell (retirado), a fin de persuadir a los gobernantes militares para que abandonaran el poder pacíficamente en lugar de someter a su país a una invasión autorizada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) por parte de tropas estadounidenses.
Carter denunció las elecciones fraudulentas de 1989 bajo el mandato del dictador panameño Manuel Noriega y, por el contrario, confirmó la victoria de Violeta de Chamorro sobre Daniel Ortega en las elecciones de Nicaragua de 1990. Posteriormente, el Centro Carter observaría otras tensas elecciones en Jamaica, República Dominicana, Venezuela, Perú y Guyana, para las que contó con expresidentes y primeros ministros de democracias de toda la región, a fin de coliderar esas misiones. Incluso México, históricamente el país más sensible a las insinuaciones de intervención estadounidense, consideraba a Carter lo suficientemente independiente como para justificar una invitación a las elecciones de 2000 que pusieron fin a décadas de dominio político del partido PRI.
Carter no tenía favoritos. Defendía el principio de que las elecciones debían ser libres y justas, y sus resultados, respetados por los partidos perdedores y los militares, independientemente de la política del ganador o de las preferencias de los Estados Unidos. Su compromiso con la soberanía latinoamericana distaba mucho de la diplomacia de las cañoneras y las ocupaciones militares que los Estados Unidos había perpetrado en los años treinta y de las posteriores operaciones encubiertas de la CIA para derrocar a presidentes elegidos democráticamente en Guatemala (1954) y Chile (1973).
En 2002, daría el extraordinario paso de viajar a Cuba, algo que ningún expresidente ni presidente en ejercicio de Estados Unidos había hecho desde la revolución de 1959. En un discurso transmitido directamente al pueblo cubano, con Fidel Castro sentado en primera fila, pidió a Estados Unidos que pusiera fin al embargo por considerarlo una política ineficaz e inadecuada, y también dio a conocer a los cubanos el Proyecto Varela, una iniciativa para convocar elecciones libres en Cuba mediante un mecanismo de referéndum.
No todos estos esfuerzos dieron resultados positivos. Cuba sigue siendo autoritaria, y algunos líderes electos como Jean-Bertrand Aristide, Ortega y Hugo Chávez socavaron las instituciones democráticas antes que arriesgarse a perder el poder. No obstante, los líderes democráticos y los grupos de la sociedad civil echarán de menos a Jimmy Carter como un oyente con experiencia política, reflexivo y bien conectado en los círculos de la política exterior estadounidense. Ningún otro presidente de ese país ha dedicado tanto tiempo y atención a los pueblos y problemas de América Latina y el Caribe.
Autor
Ex-directora adjunta del Programa de las Américas en el Centro Carter, de 1997 a 2007. Actualmente enseña política latinoamericana en St. Lawrence University (Estados Unidos).