Una vieja tesis del conocido sociólogo argentino Torcuato Di Tella, concebida en la década de los `70 pensando en su país pero que podría extenderse a la mayoría de los países latinoamericanos, sostenía que los recurrentes golpes militares en la región se producían porque las burguesías (las derechas de esos momentos) no tenían sus propios partidos políticos. Su débil representación política les hacía recurrir a las Fuerzas Armadas cada vez que sus intereses se veían amenazados.
Después de la segunda mitad del siglo XX la política latinoamericana observó un claro predominio electoral de fuerzas políticas nacional-populares, desarrollistas y socialdemócratas. Entre los populistas se encuentran el Peronismo en Argentina, el Varguismo en Brasil, el APRA peruano, MNR en Bolivia o Velazquismo en Ecuador. Algunos ejemplos de partidos o candidatos desarrollistas son Kubistchek y Goulart en Brasil, MID en Argentina o el PRI de aquella época en México. Y los ejemplos de la variante latinoamericana de la socialdemocracia son el Partido Colorado en Uruguay, el Roldosismo en Ecuador y ADELCO en Venezuela. En este rubro puede sumarse a la Democracia Cristiana chilena.
Sin embargo, los partidos de derecha con capacidad real de disputar el poder eran muy pocos. Entre ellos el Partido Nacional de Uruguay, el Partido Conservador de Colombia y el Partido Conservador, luego Nacional, en Chile. Es decir que, en países como Argentina, Brasil, Bolivia, Perú, Ecuador o México, la representación política de los sectores dominantes y su capacidad de generar consensos sociales estaba claramente disminuida.
Por muchas razones y afortunadamente hace al menos tres décadas Latinoamérica tiene mayoritariamente democracias. Y, aunque no sea una relación determinante y ni siquiera muy vinculante, las derechas latinoamericanas —ya no solo burguesías— tienen partidos fuertes y competitivos que las representen. Y, en muchos casos, partidos que ganan elecciones. Una y otra vez.
En México, entrado el siglo XXI hubo una alternancia en el poder, hasta esta última elección, entre gobiernos del PRI, reconvertido en una derecha empresarial y una derecha conservadora representada por el PAN. Mientras que Argentina estuvo entre 2015 y 2019 bajo el gobierno de la derecha liberal del PRO de Mauricio Macri, si bien en alianza con la UCR, que ahora disputa con ventaja las elecciones de medio término.
En Ecuador, luego de los dos gobiernos progresistas de la Alianza País de Rafael Correa, se produce el giro a la derecha inesperado de Lenin Moreno, que se consolida con el triunfo en ballotage, de la derecha neoliberal de Guillermo Lasso. Y en Perú, durante las últimas tres décadas hubo alternancia con una derecha fuertemente consolidada.
Paraguay es un continuo, apenas interrumpido, de la política del coloradismo con su clásica inespecificidad para ubicarlo en el contínuo derecha-izquierda, aunque es claro que el coloradismo político oscila entre un conservadorismo pro status quo y el sostenimiento de una economía exportadora basada en el agronegocio. Y Bolivia tuvo gobiernos de centro derecha emergentes de la “democracia pactada” de los ´80 y ´90.
Finalmente Brasil, tras tres gobiernos de victorias electorales del PT de Lula, y luego de un amañado impeachment que destituyó a Dilma Rousseff, instituyó un gobierno de derecha liberal en lo económico y conservadorismo religioso en lo político cultural con Bolsonaro.
En fin, un mapa latinoamericano desde las transiciones democráticas en los ´80 del siglo pasado, donde se evidencia de manera contundente que las derechas constituyeron partidos políticos, los fortalecieron, los consensuaron socialmente y ganaron, y ganan, elecciones.
Estas nuevas estructuras partidarias de derecha, cabe señalar, emergen en y por el contexto de reformas neoliberales de los `90 en la región y la predominancia sociocultural que el orden global asentó en la región, sobre todo en los sectores sociales más integrados a ese orden.
Es por eso, sobre todo, que estos partidos de derecha con capacidad de disputa hegemónica son partidos o alianzas políticas nuevas, impulsadas por programas políticos acorde a las tendencias del orden global, neoliberales en lo económico y oscilantes en lo social y cultural.
El problema de estas nuevas derechas, para asentarse en la política latinoamericana, es que ganan elecciones y asumen gobiernos, pero por su novedad y falta de estructuración política, muchas veces se encuentran en minoría parlamentaria. Y, quizás, ese programa, novedoso en varios países de la región sin tradición de partidos de derecha, constituye un obstáculo al desarrollo de alianzas o acuerdos parlamentarios que generen gobernabilidad.
Pero, a diferencia de gran parte del siglo XX, ahí están. Hay partidos de derecha y ganan elecciones…
Entonces, la correlación que establecía Di Tella entre estabilidad democrática y representación política de la derecha en América Latina, es hoy una idea débil. En este cambio de época global que ya lleva cuatro décadas, las formas de la economía mundial y la naturaleza y condiciones de la democracia obedecen a múltiples variables, así como la relación actual entra capitalismo y democracia.
Pero que la política latinoamericana haya desarrollado partidos de derecha que disputan con expectativas ciertas elecciones, y a veces las ganan, no es un dato menor. Es claro que ningún partido de derecha es solo el partido de los intereses más concentrados. Disputar con posibilidades elecciones, ni hablar de ganarlas, pasa por obtener millones de votos. Y en ningún país del globo hay millones de burgueses, o de ricos, o de dominantes.
Las razones del consenso social que obtienen los partidos de derecha habrá que buscarlas en otros varios factores. Cosa que hace la politología y los analistas. Mientras tanto, en América Latina, y por la duda ditelliana, es preferible la disputa política con una derecha de partidos competitivos y no con algún emisario autoritario al que esos intereses concentrados acudían en otro momento en la región.
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Autor
Director de la Licenciatura en Ciencia Política y Gobierno de la Universidad Nacional de Lanús. Profesor titular de la Facultad de Ciencias Sociales de la Univ. de Buenos Aires (UBA). Licenciado en Sociología por la UBA y en Ciencia Política por Flacso-Argentina.