“Puede parecer pretencioso o exagerado, pero hoy no solo inicia un nuevo gobierno, hoy comienza un cambio de régimen político». Esta frase del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO), a medio camino entre la promesa y la proclama, lleva la marca de fábrica de un estilo de hacer, pensar y sentir la política. Pronunciada en el discurso inaugural del sexenio ante una multitud en el Zócalo capitalino, pinta de cuerpo entero al político que comenzó su carrera en los años setenta, formó parte de la corriente disidente del PRI que dio origen al PRD a finales de los años ochenta y en 2018 alcanzó la presidencia del país.
De cabello blanco, hablar pausado y humor cáustico, se lo conoce por la prosa filosa y una voluntad firme. Veterano de las luchas políticas, fue jefe de Gobierno de la Ciudad de México y candidato en las (controvertidas) elecciones federales de 2006 y 2012. Pero, sobre todo, se lo recordará por haber ganado las últimas elecciones presidenciales con la mayor votación en la historia de México.
El Pejelagarto o el Peje, como también se le llama, es para algunos un gran político y para otros un farsante irresponsable. Sin embargo ¿quién es AMLO? ¿Por qué es amado y odiado a la vez?
CONSERVADOR
Alcanzar la presidencia de México fue el remate perfecto de un recorrido que inició un veinteañero López Obrador cuando se afilió al PRI. Comenzó su carrera en la arena política como coordinador del organismo indigenista tabasqueño, mientras ejercía de profesor de sociología en la universidad estatal. Y a pesar de tener una ajetreada agenda de viajes, familia y estudios, nunca dejó de ser un militante activo.
Su tesis final de la carrera de ciencia política presentada en la UNAM deja entrever su fascinación con la historia nacional. Desde ese momento, pregonó en todos los foros su devoción por figuras como Benito Juárez y Lázaro Cárdenas. No es extraño, por tanto, que como presidente retomara elementos históricos para autoproclamarse como una continuidad del pasado. La Cuarta Transformación estaría a la altura de otros acontecimientos de la historia mexicana como las guerras de la Independencia y de Reforma del siglo XIX o de la Revolución iniciada en 1910.
Sus ideas y convicciones evocan un tono conservador. Para sus partidarios esa mirada retrospectiva caracteriza a un líder con compromisos permanentes con la justicia social, el fortalecimiento del Estado o los principios tradicionales de la política exterior mexicana. Para sus críticos, en cambio, refleja una perspectiva arcaica que minimiza y soslaya reconocer (y comprometerse) plenamente con los derechos de las mujeres, la comunidad LGBT+ o las cuestiones ambientales.
Las discrepancias son inevitables. Una sociedad democrática se define por la pluralidad de juicios y valoraciones. Carece de lógica pretender que todo se resuma en una perspectiva única.
PERSONALISTA
Como jefe político, el estilo de AMLO es el personalismo, donde la política – de acuerdo con el Diccionario de Oxford – “se practica según la conveniencia, convicciones, arbitrio o estilo del gobernante o dirigente.” La definición remite a esa imagen repetida de AMLO hablando cada mañana a las 7 a.m. a la ciudadanía desde la sede del gobierno.
Las conferencias matinales han impulsado hacia adelante el desarrollo de la cultura democrática en México y son además el escenario para recrear el ego personal del presidente. Muchos críticos insisten en que las opciones son mutuamente excluyentes, pero “las mañaneras” significan ambas posibilidades a la vez.
Personalismo es también, según la Real Academia Española, la “adhesión a una persona o a las ideas o tendencias que ella representa, especialmente en política”. La descripción encaja con AMLO, un dirigente que logra que todo lo que sucede en su entorno quede subordinado a él, incluso instituciones y partidos, individuos y colectivos. Y cuando el poder público se cristaliza en un individuo, lo realmente esencial para los demás pasa a ser el gobernante que, como consecuencia, se convierte en el hombre más amado (o el más odiado) del país.
Sin embargo, el personalismo del presidente no es suficiente para explicar la disputa actual entre defensores y críticos de AMLO. En el fondo, no es el único culpable de volver estéril la búsqueda de acuerdos políticos. El juego de suma cero es abonado por el presidente tanto como por sus detractores. La polarización —término de moda— es una creación artificial, fundamentalmente un discurso utilizado como medio para obtener o conservar el poder, según convenga a tirios o troyanos.
POPULAR
AMLO inició su sexenio en medio de una expectativa superlativa y transcurridos 28 meses su popularidad se mantiene estable. Tiene un apoyo del 61% y en promedio nunca se encontró por debajo del 50%, contando con un respaldo superior al obtenido por Enrique Peña Nieto y similar al de Felipe Calderón en el mismo lapso.
Sin embargo, ante la creciente polarización social, ¿qué puede pasar en las elecciones del 6 de junio próximo? El presidente apuesta al vínculo carismático con sus seguidores para enfrentar a la coalición anti-AMLO (PRI, PAN y PRD). Eso es prácticamente su único capital político, pues tiene una gestión relativamente decepcionante teniendo en cuenta los cambios que se esperaban y carece del respaldo de un movimiento político fuerte ya que MORENA es poco más que un rótulo electoral.
Más alla que AMLO logre mantener la buena estrella o no, una cosa es cierta: nadie podrá quitarle el mérito de haber inventado un personaje político que ha logrado definir por sí mismo una época, la transición democrática mexicana, la misma que aún forcejea entre la tragedia y la farsa. No es poco. Veremos si le alcanza.
Foto de Eneas en Foter.com
Autor
Sociólogo y cientista político. Fue profesor de la Facultad de Economía y Rel. Internacionales de la Univ. Autónoma de Baja California, Campus Tijuana (México). Miembro del Sistema Nacional de Investigadores de México (SNI/CONACYT). Doctor por FLACSO-México.